Semblanzas

Que feliz se vive en el campo recordando la vida de ciudad

Cuando uno se compra una finca en zona rural, con su casita, prado, arbolitos y setos, debería venir -como algunos niños– con manual de instrucciones. Al menos para los que no somos biólogos ni campesinos, ni nos hemos dedicado a cultivar otra cosa que la mente con lecturas ajenas al mundo verde.

Informaré que acabo de experimentar la mutación de hombre urbano, de acera y semáforo, de centro comercial, de ruidoso tráfico y con vecinos en la misma colmena, por la de hombre de campo, casita unifamiliar y árboles enormes. Nada menos que tres mil metros cuadrados (me hace sentir un ranchero), con maravillosas vistas de montaña y valle. El entorno ofrece paz, bosque, pradera, vacas pastando y cabras retozando, halcones sobrevolando, y jabalíes al acecho. Pocas personas y las que hay, parece que no usan el reloj, pero sí las piernas mientras pasean respirando salud. Pero tranquilos, no estoy en el valle perdido sino a escasos quince kilómetros de mi madriguera (Oviedo).

El aterrizaje en esta burbuja verde ha sido reciente. Comprar una finca y casita a mi edad, con el esfuerzo propio de toda pareja, y en tiempos de crisis económica y energética, es una temeridad, pero también es cierto que los sueños no deben posponerse al infinito. Además, pensándolo bien, tener una hipoteca por un plazo que supera mis expectativas teóricas de vida es un buen negocio, porque en su vencimiento me habré mudado a una parcelita subterránea, con vecinos silenciosos y pocas visitas.

 Esta aventura vital tendrá final feliz, pero el inicio del camino se revela laborioso. Los seis magnolios son una incesante fábrica de hojas enormes y brillantes que alfombran el camino interior hacia la casita. Y la casita, lógicamente ha habido que limpiarla, pintarla, acondicionarla, portear muebles y gastar lo divino y lo humano.

 La caldera parece que no lleva bien el cambio de dueño y se resisten a actuar, hasta que contrato ese operario especialista, quien acude desde su empresa «haciendo un favor» y me lo soluciona en un santiamén (mientras yo le soluciono con lo que le pago, las vacaciones de la familia).

Lo de la hierba es maravilloso. Tan verde y cuajada de bellas flores hace un mes, cuando la mostraba la agencia inmobiliaria y hoy casi convertida en la jungla. Al estilo de muchas personas que presentan la mejor cara en la entrevista laboral o profesional, y cuando las contratas se ofrece crudamente la distancia entre «lo pintado y lo vivo». Pero es un reto a afrontar, así que he dedicado una tarde y sometido a fuerte tensión a la cuenta bancaria, para dotarme del equipo propio de los cazafantasmas en versión jardinería: desbrozadora (un prodigio, parece un fusil de asalto), tijera de podar ( que se empeña en empezar por los dedos que tiene “más a mano”, nunca mejor dicho), podadora de altura (con curvatura para los setos altos), segadora con motor (que hay que empujar, o paradójicamente frenar), guadaña (reliquia que me lleva a admirar a nuestros abuelos), sopladora (que me hace resoplar), rastrillo ( que se enreda en la hierba cuando quieres arrastrar) y sacos de plástico enormes (para rellenar, pero no lo hacen por sí mismos). Ah, también he comprado una pala y una azada. No sé para qué, pero creo que me integra mejor en el ecosistema.

Pero comprar los libros de inglés no garantiza aprenderlo, así que tampoco comprar los instrumentos de jardinería garantiza el resultado. Cortar hierba es fácil, y hacerlo de forma errática también, pero lo de recogerla es un problema con el que no había contado, como Napoleón no contaba con el invierno ruso. Un contratiempo enorme. Queda diseminada, cambia de color por momentos y vuela. Además, la hierba cortada se convierte en producto clandestino porque no sabes como librarte de ella sin cometer una torpeza o infracción.

En suma, he aprendido cosas curiosas:

