Un período crítico se abre, que debe ser examinado con los ojos orientales, propios del doble significado que atribuyen en China a la palabra “crisis”, reveladora tanto de “problema” como de “oportunidad”.
Es terrible la incertidumbre del desarrollo del virus, como lo será el balance en términos de vidas y secuelas sociales y económicas, sin olvidar la durísima reconstrucción de la calidad de vida a la que nos habíamos acostumbrado.
Sin embargo, ahora toca vivir el aquí y ahora, y a algunos nos corresponde quedarnos confinados en el hogar, donde no faltará avanzar a distancia en el trabajo ( eso es lo primero que me ocupa en el día y que cumpliré fielmente), pero es cierto que cuando se descuentan de la vida cotidiana los paseos, los recados, la vida social o cultural, se descubre eso que se llama “tiempo libre”, un cheque en blanco para ser rellenado en el hogar.
Es entonces cuando he recordado aquello de John Lennon, de “la vida es aquello que pasa mientras haces otras cosas”. Y eso porque ahora algunos podemos sacar fruto del encierro, o sea, hacer virtud de la necesidad.
No puedo menos de evocar al Rey escocés Robert Bruce, quien en 1360 tras sufrir una terrible derrota, se vio obligado a refugiarse en una cueva en la Isla de Rathlin, donde le llegaron noticias preocupantes de Escocia (su esposa se encuentra prisionera, su hermano ha sido ejecutado y el enemigo ha conquistado más pueblos escoceses). Las horas y los días pasaban y no podía abandonar la cueva pero tenía libre la mente. De pronto en el techo de la caverna descubrió a una pequeña araña colgando de un hilo que trataba de llegar a un saliente de la roca para fabricar su tela. Seis veces intenta la araña alcanzar la roca y las seis veces falla, pero no se rinde. La séptima vez, se columpia y lo consigue, y a partir de ahí, completa su telaraña. El Rey sigue observando en el silencio, y tras una semana en soledad, se concentra de forma más objetiva y lógica en los problemas que le atormentaban. El Rey aprende la lección: paciencia y perseverancia, y vuelve a Escocia con ánimos para conseguir vencer los obstáculos.
Pues bien, dando un salto en el tiempo y el espacio, ahora estamos afrontando una pandemia, con encierro y limitación de movimientos, y sin embargo tenemos el deber moral de aprovechar ese tiempo.
Aprovecho el tiempo para ordenar. Libros, documentos, papeleo vario… Es increíble el amontonamiento de lo que creíamos ordenado. Lo vamos dejando, bajo el “ya lo haré” y al final algunos con los libros nos aproximamos al síndrome de Diógenes. O sea, que este tiempo me viene estupendo para poner orden allí donde reinaba un “orden caótico”.
Aprovecho el tiempo para reflexionar. Sí. Somos lo que reflexionamos. Eso que deberíamos hacer más a menudo, incluso cuando no hay problemas a la vista. Meditar es gratuito y tonificante. Ahora se impone una reflexión especial, sobre cómo hemos llegado a esta situación, qué ha fallado, porqué no aprendemos del ejemplo de los vecinos, si se repetirán estas calamidades, si nos ha tocado por merecerla o si ha tocado porque la vida es asunto penoso… Y como no, reflexionar sobre como un bichito chiquitín pone en jaque a los que nos creíamos los señores de la creación, y como este zafarrancho cambia la perspectiva de lo que creíamos grandes problemas políticos en mero ruido de fondo. En suma, reflexionar en lo pequeños que somos en el gran universo y en la incertidumbre que no nos abandonará hasta que nosotros abandonemos el mundo.
Aprovecho el tiempo para estar en familia. No para ir con ellos, para llevarlos, para asistir a otra cosa, sino para compartir el contacto, el diálogo y los silencios. Hay muchas cosas que se descubren en cautividad o conviviendo en espacios cerrados; se habla más, se contacta más, se sincera más, mayor espontaneidad para lo bueno y lo malo, y aunque se discuta por el mando a distancia, por el espacio físico o por el “me aburro” de los peques, el saldo es positivo. Una especie de retiro espiritual barato y a domicilio.
Aprovecho el tiempo para leer y visionar. Tengo muchísimo material pendiente de leer, ya que suelo comprar libros cautivado por lo que prometen pero al no venderme el tiempo para leerlo, como decía Schopenhauer, pues ahí quedan aguardando mi llamada. O sea, paz y tiempo para leer… ¡maravilloso! Y quien dice de libros, dice de películas… Por cierto, ayer vi en Netflix Parásitos (película surcoreana con cuatro Oscar 2020) y me siento conduciendo en dirección contraria por la autopista, porque me pareció original pero de mal gusto, grotesca y vacía (si no lo digo, exploto).
Aprovecho el tiempo para convertirme en docente. Dado que los dos pequeños (13 y 10 años) están confinados, les fijo un horario de clases y ocio para que su rutina no se resienta. Les aplicaré mi programa formativo con el consiguiente premio de relajo. Me siento como aquellos hippies que educaban a sus hijos en naturaleza, aunque en este caso seré un urbanita educándoles en cautividad. Al fin y al cabo, nunca hubo tanta información visual en internet. De hecho, voy a visitar con ellos por internet el Museo del Prado.
Aprovecho el tiempo para crear. Escribir, diseñar, ingeniarme algo… Imprescindible mantener engrasada la mente antes de que se oxide. Y como no, hacer de «manitas» que aunque llegué tarde cuando repartían destrezas manuales, soy el rey de la broca, aunque también me he comprometido a iniciarme en labores culinarias (ya era hora). Lo que no afrontaré será la música (como decía Woody Allen: tengo el oído de Van Gogh para la música).
Aprovecho el tiempo para contactar con aquéllos amigos y familiares que están lejos o que están en situación de riesgo. El teléfono es un gran aliado (y Skype).
Y aprovecho el tiempo para sentirme integrado en un pueblo que comparte problemas, que va a ser capaz de sentirse solidario y con un personal sanitario que cumple su misión, pero de forma admirable, como los policías, bomberos y otras misiones de riesgo. Todos son ángeles de la guarda.
En fin, de momento lo de planificar no se me da mal. Ya veremos la ejecución…
Finalmente aprovecho para escribir esto como quien lanza un mensaje en una botella para animar a quien la recoja.
Ayuda mucho, la verdad.
Preciosa la anécdota de Robert de Bruce, que aprovecho para corregir el mero error en la fecha (creo que han bailado los dos últimos números): si no me equivoco la fecha correcta es 1306.
Gracias y perdona el atrevimiento.
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