El eslogan Carpe diem parece el bálsamo que todo lo cura. Vale igual para ser dicho en un tanatorio que para justificar una noche loca, decidir una inversión arriesgada o para confirmar una decisión que los demás no entienden.
Es el mas sencillo y popular salvoconducto para hacer lo que viene en gana y además con la garantía de expresarse en latín.
Sin embargo, su uso no es tan recomendable ni eficaz como parece pretenderse. Veamos.
Viene al caso porque en el Diario La Nueva España de hoy (8/6/19) leo un brillante fragmento del profesor Sosa Wagner sobre la tiranía de la mortalidad, en versión actualizada de la conocida estrofa de Jorge Manrique:
Los reinados mueren como mueren los imperios y las modas, todo va y viene, todo aparece y desaparece en el torbellino del tiempo, ese sátrapa fiero e inclemente. No hay castillo que quede en pie ni gran superficie comercial que conserve su esplendor y su glamour, ni siquiera las tiendas de móviles se escaparán a este destino cruel. Hasta los elfos, los duendes o las hadas que creemos tan contentos en su mundo de candor y de misterio viven momentos de mudanza y temen por su supervivencia atrapados por la aparición de otras criaturas que van adquiriendo su corporeidad enigmática, su cualidad de seres iluminados.
Eso me llevó a reflexionar sobre la paradoja de que buena parte de los jóvenes – y no tan jóvenes- usan y abusan del mantra “carpe diem”, como coartada para hacer lo que les viene en gana, sin reparar en las consecuencias, ni en los sentimientos de los demás, ni en el futuro.
No es que hayan leído a Horacio, ni reflexionado sobre el sentido de la vida, sobre su fugacidad o los dones de la naturaleza. No. Lo mas probable es que la formulita mágica («Carpe diem») les viene de un WhatsApp, o de ser leída en una camiseta o tatuaje, o quizá de la ocurrencia de un colega que se quedó con la copla, o acaso por el derroche de erudición de la entrevista de un famosillo. Eso con el apoyo de la publicidad consumista, programas televisivos de reality show y un mundo donde lo instantáneo desplaza lo importante. Por eso, aunque lo usan con una interpretación distinta de la perseguida por el original, lo del “carpe diem” les vale para todo, tanto para justificar lo que se hace como lo que no se hace, tanto para anticipar como para posponer algo.
En efecto, el poeta latino Horacio (65-8 a.C.) nos legó “Carpe diem, quam minimim crédula postero”, o sea, “cosecha hoy, que no podemos confiar en si podremos mañana”.
La lectura interesada y popular que suele hacerse del “Carpe diem” es para aprovechar el momento, como truco para no contar con las consecuencias.
Veamos el triple uso desacertado e incluso disparatado, del “Carpe diem”.
Cuando se confunde “Carpe diem” con placer desatado.
Sobre la base del “carpe diem”, hay jóvenes que pasan noches de ruido, aturdimiento, alcohol o drogas, para ocultar que esa rutina salvaje les pasará peaje en salud física, mental y responsabilidad.
Cuando se confunde “Carpe diem” con intuición y no apoyarse en la reflexión.
Sobre la base del “carpe diem” muchos adultos toman decisiones radicales en la vida sin un mínimo de reflexión, apoyados en un momento pasajero de felicidad: afrontar un viaje soñado o adquirir un coche lujoso con un crédito que les será difícil pagar, divorciarse olvidando que la luna de miel de una noche loca solo dura una luna, dejar un trabajo seguro y aburrido por una quimera, irse al otro extremo del globo en pos de algo o alguien que nos cautiva y dejando las raíces de lo que nos alimenta, ponerse un tatuaje del que siempre se arrepentirá, etcétera.
Cuando se confunde “Carpe diem” con espontaneidad.
Así, hay personas que se apartan de la rutina y deciden tomarse un respiro, dejar la esclavitud de un deporte o actividad, cambiar horarios y rutas habituales, tomarse una copa o una alegría alimenticia, optando por relajarse saliendo de su zona de confort.
Pero veamos el sentido auténtico y belleza del Carpe Diem…
Es bello aferrarse a la conocida máxima “vive el día como si fuera el último de la vida”, pero solo si se interpreta como empuje a tomar decisiones por sí mismo y no someterse al criterio de otros; solo si se interpreta como aval para evitar postergar sueños cuando los obstáculos son nimios; y solo si se interpreta como necesidad de usar bien un momento que no volverá.
