El sábado por la noche volví a ver la película “El gorrión rojo” (2018), película de drama y espionaje, de la que solo recordaba el título y la sensación de que me había gustado. Pero no recordaba nada de la trama, pese a que la había visto un año antes en pantalla grande con lo que la atención máxima estaba garantizada. Mi esfuerzo por recordar me llevó a tomar un atajo y colmar la laguna con la trama de otra película, “Salt” (2010). Reflexionando sobre la fragilidad de la memoria, me sorprendía que en cambio, recordaba las líneas fundamentales e incluso momentos clave de películas de suspense vistas en mi infancia y adolescencia (Vértigo, La Naranja Mecánica, etcétera) que habían quedado talladas para siempre.
Lo alarmante es que lo mismo sucede con los libros leídos.
Puedo devorar un libro, meterme en la trama y su contenido, dominar mientras lo leo su estructura, la línea de tiempo, el papel de los sujetos, el hilo conductor de razonamientos y sentimientos, y finalizar complacido. El problema es que ingenuamente pienso que su contenido será archivado por un invisible duendecillo en la memoria y que será recuperado cuando lo precise para hilvanar un pensamiento, mantener una tertulia o sencillamente para avanzar otro peldaño en mis personales reflexiones. Pero no. Su contenido suele quedar hundido en el fondo del pantano de la memoria y paradójicamente solamente recordaré cuando adquirí el libro, en qué lugar y condiciones lo leí, e incluso como es su portada. A lo sumo, me queda algo parecido a la sensación de Woody Allen cuando ponía en boca de uno de sus personajes la confesión de dominar un sistema de lectura rápida y que lo había empleado con éxito leyendo Guerra y Paz en diez minutos; al preguntarle por la trama repuso: «Va de Rusia».
Esta constatación es terrible. Me consuelo pensando que todo lo que visiono, leo o escucho está ahí, en alguna parte del cerebro, esperando un “Lázaro, levántate y anda”.
En el siglo XIX, el psicólogo Hermann Ebbinghaus demostró la llamada “Curva del olvido” que revela que tras las primeras 24 horas de aprender algo, se olvida grandísima parte de los datos recogidos, y en los días posteriores la pérdida es menor, hasta que se produce un residuo final que se mantiene firme. De ahí deriva la necesidad del repaso en estudiantes para poder anclar la información en la mente. Esa decadencia de la memoria hay que aceptarla, pues solamente en la ficción el personaje de Borges «Funes el Memorioso» contaba con la habilidad o maldición de recordarlo absolutamente todo, tratándose de Ireneo Funes, un campesino que tras caerse de un caballo y golpearse la cabeza con fuerza recupera la conciencia con esa increíble habilidad: «Sospecho, sin embargo que no era muy capaz de pensar. Pensar es olvidar diferencias, es generalizar, abstraer. En el abarrotado mundo de Funes no había sino detalles, casi inmediatos».
Aunque todo dato está llamado a la evaporación, sin embargo, cuando leemos un libro, el periódico o vemos una película, no nos esforzamos en retener, ni queremos repasarlo, por nuestra cándida confianza en que jamás lo olvidaremos.
Además, la dependencia de internet nos lleva a consumir muchísima información por unos instantes, pero se da la paradoja de que es más volátil que la que nos ofrece el papel, aunque todos la guardamos en archivos en el ordenador o en la nube, para repescarla.
Internet es ahora la memoria externa de casi todos, pero cada vez me sucede más frecuentemente eso de «Lo leí en alguna parte, pero no sé donde, ni quien lo decía, ni qué comentaba».
