Quien no ha aprendido nada de esta crisis es un desalmado. Aunque se haya suspendido la educación en las aulas, la crisis ha aportado enseñanzas morales, aunque pensándolo bien, las opciones radicales aparentan cierta contradicción.
De un lado, están los que piensan que ante una crisis que nadie supo venir con devastadoras consecuencias y donde se destruyen vidas, empresas, viajes, realidades y sueños, la consecuencia es un carpe diem desaforado, o sea, vivir el momento. Vivir el presente sin pensar en el futuro.
De otro lado, están los que piensan que ante una crisis que ha derrumbado lo que se tenía y lo que se podía tener, para poder reconstruir la vida, la consecuencia es actuar con precaución, contando con un plan B, ahorrando y dejando la despensa de recursos económicos y personales alerta por si se replantea, que nunca se sabe. Vivir el futuro sin pensar en el presente.
Ni lo uno ni lo otro. En el medio está la virtud. Disfrutar el presente, con familia, amigos, diversiones, estudios, deporte, paisaje, lectura…o sea vivir la vida con los ojos abiertos y la sensibilidad a flor de piel. Pero también dejar agua en la cantimplora por si el próximo oasis está seco o perdemos la ruta.
Es muy bonito lo de «vive cada día como si fuere el último», y se entiende perfectamente en el caso de los vecinos de Pompeya y Herculano ajenos al volcán que los sepultaría, pero es más difícil de entender en la sociedad actual donde no hay que pensar en lo posible (que nos partirá un rayo) sino en lo probable ( que no nos partirá un rayo).
En efecto, optar por una juerga desenfrenada, o despilfarrando todo el dinero, o viajando a todo lujo, o apurar hasta la copa de cada día hasta las heces, bajo la coartada de que quizá el mundo se hunda, puede que convierta ese día en inolvidable… pero el problema vendrá con la resaca del día siguiente (y no precisamente en sentido alcohólico), si nos sorprende con que el anterior no ha sido el último y nos encontramos sin un maldito euro en el bolsillo, sin personas que nos apoyen y sin saber a qué puerta llamar. Resulta escalofriante la noticia de que la mitad de los españoles vive al límite de sus posibilidades económicas y no puede afrontar los imprevistos; algo tendrá que cambiar, no sé si gobiernos, ideologías, hábitos, valores o todo a la vez.
Quizá es hora de replantearse objetivos y metas, sin olvidar por un lado, que somos mortales y por otro lado, que papá Estado no es Dios. Somos nosotros los que tenemos la capacidad y altísima responsabilidad de tomar decisiones. Y no olvidarnos que la vida no es un pasaporte «todo incluido» ni gratis total: tenemos responsabilidades con nuestro cuerpo, nuestra familia, nuestro prójimo y nuestro planeta.
Es cierto que aprendimos de Forrest Gump, aquello de «la vida es una caja de bombones, nunca sabes lo que te va a tocar», pero también sabemos por experiencia que para tener bombones hay que buscar la confitería o merecer que te los regalen, al igual que es posible saber con probabilidad lo que te va a tocar si decides sin glotonería ni precipitación, o sea, eliges el bombón adecuado fijándote en el envoltorio, tu experiencia o te guías por la información y fotografías de la caja. Y la vida hay que encararla igual, no dejando que el azar marque nuestra ruta sino procurando que nuestra elección la oriente.
En definitiva, hay que tomar conciencia de la vida y no olvidar que, aunque sea muy divertido estas en la montaña rusa, el viaje se acaba.
Tengámoslo presente al bajarnos mareados de esta montaña rusa del COVID19, y pisemos tierra firme, despejemos la mente y caminemos sabiendo hacia donde vamos, porque como decía el emperador Marco Aurelio, «ningún camino es bueno para quien no sabe donde va».
En definitiva, mas que “Carpe diem” gritemos “Vive la vida” y seamos conscientes de que esta crisis sanitaria ha sido un serio aviso, una tarjeta amarilla, para que replanteemos nuestro modo de concebir la vida, en unos casos, las cigarras para que sean mas hormiguitas, y en otros casos, las hormiguitas, para que se diviertan como las cigarras. De ese modo, todos, -cigarras y hormiguitas- conseguiremos pasar el invierno.
Así que no tomemos a la literalidad lo de “Carpe diem” pues encierra un significado más profundo. Y dejémonos de palabras y pasemos a los hechos (Res non verba, que no quiere decir “vaca sin hierba” sino algo mas profundo), y los poderosos hechos son:
- estamos vivos;
- estamos rodeados de incertidumbre a escala planetaria, atmosférica, geológica y microscópica;
- estamos “solos” en el planeta con otros 7700 millones de tripulantes;
- tenemos el privilegio de tener conciencia, mente e imaginación;
- tenemos la libertad como cheque en blanco para rellenarlo con nuestras decisiones
- vivimos en sociedades, desde la familiar, a la pequeña del edificio, a la de la ciudad y la del continente o la global;
- sabemos comunicarnos con palabras, gestos y palpitaciones de corazón;
- y todos estamos conectados, además de telemáticamente, por algo mas importante: por compartir el privilegio de ser humanos, sentir como humanos y obrar en consecuencia.
¿En este contexto maravilloso, debemos angustiarnos, deprimirnos o volvernos egoístas?. No. Es tiempo de optimismo, vitalidad, solidaridad y sentirse copropietario responsable de un maravilloso planeta. Conciencia, esfuerzo y vivir dentro de las posibilidades reales.
La cuenta atrás de nuestro billete de ida avanza inexorablemente y no podemos perder oportunidad de disfrutarlo, aprendiendo de las impagables lecciones del coronavirus.
Después de este naufragio universal, de esta caída a los infiernos de la realidad, de esta evidencia de vulnerabilidad extrema, de esta desintegración de referencias, de este desnudo de apariencias, de esta revelación de mentiras amañadas disfrazadas de verdad, después de ¡todo este vacío!,… aún tenemos la oportunidad de volver a empezar, y de poder hacerlo, con más inteligencia, con más humanidad, con más equilibrio, con más cabeza (sobre los hombros) y más pies (sobre el suelo), con más corazón,… con más sentido.
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