Pero jamás como coartada para el disparate de comportarse uno o varios días como si tuviésemos información privilegiada de que el fin del mundo será pasado mañana.
Es verdad que existe una gran e insalvable incertidumbre sobre lo que sucederá mañana y en ocasiones ese próximo mañana no traerá buenas noticias (accidente, enfermedad, engaño, decepción, catástrofes, etcétera). También es cierto que esa incertidumbre desaparece ante la certeza del inminente cambio de barrio cuando se diagnostica una enfermedad terminal o cuando se aproxima el siglo de edad, contexto que obliga a tomar ya decisiones urgentes y sin aplazamiento… y con amplísima libertad de criterio.
Sin embargo, lo normal (aunque no seguro) es que el infante sea después adolescente, y este de paso a un hombre o mujer maduros, y estos pasen la ancianidad. Esa es la hoja de ruta normal aunque no segura, tan normal como los viajes aéreos, en coche o por la montaña, que no quitan accidentes o percances que nos dañen o aparten de mas viajes.
Es curioso que los que se convencen del “carpe diem” para beber mas de lo que deben, para comer sin cuidarse, para abandonar sus responsabilidades laborales o familiares, para descuidar cultivar su mente, lo es solo a los efectos de tomar decisiones alocadas pero no hasta el punto de ser buenos samaritanos, donar órganos o de regalar su dinero, sus caprichos, su móvil, al primero que pasa o lo necesita. Al fin y al cabo, si el día se pasará y puede ser el último… ¿qué impide no emplearlo en el desenfreno sino en mejorar el mundo?
En suma, la utilidad del Carpe diem es aprovechar el día… para disfrutar pero también para esforzarse en sacarle el jugo. El momento no volverá pero su cosecha sí nos acompañará. El tiempo es para el ocio y descanso pero también para aprovechar la única herencia en vida de nuestros padres: un cuerpo, una mente y un alma que merecen ser usados y no despilfarrados. Vivir el presente no supone ignorar el futuro.
Se trata de poder decir al final, como la conocida canción de Sinatra:
he amado, he reído y llorado.
tuve malas experiencias, me tocó perder…
pero lo hice a mi manera.
NOTA FINAL.- Si alguien desea seguir sobre el tema, quizá le interese algún viejo post:
Ni anclado en el pasado ni suspirando por el futuro: Carpe Diem
Maneras de vivir: hijos del botellón y el whastapp
Adolescentes en libertad vigilada
O para montarse la vida en tiempos resueltos, tiene vigencia mi ensayo No somos muebles de clickea (Ed. Amarante, 2017).
No es que tengamos poco tiempo, es que perdemos mucho el tiempo. Y el tiempo, ya se sabe, no se detiene, ni espera a nadie. Por eso, hay de aprovecharlo. De forma positiva, productiva, responsable. Y, por supuesto, divertida.
Decir que no existe un ayer, ni un mañana es una completa falacia. Como expresaba el gran Machado «ni el pasado ha muerto, ni está el mañana -ni el ayer- escrito». Existen ambos y sobre sus olas «surfea» el hoy.
En función del -menor o mayor- aprovechamiento que le demos nuestra peculiar «tabla» acabará: bien estrellándose contra las rocas (es decir, que fracasaremos estrepitosamente en nuestra vida -personal, laboral y/o familiar-); bien alejándose de la costa arrastrada por las corrientes (esto es, que acabemos anclados en el pasado, sin capacidad de gobernar la situación, en una vida de indolencia, mediocridad e inmobilismo); bien desembarcando plácidamente en el puerto (es decir, que evolucionemos y avancemos como personas -en conocimientos, capacidades y talentos- para ser mejores, tener un -cierto- control sobre nuestra vida y asegurarnos -más allá de las malas jugadas del destino- un mañana).
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Me ha encantado todo en general. Me ha fascinado en particular esta frase que utilizaré de manera asidua: «es el mas sencillo y popular salvoconducto para hacer lo que viene en gana y además con la garantía de expresarse en latín.»
Realmente la obsesión por vivir sin límites es un error reiterado en la juventud porque tiene sus consecuencias tanto temporales como permanentes, pero a veces el ajetreo de la vida y la misma forma de vivir que tenemos nos lleva al hartazgo. Será que deberíamos ser reeducados en saber vivir para aprovechar realmente los años que se nos regalan al nacer. Como en todo, hay quienes nacen con el don de saber guiarse por las sendas de la vida.
Excelente blog, me suscribo.
Un saludo desde https://iurisfacil.com/
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