Escucho hablar a mis hijos de sus amigos y me sorprenden sus categorías: los amigos del colegio, los del campo, los del skate, los del baloncesto, los de Instagram… Parece un club muy abierto y flexible, pero sin embargo, van dándose cuenta del valor de los auténticos amigos, a golpe de experiencias, aciertos y decepciones, como todos hemos cultivado nuestro pequeña parcela de la amistad.
Según el psicólogo y antropólogo de la Universidad de Oxford Robin Dunbar (entrevista XL Semanal, abril, 2022), los amigos no se adquieren de inmediato sino que requieren un mínimo de doscientas horas de convivencia, vivencias o intercambio de pareceres.
Personalmente me parece que la amistad no se adquiere por unidades de tiempo sino por calidad de su uso compartido, pues lo que es cierto es que la amistad, como los árboles, requiere cuidados para que se forjen raíces y pueda llevar a una relación con tronco sólido y cuajada de verde esperanza. Recuerdo un dicho que decía que “lo que se calienta rápidamente, pronto se enfría”, lo que vale claramente para los flechazos amorosos pero también para las amistades.
Los primeros encuentros de las personas suelen tener lugar con natural cautela y exploración. Es momento de las llamadas “mentiras de presentación” en que cada uno se comporta con distancia y apariencia para no incomodar al otro, para mostrar “bandera blanca” y evitar tanto entrometerse como que se adentren en nuestra esfera íntima.
El camino de la amistad se allana muchísimo cuando hay intermediarios, esto es, cuando un amigo común nos presenta y se propicia la propiedad transitiva “Los amigos de mis amigos, son mis amigos”.
Ahora bien, hablando de la amistad -como algo distinto de ese pariente lejano que habla otro idioma y que llamamos amor- hay un momento mágico e invisible donde se pasa del conocido al amigo, donde el instinto te dice que encajas con esa persona y tú con ella, con camaradería, con ganas de navegar juntos en la nave vital y que además implica voluntario compromiso de fidelidad.
Añadiré algo que todos hemos aprendido, pese a que siempre tenemos presente lo de “amigos de toda la vida” y es que la esfera de amigos es dinámica, pues nuevas experiencias y nuevas etapas de la vida, nos cambian y puede que tengamos sintonía con otras personas. Eso explica que hablemos de “amigos de la infancia”, “amigos del colegio”, “amigos del trabajo”, etcétera. De hecho puedo confesar que buenos amigos del pasado, sin mediar nada negativo, y fruto de la distancia geográfica, profesional o temporal, han pasado a ser meros amigos, e incluso ahora los percibo como desconocidos, aunque la memoria les guarde su lugar de honor.
Me llama la atención también que el citado antropólogo estableció el llamado “número Dunbar” referido a la cantidad de relaciones “estables y significativas” que podemos mantener al mismo tiempo y que Dunbar cifra en 150, comprendiendo familia y amigos. Esa cifra deriva de sus estudios con primates que se mueven en un círculo de 50, de manera que a mayor cerebro mayor ámbito social. La razón práctica es que 150 “es el número perfecto para que fluya la información. Si hay más, no es tan eficiente”.
En una reciente entrevista, dicho antropólogo señalaba que hay cinco categorías o niveles dentro de estas relaciones:
Hay entre 3 y 5 amigos íntimos. Es el primer nivel. Son a los que pedimos consejo, dinero…
Este es un estrato esencial. Las personas que no te halagan porque te entienden y te dicen lo que hay que decirte y lo hacen de la manera que debes encajarlo. Son personas a las que no les dices “no puedo” sino siempre “cuenta conmigo”. Y eso porque somos lo que somos en buena medida gracias a lo que ese puñado de amigos te aportaron y aportan.
En el siguiente nivel habría de 10 a 15. Si una de estas 15 personas muere, te dejará tocado. Muchos deportes de equipo funcionan en esa horquilla: fútbol, rugby… También en el número de apóstoles o de miembros de un jurado.
Es ese puñado de personas con las que sueles compartir tiempo y energías. No son de contacto frecuente, pero siempre están ahí, en tu órbita de pensamiento y para compartir lo bueno y lo malo. Los ves y tu wifi-mental se conecta automáticamente.
Son personas a las que te duele decirles “no puedo” pero lo entienden. Ese puñado de amigos con los que quedas sin “orden del día”, para verte y reconfortarte con la buena sintonía. O el caso de las peñas o grupos con aficiones comunes, que propician reuniones, comidas o festejos.
En el tercer nivel hay unas 50 con las que no tienes trato continuo, pero te alegras mucho cuando las ves.
Este círculo está formado por afines cuyo encuentro está presidido por sintonía recíproca. Me recuerda cuando paseo por el campo con mi cachorro, pues haciendo la misma ruta, hay unos perros vigilantes con los que mantiene una hostilidad tan inexplicable como frontal, mientras que con otros con los que se cruza se encuentra tranquilo, relajado y cómodo. Es algo epidérmico. Por ejemplo, dentro de ese círculo próximo de contactos hay personas que, siguiendo la referencia, se comportan como “perro mal almorzado”(según dicho extremeño) o sea, personas tóxicas, con las que procuro contactar lo menos posible, porque no hay eso que se llama “química”. En cambio, ese círculo hasta la cincuentena son las personas que te gusta tropezarlas, saber de su vida, puedes contarle cosas de la tuya y disfrutas en torno a un mantel con chanzas, anécdotas y solucionando el mundo.
Son personas a las que quieres decirles que puedes, pero si no puedes, también se lo dices.
Y si añadimos la cuarta y última capa, suman en total unas 150. Ahí entran los conocidos: las personas que invitarías a tu boda.
