Cuando madrugo los domingos y me rodea el silencio, la quietud y la paz, en casa y fuera de ella, no puedo menos de suspirar aliviado ante el tumulto social y político que vivimos.
Creo que a los que venimos de la segunda mitad del otro siglo y nos iremos en la primera mitad de este, nos preocupa especialmente la incertidumbre que nos invade.
Frente a la tentación de dejarme abandonar y sentirme como especie a extinguir, sigo agitándome con curiosidad y vitalidad. Curiosidad por lo que pasa y reflexionar para conseguir cambiarlo. Y vitalidad para poder tener tiempo para disfrutar de las pequeñas cosas, de las tertulias, de los ágapes con amigos y de poner por escrito ideas antes de que se escapen. De hecho, hace poco tuve un encuentro memorable, en aldea perdida de Asturias, con otros nueve amigos (más de quinientos años de experiencia en la misma mesa), con sidra y cazuela, risas y recuerdos, seguido de paseo rural. Momentos que ni se venden por Amazon o el Corte inglés, ni tecnología que lo facilite, ni se olvidan, pero se disfrutan intensamente y te animan más que cualquier fármaco, psiquiatra o éxito profesional.
Así que finalmente me resulta sumamente clara y refrescante, la constatación del valor de nuestra generación (los perplejos cincuentones) tal y como lo muestra una una entrevista al Diario La Nueva España (8-IX-19) ofrecida por el ensayista Carl Honoré (Edimburgo, 1967) autor de “Elogio de la experiencia”, quien no me dice algo nuevo, pero lo dice de forma clara, lúcida y tajante, y me reafirma en el tremendo valor de la edad madura y sus posibilidades (en línea con mis reflexiones de cada cumpleaños). Veamos tres importantes y certeros diagnósticos que nos muestra el autor, y que no debemos olvidar.
A partir de los 50 mejoran las aptitudes sociales:
En las aptitudes sociales, por ejemplo. Los estudios demuestran que con los años tienes más facilidad para ponerte en los zapatos del otro y dispones de mayor sentido de la empatía que de joven. Esto es fundamental para negociar, colaborar y liderar grupos. También logras hacerte una idea de conjunto con más agilidad, ves el bosque, no solo los árboles.
Pero sobre todo, algo que todos percibimos con los años, y es primar nuestra voz interior sobre la ajena:
Cada vez te importa menos la opinión que tiene la gente sobre ti. Después de cumplir 45 años, te resbala un poco el qué dirán. Se da en todas las culturas y estratos sociales: con la edad, estás más seguro de ti y satisfecho del lugar que ocupas en el mundo, por lo que sientes menos miedo a decir lo que piensas. En tiempos como los actuales, en los que la gente es muy influenciable, es fundamental tener al frente de las empresas y los organismos a personas con criterio propio que eviten el aborregamiento. Y eso solo te lo da la edad.
Junto a ello, la tercera edad lucha por vivir mas intensamente:
Las sociedades están envejeciendo y cada vez va a haber más personas mayores de 50 años dispuestas a agarrar la vida por el pescuezo y exprimirla al máximo para aprovechar hasta la última gota de felicidad. Nada que ver con la imagen que teníamos antiguamente de la edad madura. Además, es gente con mucho poder adquisitivo. Si no lo hacen por humanidad ni por sentido común, las empresas y los gobiernos se van a ver obligados a dignificar a los mayores por interés. De hecho, ese proceso ya ha empezado.
Y añado, si a esta edad ya es muy posible que no cambiemos de manera de pensar en lo sustancial es hora de poner en práctica nuestra experiencia y conclusiones. Nada de dejar que la soledad se apodere de nuestra vida. Ni la resignación. Se tiene la edad que se siente no la que dicen los asientos del registro civil.
Repasemos sobre nuestra edad, que como contrapartida por los aldabonazos de salud o decepciones nos ofrece un tesoro: Tenemos mayor empatía y capacidad de tolerancia. Tenemos mayor autoestima y respeto por nuestra voz interior que el ruido e intoxicación de fuera. Y tenemos más ganas de vivir. O sea, disfrutemos sin excusa y no caigamos en la trampa de ser pasivos, de salir para dejar entrar, o de considerarnos en la retaguardia. Nada de eso. Que no nos empujen, que ya nos bajamos. No todos podemos ser Mike Jagger sobre el escenario de la vida, pero sí primer protagonista de la nuestra.
Así que con esta dosis de ánimo, no dejemos de remar. El mundo nos aguarda. Sentirnos mayores de edad nos permite mirar a nuestro interior con mayor serenidad y lucidez, pero también nos facilita salir al exterior sin prejuicios, y hablar, y discutir, y brindar, y valorar la luz e incluso la lluvia, y sentirnos parte del universo. No algo separado y desechable, sino que somos parte del todo, vivos y coleando.
Ahora entiendo porque me siento tan bien….tengo 46!!!
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Hoy, las cosas han cambiado. Los seres humanos estamos en continua construcción y aprendizaje y llegar a cierta edad (o jubilación) no supone una excusa para dejar de hacer cosas o pararnos. No, no es cuestión de edad. Es cuestión de poner vida a los años. De estar siempre creciendo. De saber aprovechar nuestra experiencia, capacidad, criterio y conocimiento. De compensar, de sobra, lo que vamos olvidando con lo que vamos aprendiendo. En suma, de permanecer constantemente vivos, activos y en movimiento (sí, coleando).
Jonathan Swift lo resumía a la perfección al afirmar: ojala vivas todos los días de tu vida. Picaso lo completaba al decir: lleva mucho, mucho tiempo, llegar a ser joven; y al aclarar: la juventud no tiene edad. Muhamed Alí (sí, el gran Cassius Clay) lo matizaba al declarar: aquel que ve el mundo a los cincuenta igual que a los veinte ha desperdiciado treinta años de su vida. Y Azorín lo despachaba al indicar: la vejez es la pérdida de la curiosidad (y con ello, el añadido es mío, de la actividad -mental-, la ilusión, el entusiasmo y …el carecer de mañana).
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