Siempre me pareció valioso el abrazo de encuentros y despedidas, el estrechar la mano con energía, el roce entre personas… He valorado mucho la vida social, el saludo feliz, el compartir mesa y relajo, la aventura en grupo… Me parecía que el ermitaño, el huidizo o el solitario eran personas que no comprendían los beneficios de tender puentes con los demás.
De hecho me encantan los lobbies unidos por la amistad, por las aficiones comunes, por la afinidad de caracteres… Me parece que si venimos al mundo despertando la atención de personas en la cuna y si nos vamos entre quienes nos despiden en el féretro, lo suyo es mantener ese lazo social en el intervalo que nos paseamos por la vida.
Sin embargo, la crisis del coronavirus nos muestra un ejemplo de la evolución darwiniana.. El mensaje es que sobrevivirán los que menos contacto físico tengan… ahora y en el futuro…
Esta mañana fui a un gran supermercado pues me tocaba realizar el avituallamiento «para los refugiados», en solitario para no multiplicar el riesgo de contagiar o ser contagiado, y me parecía asistir a un escenario de cámara oculta o una película futurista. Las cajeras y dependientas con mascarilla, dos guardias jurados vigilando que se mantuviese la separación de los clientes, pero sobre todo me asombró el sonido del silencio pues había pocos compradores, que deambulaban callados y además manteniendo la separación con aspecto receloso; un supermercado sin ruido de fondo ni vida; ni palabras, ni abrazos o besos en las mejillas; además por alguna razón la estanterías de vinos estaban semivacías como si hubiese una relación de sustitución de la vida social por las libaciones familiares o solitarias. No pude menos de preguntarme si se cumpliría la Ley de Murphy (“Si algo puede ir a peor, irá”). Ha sido la primera vez en mi vida que acudo a un supermercado como quien se adentra en un pantano con cocodrilos: calmosamente, alerta y con ganas de regresar.
Quizá el día después, pues habrá un día después de vencerse la epidemia, nada quedará igual, pues además de dejarnos claro que la vida cambia de un plumazo, nos quedará a todos la huella genética del riesgo de la proximidad excesiva, de los contactos portando bacterias, virus y todo tipo de microorganismos juguetones o dañinos.
Las palabras prudencia, precaución e incertidumbre nos quedarán interiorizadas y esperemos que no olvidemos tres enseñanzas valiosas:
- el hábito de higiene
- el respeto de distancia en las relaciones sociales
- el deber de sacrificar las actitudes alegres y arrogantes cuando el interés colectivo está en juego.
Recordé la parábola del pensador alemán Schopenhauer:
Dos erizos se encuentran un día frío y necesitan calor. Por eso buscan la cercanía corporal del otro, pero cuánto más se acercan más dolor les causan las púas del cuerpo ajeno. No obstante, al alejarse aumenta la sensación de frío, por lo que ambos erizos deben ir acomodándose hasta alcanzar una distancia óptima.
La moraleja es clara: ni morir ensartados ni morir de frío, sino saber adaptarse a las circunstancias. Eso no quiere decir que el día después nos entreguemos a las redes sociales y seamos huraños e hipocondriacos al contacto. No. Sencillamente hay que saber mantener el contacto en su justo término: juntos pero no revueltos. Tan poco saludable es estar siempre solo como siempre acompañado. La clave nos la ofrece el consejo de Henry David Thoreau en su obra Walden (por cierto, uno de los buscadores de soledad mas célebres del siglo XIX): «Tenía tres sillas en mi casa; una para la soledad, dos para la amistad, tres para la sociedad».
En fin, hay que afrontar la situación con la dedicación de alumnos aplicados que confiamos en superar las prácticas de este Máster en Salud Pública en que estamos todos matriculados, en obtener la formación en Budismo Impasible ante las decisiones indecisas de los políticos y las de la asignatura a domicilio, el Seminario para ser un Ermitaño Urbano.
Y es que siempre se aprende algo de las situaciones críticas.
A nada en la vida se le debe temer, solo se le debe comprender (Marie Curie). Quizás por ello, porque no acabamos de entender cómo hemos llegado hasta aquí y qué está pasando, hemos institucionalizado el miedo
a este virus. Y siendo el responsable de todo un asesino desconocido, invisible, implacable, invasor de fronteras y más fuerte que nosotros, debemos respetarlo y mantenernos a distancia hasta nuevo aviso. Porque, en este caso, la prudencia es valentía.
Da igual que ello suponga retroceder siglos, en un instante, de comportamiento social avanzado, al obligarnos a cambiar el beso amistoso, el roce afectuoso y la calidez del abrazo o el apretón de manos por la fría distancia de seguridad y el estar juntos en soledad. Porque esa es la única forma de conservar la salud (la nuestra y la de los demás) y, al fin y al cabo, la soledad de la que hablamos es un lugar poblado y tiene carácter temporal.
Ahora bien, no nos dejemos engañar, aunque el virus -antes o después- fenecerá, el mundo tal y como lo conocemos no volverá a ser el mismo (Vbgr. se va a producir un replanteamiento del papel de los Estados; una resignificación de principios, valores, ideologías y hábitos sociales; una redifinición del individuo en sociedad; un recrudecimiento de tensiones económicas -entre EEUU, China, la UE,…-; unas nuevas estrategias y alianzas entre países; el despegue definitivo de nuevas potencias;…etc.) . Y eso sí nos lleva a una incertidumbre que da motivos reales para la preocupación, la desconfianza y ¿el miedo?.
Cuídese José Ramón (usted, su familia y amistades) y cuídense todos (ustedes, sus familias y amistades). Le/s necesitamos, nos necesitamos.
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