Reflexiones vigorizantes

No entiendo pero lo intento

Hoy he dado un solitario paseo matinal por el campo de Cartagena, aunque cuando uno cree que pasea solo, realmente está acompañado consigo mismo. Una estupenda ocasión de escuchar nuestra voz interior y reflexiones. En palabras del poeta Lope de Vega: “A mis soledades voy, a mis soledades vengo, porque para andar conmigo me bastan mis pensamientos”.

Me preguntaba cómo era posible que la vida o el contexto en que nos movemos (político, sanitario, educativo, económico y global) se hubiese vuelto tan inestable. Tan impredecible. Tan cambiante. Tan incómodo. Tan desagradable.

Soy de una generación que tuvo siempre claro el contexto y el marco de la hoja de ruta vital. Un poco de esfuerzo, algo de diversión, respeta a tus mayores, no dejes de leer y escribir, la cultura es un regalo, el tiempo es para vivirlo no para matarlo, estudia aunque no esté en los libros, lo  de todos nos importa a todos, critica pero con respeto, respeta a quien te critica con ídem, los extremos ideológicos no son de fiar, funda una familia, busca un trabajo que te aporte y en que tu puedas aportar, festeja actos familiares y consuela en los actos tristes, no hagas lo que no quieras que te hagan, etcétera.

 No eran reglas escritas, y cada uno aplicaba excepciones al gusto, pero creo que buena parte de los jóvenes de mi generación teníamos interiorizada esa visión. Con mayor o menor fortuna, con mayor o menor religiosidad, con mayor o menor osadía vital, creo que nuestra generación había asumido ese paradigma para disfrutar de gotas de felicidad, encontrando eso que se llama nicho de confort, quizá manifiestamente mejorable o imperfecto, pero nos brindaba serenidad.

Sin embargo, parece que todo ha estallado como una pompa de jabón. No proceso bien lo que está sucediendo.

No entiendo una guerra promovida por un loco que tiene en jaque la paz de la humanidad. No entiendo que las leyes educativas prescindan de deberes, de calificaciones y se pase de curso por inercia. No entiendo que todavía los móviles, instagram y otras redes sociales, playstation y otros artilugios, no lleven incorporado por ley la obligación de informar que “Su uso puede perjudicar la atención y potencialidad cognitiva de los menores de catorce años”. No entiendo que tratemos a la adolescencia como la bella durmiente pese a que no será despertada por un príncipe con dulzura sino por los zarandeos de la amarga realidad.

No entiendo que pese al tremendo esfuerzo público y social en expulsar la violencia de género, todavía queden cafres que prefieren hostigar, golpear o matar, antes de alejarse donde no dañen.  No entiendo que dos vividores de alta cuna, que lo tienen todo, aprovechen para estafarnos a todos, con la venta de mascarillas y realizar obscenas adquisiciones de vehículos de alta gama. No entiendo que fuese noticia en Asturias que un salvaje apuñalase a su amigo por una disputa de tute, ni que un moldavo con antecedentes asesinase a una niña de quince años cuyo error fue vivir en el mismo edificio.

No entiendo que estén masacrando ciudadanos a cuatro mil kilómetros y que podamos – y me incluyo- disfrutar de las vacaciones, procesiones y jolgorio. No entiendo que se ponga fin a la práctica totalidad de prevenciones frente a la pandemia por decreto tras la semana santa, como si el virus se sintiese obligado.  

No entiendo que se grite tanto, que se mire de forma aviesa, que se reclamen tantos derechos, que tatuajes y herrajes oculten la persona. No entiendo que «usted», «por favor» y «gracias» estén en trance de extinción.

No entiendo la economía (los profetas no aciertan una), la política (los falsos profetas mandan) ni el arte (no se necesitan críticos cuando lo estético se percibe personalmente con el corazón y emoción). De trigonometría y mecánica cuántica, ni hablamos.

No entiendo que en vez de medidas preventivas sea precisa una huelga de transporte salvaje para que el carburante se bonifique. No entiendo que tenga la tercera edad que salir a la calle en pie de guerra para que los bancos les atiendan como seres humanos con rostro. No entiendo que la política de todos esté lastrada por los gritos de sectores radicales tanto de izquierda como de derecha.

