Todos sabemos lo buena que es la motivación. Lo buenos que son los sueños. El problema brota cuando nos convertimos en buscadores de quimeras con frenesí o cuando la ambición nos domina. A veces pienso que obtener triunfos o metas genera adicción. Desde niño me enseñaron a sobrevivir, a ser competitivo, a esforzarme para tener más o ser mejor y me sorprende que de adulto sea difícil sustraerse a esa programación de serie que tenía buena parte de mi generación.
La gran pregunta que me hago, o me he hecho muchas veces con poco éxito en la respuesta, es ¿hasta dónde, hasta cuándo?, ¿debemos luchar por sobrevivir y entonces detenernos y dedicarnos a la vida contemplativa?, o… ¿cubiertas las necesidades básicas, debemos buscar una afición, una actividad benéfica, un deporte o una tertulia que nos de fuerzas para sentirnos útiles?, ¿acaso la afición mas reconfortante es seguir trabajando?. Intentaré mostrar dos claves que pueden ayudarnos.
La primera reflexión que debemos hacernos es que debemos valorar lo que ya tenemos, no sea que por aspirar como Ícaro a llegar al sol perdamos todo lo que teníamos.
- Toda carrera profesional, toda victoria pública o privada, se quedará insignificante si nos aparece un lunar o quiste y nos confirman el diagnóstico fatal.
- El mayor de los éxitos sociales podrá quedar eclipsado si no nos sentimos queridos por los que apreciamos de corazón.
- Las cumbres alcanzadas por nuestra generación se desmoronan cuando nos duele que la siguiente generación no las valora.
La segunda reflexión consiste en aceptar que bien están las metas sociales, profesionales o de enriquecerse, pero esas no posponen ni sustituyen la mas sana ambición, la de ser mejores. Aquí debemos dar la razón a la sabia recomendación del arzobispo Óscar Romero, quien fue asesinado en El Salvador en 1980: “Aspirar no a tener más sino a ser más”, importantísima precisión que nos obliga una mirada al espejo para ver si debemos sentirnos conformes con como somos, como personas, tanto desde el punto de vista ético como en las relaciones con los demás. Esa autoevaluación es incómoda y nunca nos parece urgente, pero si somos leales reconoceremos nuestros errores, nuestros defectos y esas manías que queremos siempre ocultar.
Ahí es donde tenemos que trabajar y si avanzamos, dormiremos mejor y les aseguro que hasta los días de lluvia tendrán su encanto. Es cierto que se requiere un gran esfuerzo para ser autocríticos y buscar nuestra serenidad y satisfacción personal sin dejarnos seducir por el ocio del aquí y ahora, por el frenesí consumista exterior o por la apatía haragana. Con ello, no quiero mostrarme como taoísta, zen o meapilas, ni nada parecido: sencillamente esforzarme por conocerme mejor, pulir lo que me hace peor, y ser más feliz. No es fácil, pero lo intento. Cada uno es juez, cirujano y fruto de sus decisiones sobre cómo quiere ser y cómo quiere que le perciban los que le quieren o los que le recuerden. Esa es la clave.
A veces pienso que el primer tercio de la vida lo hemos dedicado a los sueños y compromiso con lo que querían nuestros padres, el segundo a lo que la sociedad esperaba de nosotros, y el tercero deberíamos dedicarlo a nosotros mismos. Ha llegado la hora.
Sencillo y tan profundo. Gracias
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A lo largo de su recorrido el río (la vida) tiene diversos accidentes (unos naturales, otros artificiales) y afluentes (el interior o personal, relacionado con uno mismo y los suyos, y el exterior o social, relacionado con los demás y la sociedad). Según el tramo en que nos encontremos su cabida será mayor o menor. Y según qué afluente aporte más caudal su sentido y dirección será distinto. ¿Hasta dónde y hasta cuándo?, se pregunta usted. Responder a esa pregunta es tanto como hacer una foto en movimiento y pretender que no salga borrosa y difuminada. Quizás, por ello, lo verdaderamente importante sea, más bien, el saber leer y adaptarse a cada trecho, cada ramal, cada meandro, cada recoveco y cada accidente del río (la vida). Para lo cual sirven de brújula y timón los provechosos consejos que, como viejo lobo de río, nos sugiere y valen para toda la travesía.
Tener ambición, pero ambición generosa, la del que pretende mejorar su estado sin perjuicio de tercero (sic Cervantes). No infravalorar lo que ya tenemos, ni sobrevalorar lo que no está a nuestro alcance. Estar rodeados de personas y ambientes que estimulen nuestro desarrollo y potencialidades y nos hagan mejores. No perder nunca el deseo y la voluntad de ser y de hacer cosas. Hacer el trayecto, a ser posible bien acompañado, con las bases del entendimiento, la experiencia y la prudencia y los valores de la tolerancia, la solidaridad y la empatía. En definitiva, intentar conseguir que no haya nada en nuestra biografía de lo que tengamos que avergonzarnos y que el paso de los años no se convierta en una burda excusa para dejar de avanzar y mejorar como personas (individuales y sociales).
Muchas gracias, por su estupendo artículo. ¡Siempre fuerte!, José Ramón.
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«Toda carrera profesional, toda victoria pública o privada, se quedará insignificante si nos aparece un lunar o quiste y nos confirman el diagnóstico fatal.». Esta reflexión no tiene contestación en contra y debería estar presente en la valoración de hechos sin relevancia o pequeñas decepciones, que nos afectan de forma negativa. Gracias y siga compartiendo sus pensamientos.
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muy cierto. Demasiado…
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