Reflexiones vigorizantes

Vivir con plenitud

En tiempos donde nos asaltan noticias pésimas sobre la pandemia, desastres naturales, descontrol social y barbaridades, toca reflexionar más que nunca sobre nuestro rumbo en esta peonza que llamamos Tierra.

Como parece que hemos dejado de disfrutar cada día, esta viñeta de Carlitos y Snoopy me parece elocuente, pues encierra poderosas enseñanzas.

«Solo se muere una vez. Vivimos todos los días». No se trata del manido «carpe diem», de lo que egoístamente muchos consideran un pasaporte gratuito para hacer lo que les place y cometer torpes excesos. No. El «Carpe diem» de Horacio encierra otro mensaje.

La moraleja que comparte Horacio con la viñeta de Snoopy es que debemos ser conscientes de cada día, hora y minuto, de su potencialidad y fugacidad. Particularmente, en cuanto debemos aprovecharlo para destinarlo a aquello que nos hace sentir mejores y a poder ser, que nos permite mirarnos con orgullo en el espejo, y ganarnos el respeto de los que queremos. No debemos olvidar el sabio consejo atribuido al Dalai Lama, que posiblemente no lo dijo pero seguramente lo compartiría:

El hombre me sorprende, porque sacrifica su salud para ganar dinero. Luego sacrifica su dinero para recuperar su salud. Luego es tan ansioso sobre el futuro que no disfruta el presente; como resultado no vive en el presente ni el futuro; el hombre vive como si nunca fuera a morir, y muere como si nunca hubiera vivido.

Hay que saber jugar con las cartas que nos han tocado, mantener la serenidad y jugar con pasión. Todos tenemos alguna habilidad, don, saber hacer…Y bueno es sembrarlo para cosechar nuestra propia satisfacción.

Recuerdo cuando escribí mi primer libro (precedido por algunos pretenciosos borradores de cuentos y novelas). A principios de la década de los noventa, internet y los ordenadores eran cosa de ficción, y me tocó escribir con la vieja Olivetti de mi padre, usando papel carbón y un moderno tipp-ex para borrar los errores. Era una obra artesanal y que me parecía una catedral inacabable. Nada fácil trabajar, ser joven e intentar ser creativo.

El acopio de notas y bibliografía era tedioso, y la consulta bibliográfica era la propia de un ratón de biblioteca:  mordisqueando aquí y allí, por los pasillos, pasando y repasando hojas y lecturas hasta encontrar el fruto de algo valioso o útil. Finalmente, el libro acabó y fue publicado en 1991 con el título “La Universidad pública española: configuración actual y régimen jurídico de su profesorado”.

Si tuviese que hacerlo ahora, invertiría la quinta parte del tiempo y posiblemente el fruto sería cinco veces mejor. Sin embargo, ese primer hijo es el favorito, porque ahí está “sangre, sudor y lágrimas”, lastrado por las tremendas carencias de mi bisoñez pero compensadas por la voluntad.

Sin embargo, lo más valioso no es el contenido (aunque por entonces fue el primer libro de la democracia que se ocupó de la visión integral del estatuto del profesorado universitario, lo releo ahora con sonrojo por mi temeridad en publicar un texto manifiestamente mejorable). Lo realmente útil de tal obra, no fue hacia los demás, sino el efecto búmeran hacia el autor, pues me curtió en cinco virtudes o revelaciones.

El tesón, pues me impuso un régimen de hormiguita cuando las hormonas me reclamaban una vida de pantera.

El sacrificio, pues suponía sacrificar las horas de ocio con amigos o en actividades lúdicas y deportivas, para encerrarme a escribir y reescribir, leer y subrayar, reflexionar y anotar… Un bucle creativo interminable

El agradecimiento, pues tuve que contactar personalmente, cara a cara, con las numerosas personas que me facilitaron la labor. Nada de buscar por material internet, sino preguntar, ser pesado, pedir favores… todo para acceder a un artículo o libro donde aguardaba la perla. Además no contaba con más maestros o directores que mi amigo Antonio Arias, algo así como la ayuda de Bubba a Forrest Gump en el ejército.

La aspiración por el trabajo bien hecho, pues me demostró que los detalles importan, que no puede descuidarse la forma y el fondo, que siempre hay errores que reclaman corrección.

Y el valor del tiempo, porque nos permite cambiar nuestra pequeña historia, la próxima y la del mundo. Además, debemos «matar el tiempo» por legítima defensa ya que él nos matará a nosotros.

Desde aquella modesta obra han venido muchas otras, más cómodas, más libres y quizá menos trabajadas. Además aquélla obra no me reportó ningún beneficio económico, pero el rendimiento en términos de forja personal fue extraordinario.

Por eso, cuando hace unos días veía con mi hijo la serie Cobra Kay, en Netflix, que es la continuación de la ya mítica película Karate-Kid, no pude menos de sonreír y sentirme reconfortado ante aquel consejo del señor Miyagui para ser un gran karateka, pues ordena al joven Daniel que lave unos coches para luego “dar cera, pulir cera”, o sea, dar cera con la mano derecha y pulir con la mano izquierda.

Lo importante no es tanto ese ejercicio para ser luchador, sino que con la rutina, con la disciplina, con la dedicación, es como se consigue sacar lo mejor de uno mismo. Da igual que sea deporte, arte, juego o hábito. Conciencia (reflexión), constancia (voluntad) y paciencia (tiempo), ese es el trípode del éxito de una existencia digna y fructífera. No es una regla benedictina pero sí una regla que nos ayuda a nadar en las aguas turbulentas actuales. Al menos, a mí sí.

¡Y a mi hijo Alex!, pues con sus trece años, este domingo ha aprendido un gran secreto del Sensei José Ramón: “Hacer cama, tirar lo inútil, ayudar en casa”. En breve, recibirá la segunda lección. No sé si le servirán para su futuro, pero desde luego que su habitación será menos leonera y posiblemente le ayudará a ser mejor persona, pues cuando uno es niño tiene derecho a soñar y sentirse el centro del mundo, invencible y cómodo, pero los padres tenemos el deber de que no se lo crea y que despierte. Mejor que se entere ahora, a que la vida se lo enseñe a cornadas.

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