No entiendo que se necesiten energías alternativas al carbón y el petróleo, y que no acudamos a la energía nuclear por el miedo a las catástrofes del tipo de Chernobyl y Fukushima (la primera, remota y la segunda, con incidencia del tsunami, pero ambas sirvieron para mejorar la seguridad) . No entiendo como podemos prescindir del crimen del calentamiento global, olvidando como alerta la Universidad de Harvard que la “La Organización Mundial de la Salud ha declarado que la contaminación del aire urbano, que es una mezcla del producto de los actuales combustibles (ozono, aerosoles orgánicos tóxicos, partículas y metales pesados) causa 7 millones de muertes al año ( 1 de cada ocho personas)”.

No entiendo que quienes se suponen que deben entender, porque mandan, no nos proporcionen a los ciudadanos eso tan bello y tan simple expresado en la Declaración de independencia de EEUU (Virginia, 1776), que creo compartiríamos toda gente de bien: «el derecho a la libertad, la igualdad ,la búsqueda de la felicidad y obtención de la seguridad». Esa debería ser la única regla universal. Todos la deberíamos tener con letras de neón en el cerebro. No entiendo que cuantas mas leyes, reglamentos y jurisprudencia acumulamos, más enterrados parecen quedar los valores, el sentido común y el bienestar que merecemos.

Con este pensamiento caótico y sin encontrar respuestas, aunque intuyendo que son delirios de cascarrabias de edad (no de la edad de las pasiones sino más bien de la edad de las pensiones) me encontré en mi camino con estas dos señales de tráfico, que fotografié a tiempo real.

 Me di cuenta de que esas normas de tráfico, esas señales que debían cumplir su misión de marcar el camino correcto, para evitar accidentes y daños, estaban tan abandonadas y dañadas como las que hoy día pretenden regularnos la vida. Un abandono total.

Llegado este punto, constatados los síntomas y hecho el diagnóstico, no tengo receta ni terapia. Así que me limitaré a intentar mantenerme y consolarme como aconsejaba el conocido Poema de Kipling:

«Si guardas en tu puesto la cabeza tranquila,
cuando todo a tu lado es cabeza perdida…

Si llenas el minuto inolvidable y cierto,
de sesenta segundos que te lleven al cielo…

3 comentarios

  1. Estar cuerdo en un mundo cada vez más absurdo y desquiciado es todo un problema. Pero, ¿qué se puede hacer? Adaptarse, resistir, enfrentarse, cambiar razón -individual- por locura -colectiva-, pasar olímpicamente o simplemente dejarse llevar por la corriente…para poder sobrevivir. La respuesta dependerá de cada uno de nosotros.

    En mi opinión, no es de recibo dar crédito a la enmienda a la totalidad que por esta vía se hace a nuestras vidas. Ni, tampoco, tener que renunciar a lo que somos, nos sirve de pauta (mapa, timón, motor y anclaje) y nos da equilibrio y sentido como condición implícita para poder entrar o permanecer en el este paraíso –infernal- de los nuevos –malos, convulsos y estúpidos- tiempos. No, la solución no pasa por convertirnos sin más en forzosos conversos, por mucho que una locura mayoritaria o globalizada, como la actual, pueda acabar siendo…cordura oficial. Pero tampoco por mantenernos inermes ante lo que sucede en el mundo, pues un exceso de cordura –e inmovilidad- puede acabar siendo…locura. Y dejarnos fuera de juego.

    La alternativa podría consistir en disponer de una especie de doble nacionalidad vivencial (una: la de nuestras raíces, saberes, pensares y sentires; otra: la del perturbado y trastornado mundo actual en el que debemos vivir;) de ejercicio simultáneo y compatible en función del ámbito en que nos encontremos (el personal; el familiar; el profesional; el social; el de lectores, espectadores y oyentes; el cultural; el de ciudadanos; el de votantes; etc.).

    No está en nuestras humildes manos el poder cambiar el mundo. Pero sí el intentar cambiar a sus habitantes. Esa es la vía.

    P.D. Escribir es tratar de comprender. Pero, a veces, aunque la escritura fluya a borbotones, lo inteligente es no comprender…para seguir sabiendo.

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