  • El trabajo del campo merece todo el respeto del mundo. Es un tópico representado por Sorolla lo de «luego dicen que el pescado es caro», pero me temo que las hortalizas y frutas son baratas, porque no es fácil conseguir que la naturaleza te entregue sus frutos, y menos para torpes como yo.
  • La buena hierba no crecerá donde quieres, pero lo hará en las grietas de las baldosas.
  • La mala hierba crece al mismo ritmo que se arranca.
  • Por muy larga que sea la pértiga del cortasetos, siempre se queda corta.
  • Lo de que las ortigas pican, no es cosa de la edad: de adulto también lo siento.
  • Los espinos cobran vida propia y aplican la legítima defensa pues te abrazan con pasión y me han dejado con tantas cicatrices que parezco tatuado por un profesional.
  • Las palmeras son hermosas pues  alojan en su copa cientos de pajarillos, que alegran el corazón, aunque más se alegra mi cuerpo pues no requieren mantenimiento. Lo mismo digo de mis manzanos, un álamo (llamado árbol del pueblo), y dos cipreses del Himalaya (¿como habrá llegado aquí esa especie?), un ciruelo rojo (no da fruto, como la higuera seca de la biblia) y un solitario olivo ( no espero aceitunas pero provoca reflexión).
  • La fauna diminuta va de vacaciones por tus piernas y brazos, con overbooking de insectos, escarabajos y arañitas.
  • Lleva su tiempo conseguir que tres grifos en tres puntos distintos y distantes, estén conectados con otras tantas mangueras usando válvulas y conectores que no siempre encajan ni se ajustan. Un auténtico puzle para los novatos como yo.
  • Ah… lo de cortar hierba o podar debe hacerse fuera de las horas de sol. Lo he aprendido tostándome y sudando de lo lindo. Y por supuesto, camiseta con mangas largas, pues más vale sufrir calores que picores.

La piscina tiene historia. Con sus bordes de hormigón blanco antideslizante, ducha inmediata y agua cautivadora, ofreciendo frescor en días sofocantes. Y sus saltamontes sedientos, y hojitas flotando, y una depuradora que solo puede manejar un piloto de bombardero. Para acertar con el producto que mantenga idónea el agua hay que ser herbolario, médico forense o masón: desinfectante, algicida, floculante, antical, mantenedor de ph,etcétera. Da miedo bañarse en una piscina que tenga todo eso sin formar parte de un experimento, pero también si no la tiene. En todo caso, no confiaría mucho en la piscina que me tenga por responsable. Por cierto, la depuradora se ha parado y gracias a youtube he averiguado que un condensador se ha quemado (sigo sin saber que es ni como funciona), pero parece que puedo cambiarlo yo solito, no vaya a ser que venga otro técnico como el de la caldera; ya saben, tanto por urgencia, tanto por la salida, tanto por ser domingo, tanto de material… tanto por ser un cliente tonto, etcétera.

Lo del pastor belga de dos meses que ahora forma parte de mi “familia extendida” tiene también su canto. No he adoptado ningún señor que apacienta ovejas en Bélgica sino un cachorro que tuve que buscar en Bilbao y que debe ladrar en vasco, porque no se le entiende bien. Ya me ocuparé de él otro día.

Eso sí, los pajaritos cantan y el sol me acaricia. Qué bello es el campo. Pero no cuando acampas sino cuando tienes unas mínimas comodidades.  Lo que está claro es que se duerme mejor con la tranquilidad exterior y además, aquí la sidra sabe mejor.

Creo que un jardín encierra magia y misterios, pero como el camino de Santiago, hay que sufrirlo para disfrutarlo.

¡ A vuestra salud!

5 comentarios

  1. Querido José Ramón y familia, de todo corazón: ¡enhorabuena! Que sean muy felices en su nuevo hogar y lo disfruten y compartan con salud, alegría y armonía.

    Aunque, tras darnos cuenta de la estupenda noticia: ¡el cambio de nido a uno mejor! (más natural -sano, libre y tranquilo- más espacioso, más personal -unifamiliar- y más ambicioso y soñado), saque a relucir su lado más socarrón y desenfadado, ese de puntilloso fiscal que analiza y magnifica los inconvenientes reales del nuevo (la casa, con trocito de naturaleza -árboles, animales, bichitos, césped y hierbas- y piscina) con anestesiante sentido del humor, lo cierto y verdad es que es la vida realmente vale cuando tienes el valor de ¡enfrentarla! y ustedes lo han hecho.

    La vida que tiene vida es esa, la que evoluciona, se compromete y respira.

    La de «El no te rindas» del poema de Benedetti:

    “No te rindas, aún estás a tiempo
    de ALCANZAR y COMENZAR DE NUEVO,
    aceptar tus sombras,
    enterrar tus miedos,
    LIBERAR EL LASTRE,
    RETOMAR EL VUELO.

    No te rindas que la vida es eso,
    CONTINUAR EL VIAJE,
    perseguir tus sueños,
    DESTRABAR EL TIEMPO,
    CORRER LOS ESCOMBROS,
    y DESTAPAR EL CIELO (…)»

    La del «Carpe Diem» del Walt Whitman:

    «No permitas que la vida, te pase por encima sin que la vivas…»

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  2. Magnifica decisión amigo Chaves, no se agobie con el trabajo hágalo como relax y donde no llegue contrate. Felicidades
    vrmv

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  3. Enhorabuena por ese cambio que te proporcionará más calidad de vida, relajación mental y mejor forma física. Lo de que la palmera no requiere mantenimiento … ya lo verás.

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