Son personas que por las relaciones sociales tienen tu número telefónico, saben como localizarte y que pueden abordarte en cafeterías, paseos o campos, sabiendo que no faltará esa sonrisa e intercambio de comentarios, aunque existe un reducto de intimidad que celosamente no les compartes.
Son personas a las que no solo les dices que “no puedes” sino que incluso les dices que “no quieres”, pues el compromiso llega hasta donde tú quieres.
Por mi parte, añadiría al modelo del profesor Dunbar, un quinto y sexto estrato.
El quinto estrato sería el del selecto grupo de amigos que irán a visitarte a la residencia de ancianos, a defenderte y protestar si tú no puedes hacerlo a esa edad, a mirarte con cariño, a empujar tu silla de ruedas, a hablarte aunque no les escuches…
Y el sexto estrato, es el de los que acudirán a tu funeral, sin pretextos, y que de poder mirarlos desde el abismo de la fosa, te provocarían grandes sorpresas. Y si pudieses leer la mente de los asistentes, tendrías motivos para resucitar.
Me queda la duda de dos bloques transversales, que siendo sucedáneos de la amistad, a veces cumplen la misma placentera misión. El de los compañeros de trabajo, con los que si existe armonía y continuidad, se genera un lazo de tenue amistad. Y el de los contactos por las redes sociales, pues con la intensidad y frecuencia pueden aflorar algunas relaciones sólidas, aunque lo cierto es que como advierte Dumbar “necesitamos el contacto físico. Nada sustituye el tacto, el abrazo. Una videollamada es un pobre sustituto, porque el tacto libera endorfinas, un opiáceo. Nos relaja”.
En fin, como dice la canción “Quien tiene un amigo, tiene un tesoro”, y mucho más, en los tiempos actuales tan recios, tan inciertos y tan ingratos. Es triste ver como las personas desperdician el tiempo para cultivar la amistad, o cuando la traicionan y la pierden.
Cuando leo noticias de personas solitarias que son descubiertas muertas en su vivienda por la policía desde semanas, sin que nadie las echase de menos, me estremece pensar que fueron niños, adolescentes y luego adultos, que tejieron sus relaciones o las eludieron, para finalmente apagarse en soledad. Me recuerda el triste final del escritor italiano César Pavese quien apareció muerto en una habitación de hotel en 1950, tras tomarse numerosos barbitúricos a los 42 años, y que dejó una nota caligrafiada en un libro que decía: “He llamado a mis amigos, he llamado para hablar con alguien que me escuchase… Nadie me ha contestado. Perdono a todos y a todos pido perdón”.
Ojo al dato. La amistad no necesita frecuencia, pero le perjudica la ausencia. Bueno será aparcar preocupaciones, redes sociales, trabajo o ambiciones terrenales y dedicar un poquito de tiempo a una llamada, una cita, una palabra de recuerdo, un encuentro. No hay mejor fertilizante para la amistad y para nuestra salud emocional. Esos almuerzos de amigos que volverán.
Me encanta la clave que nos ofrece Mark Twain: «Buenos amigos, buenos libros y una conciencia somnolienta: esta es la vida ideal».
El adjetivo «verdadera» se ha convertido en el lazarillo que necesita el sustantivo «amistad» –el amigo- para evitar que descarrile por las vías paralelas de los términos compañero, saludado o conocido e impedir que se confunda con éstos. Y es que, en estos tiempos de confusión, provisionalidad y relativismo, se ha devaluado tanto el sentido de esta bendita expresión, al igual que el de muchas otras, que para poder fidelizarla/s se ha debido transformar el lenguaje en redundante. Vean si no el uso del “totalmente” gratis.
Los clásicos llamaron philia a este amor que sentimos por los amigos. Sin amistad, dice Aristóteles en su «Ética a Nicómaco», nadie querría vivir. La amistad, proseguía, puede ser de tres tipos. De utilidad, activada por el interés. De placer, impulsada por el divertimento. Y verdadera, provocada por la buena voluntad, el desinterés y el simple hecho de hacer las cosas bien.
Las dos primeras son formas imperfectas de amistad. Pues al basarse en el provecho o en el gozo propios, sin ellos se disuelve y queda en nada. Por eso somos amigos imperfectos (lo que sería trasladable a las relaciones afectivas) cuando nuestra amistad se sustenta en los beneficios que obtenemos de la relación (estatus, distracción, riqueza, influencia, experiencia y conocimiento).
La tercera es la amistad perfecta. La auténtica. Porque los amigos se aman recíprocamente «por sí mismos», por su propio bien y se desean cosas buenas. Por eso, al basarse en algo perdurable, es duradera. Y, además, es útil y placentera. Sólo que no es ese su motor sino solo parte de su rico fruto. Esta amistad, la única verdadera, se torna previsible y comprensible gracias a la existencia valores compartidos y/o gustos comunes (cultura, deporte, música, gastronomía, trabajo, honestidad, cordialidad, amabilidad, simpatía, integridad, empatía, lealtad, confianza, respeto, afecto, etc.), aunque a veces lo sea justo por lo contrario (porque los polos opuestos se atraen).
P.D. Del gran Alberto Cortez
A mis amigos les adeudo la ternura
y las palabras de aliento y el abrazo,
el compartir con todos ellos la factura
que nos presenta la vida paso a paso.
A mis amigos les adeudo la paciencia
de tolerarme mis espinas más agudas,
los arrebatos del humor, la negligencia
las vanidades, los temores y las dudas.
A mis amigos les adeudo algún enfado
que perturbara sin querer nuestra armonía,
sabemos todos que no puede ser pecado
el discutir alguna vez por tonterías.
A mis amigos https://youtu.be/fy3N8AKhY5Y
Cuando un amigo se va https://youtu.be/hjfH2oNsa34
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