En su famoso diálogo Fedro, Platón cuenta una deliciosa historia sobre la actitud del rey de Egipto, Thamus cuando la divinidad Theuth (dios de la escritura y la ciencia) le mostraba los adelantos para su pueblo:
Pero, cuando llegaron a lo de las letras, dijo Theuth: «Este conocimiento, oh rey, hará más sabios a los egipcios y más memoriosos, pues se ha inventado como un fármaco de la memoria y de la sabiduría.» Pero él le dijo: «¡Oh artificiosísimo Theuth! A unos les es dado crear arte, a otros juzgar qué de daño o provecho aporta para los que pretenden hacer uso de él. Y ahora tú, precisamente, padre que eres de las letras, por apego a ellas, les atribuyes poderes contrarios a los que tienen. Porque es olvido lo que producirán en las almas de quienes las aprendan, al descuidar la memoria, ya que, fiándose de lo escrito, llegarán al recuerdo desde fuera, a través de caracteres ajenos, no desde dentro, desde ellos mismos y por sí mismos. No es, pues, un fármaco de la memoria lo que has hallado, sino un simple recordatorio. Apariencia de sabiduría es lo que proporcionas a tus alumnos, que no verdad. Porque habiendo oído muchas cosas sin aprenderlas, parecerá que tienen muchos conocimientos, siendo, al contrario, en la mayoría de los casos, totalmente ignorantes, y difíciles, además, de tratar porque han acabado por convertirse en sabios aparentes en lugar de sabios de verdad.»
Es curioso que Platón recela de la escritura porque acaba con la memoria. Quizá se precipitó, porque no sólo su obra nos ha llegado por escrito sino que la historia ha demostrado que los beneficios de la escritura han sido mayores que sus inconvenientes. Pero ¿Qué hubiera dicho Platón de Internet y las nuevas tecnologías?. Internet se ha convertido en nuestra mochila de datos, en nuestra navaja suiza que ofrece la información que no recordamos o que precisamos de forma rápida y exacta.
Nuestros móviles son la puerta a internet, y portan nuestros datos, volviéndonos mentalmente perezosos; de hecho, los de nuestra generación controlábamos decenas de números de teléfono de memoria y ahora nos cuesta retenerlos; también solíamos consultar mapas y orientarnos por referencias, pero hoy google maps acabó con el suspense; además consultábamos palabras en diccionarios o datos en enciclopedias y el acto pausado de averiguación garantizaba su recuerdo futuro, pero hoy internet nos facilita a velocidad de vértigo información que desaparece a la misma velocidad. Quizá en la próxima década se podrá valorar el impacto real de este relajo en el uso de memoria.
En suma, habrá que esforzarse por fijar los datos que nos interesan, y sobre todo filtrar la información inútil que nos ofrece la televisión, la radio, lecturas o películas, pues cada uno debe abandonar cuando avisa ese sexto sentido tan desconocido como no atendido: el sentido de percibir que “se pierde el tiempo”.
NOTA FINAL.- Sobre este tema – memoria y tempus fugit– ya anteriormente expuse…
El mal trago de olvidar los nombres pero no las caras
Lo bueno recordado, si compartido, dos veces bueno
Solo los muertos saben la vida que han vivido y lo que han leído
Con internet -o San Google- ya no tiene sentido decir: «lo tengo en la punta de la lengua».
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Olvidar es, es ocasiones, tener buena memoria. Solo que hay recuerdos que nuestra memoria quiere que signifiquen algo y recuerdos que no.
Nacemos cada día y somos la historia de cada día. Por eso, para protegernos de los peligros del día y facilitarnos que vayamos más ligeros y avancemos más, la memoria nos inmuniza de esa enfermedad endémica de nuestro pasado que son los recuerdos negativos e irrelevantes y nos ayuda a desprendernos de su pesado lastre.
Aunque la esencia de una persona, afortunadamente, sea mucho más que su memoria, sin memoria no se es persona. Porque gracias a ella podemos acceder a nuestra identidad, conocer a los demás (socializarnos) y consolidar nuestro propio aprendizaje (habilidades y destrezas, conocimientos y cultura y compresión del lenguaje y escritura). Tan es así que puede afirmarse que el verdadero sudario de los muertos es el olvido.
Quizás sea por eso que tengamos la esperanza de dejar un buen recuerdo entre quienes queremos, apreciamos y tratamos: para que no nos olviden, para seguir viviendo.
PD La escritura de estas notas me ha traído a la memoria a un entrañable comentarista de su otro Blog. Su educación, humanidad, conocimiento y personalidad marcaban sus comentarios. Se llamaba Alfonso. Era un joven señor mayor. Usted tuvo la generosidad y el acierto de hacerle un homenaje en forma de artículo («Alfonso, los ochenta son para vivirlos»). Me temo que fue una de las últimas alegrías que pudo disfrutar. Con su revivido recuerdo quisiera creer que, de alguna manera, sigue con nosotros y nos susurra al oído (aunque no lo podamos oír) su siempre personal, trabajada e interesante opinión.
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