En esta época de rebajas, que sigue al Viernes Friday y a las compras navideñas, nos parece que todo puede comprarse.
Es más, cosas que tradicionalmente no podían elegirse porque la cruda realidad la imponía, como el sexo, la salud, la belleza o el trabajo, hay afortunados que hoy día a golpe de chequera consiguen cambiarlas.
Sin embargo, hay cosas que no se compran con dinero.
Una de ellas es la inteligencia en sentido amplio (inteligencia lógica, emocional, musical, sentido común, etc), una lotería que nadie ha conseguido amañar aunque unos compran mas boletos que otros (por esfuerzo, herencia, contexto,etc). Como recordaba el viejo proverbio latino Quod natura non dat, Salmantica non præstat, o sea que la capacidad intelectual que la naturaleza no te proporcione, la Universidad tampoco te la dará.
Otra de ellas es la sensibilidad, respeto y valores. Algo que se intenta paliar con eso que se llama educación pero que tampoco parece poder comprarse con el vil metal ya que hay personas humildes con sensatez y valores admirables, de igual modo que hay personas potentadas que se conducen como zoquetes o canallas.
Viene al caso por la reciente noticia del Diario La Nueva España del siguiente caso real, aunque cueste creerlo.
En una localidad rural asturiana, un vecino es denunciado penalmente por destruir el muro de la finca de otro. El denunciante muestra como prueba un video que ha grabado y recoge al vecino como el intruso en su finca pasada la medianoche. A partir de aquí, ante el juez se desarrollan las siguientes cuestiones. El denunciante aduce que el vecino le robaba las frutas de los árboles y que destruyó el muro para poder conseguirlas mas cómodamente. El denunciado aduce que no robaba frutas y da unas explicaciones ante el juez que son rocambolescas y que transcribo en su literalidad:
Cuando se le pregunta por el fiscal la razón de entrar en la finca, responde:
Entré en la finca colindante porque se me habían escapado unos pollos.
Cuando se le recuerda que no debía entrar en propiedad ajena, ni siquiera para perseguir sus gallinas, replica:
¿Que los iba a dejar allí hasta que murieran, eh?.
Pero ya el delirio llega cuando le pregunta si tiró las veinte piedras del muro para hacerse paso a la finca del vecino, y responde:
“Serían los pollos”.
Al margen de la previsible condena solicitada por la fiscalía, de multa de 30 días a razón de seis euros diarios para el hombre, me preocupan varias cosas.
La primera, la falta de honradez y gallardía del denunciado, quien al verse grabado en mitad de la noche en finca ajena, y sin poder ofrecer una explicación racional, se lanza a inventar que los pollos se fugaron del corral para adentrarse a la finca (“la gran evasión”).
La segunda, el egoísmo demostrado al afirmar que para recuperar los supuestos pollos podía invadir la propiedad ajena, o sea, lo suyo es lo primero y lo de los demás no importa.
La tercera, la desfachatez de alguien que se atreve, en el serio contexto de la Justicia, a acusar a los pollos de la destrucción del muro, cuando sería de esperar que si no reconoce la culpa, al menos se calle y no empeore la situación.
Da pena que un juez, fiscal y abogados estén enzarzados en este esperpéntico escenario, gastando tiempo, energías y el dinero público.
Pese a ello, intuyo que con la sentencia no se acabarán los problemas. Ahora el estúpido vecino tomará mas cuidado y el vecino agraviado vivirá en mayor zozobra. La paradoja es que quien debería estar en el corral encerrado es el dueño y no las gallinas.
La dinámica de estos desencuentros entre vecinos es impronosticable y a veces con desenlace terrible (recuerden la matanza de Puerto Hurraco). Aunque a veces la imaginación es admirable como el caso absolutamente real y sucedido hace una década en Asturias de un vecino que no podía dormir en su casa de campo porque en la finca vecina existía un pub con terraza al aire libre que no cerraba hasta el amanecer y difundía música estruendosa. Dado que el afectado no conseguía que sus ruegos fueran atendidos por los hosteleros y como sus denuncias al ayuntamiento no avanzaban, el buen y pragmático sufridor, hizo algo insólito pero eficaz: se grabó a si mismo con la segadora automática cuando recortaba el césped e instaló un altavoz en la ventana de su casa orientada hacia el pub, de manera que cuando los hosteleros dormían al mediodía, recibían el ruidoso sonido de la segadora a todo volumen para que comprendiesen lo duro que es privar del descanso. Es cierto que ahora se invirtieron las tornas, y el vecino fue denunciado por los hosteleros, pero al menos se acabó con el problema por ambas partes.
Sin embargo, el problema de fondo de ambos casos, como de tantos otros que no saltan a los periódicos, es el elevado número de necios y salvajes que no saben vivir en sociedad. Hay muchísimos ciudadanos (que más que ciudadanos podrían etiquetarse de «villanos«- en la 3ª acepción, «ruín, indigno e indecoroso» – que día a día se dedican a “montar pollos”, protestando, quejándose, atropellando… mientras que quien tiene razón frecuentemente demuestra su educación callándose o sencillamente alejándose. No se pone el ofendido a la altura del ofensor… curiosamente es una actitud elegante que no perdona el ofensor.
Duro es vivir en sociedad cuando hay que compartirla con quienes no están preparados para ello.
He de reconocer que yo suelo frecuentemente “montar un poyo”. Y no me avergüenzo. Poyo, sí, con “i griega”. Cierto, porque el origen de la expresión radica en que en el siglo XIX solían dirigirse discursos de corte político y los oradores montaban un taburete o banco (“poyo”) desde el que hablar, pero como siempre había oyentes que discrepaban se iniciaba la discusión, y de ahí quedó la expresión “montar un poyo”.
En definitiva, bien estaría que todos montásemos “más poyos” (hablásemos más) y “menos pollos” (menos líos y follones).
La falta de valores tiene una incidencia limitada en relaciones de vecindad. En las organizaciones puede ser mucho más perversa aún… Sin embargo hasta el vecino malo sabe dentro de sí mismo que miente. Cómo hacer para que le penetre la honestidad? Y para que se generalice. Y para que el brillo del otro sea el propio????
Ahora ya sé lo que es montar un poyo. Gracias!!!
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