Claves para ser feliz

El canario de la mina de nuestra salud

 Es sabido que los mineros en el siglo XIX sufrían gases tóxicos incoloros e inodoros que le provocaban enfermedades e incluso la muerte. Dado que los canarios respiran más rápido que los humanos y son más sensibles a los gases tóxicos, se extendió la práctica de llevarlos a las minas de carbón, de manera que cuando el minero veía que el canario se adormecía o fallecía, era señal de la proximidad de emanación de gases y había que abandonar el trabajo hacia lugar seguro.

 Pues bien, con el tiempo el ser humano afronta infinidad de actividades y no todas son buenas. A veces desempeña un trabajo ingrato y percibe señales de su falta de interés o desprecio del patrono, y debe cambiar. Otras se enamora y se constatan síntomas preocupantes de que “se rompió el amor” y hay que reconvertir la relación. O la práctica de un deporte en la juventud que requiere fuerza, resistencia o riesgo, y llega un momento en que se jadea sin hacer deporte y hay que pasar a cosas más sosegadas.

 Debemos ser lectores de los síntomas de nuestra comodidad vital. No solo cambiamos “literalmente” de piel cada siete años, y de sangre cada cuatro meses, y de mentalidad cada diez (algunos nunca), sino que debemos estar alerta a las señales de la salud que nos invitan o imponen (según se mire) a cambiar de hábitos.

 No se trata de algo tan elemental como dejar de fumar (los que todavía lo hacían), de conducir los octogenarios avanzados (que deberían haberlo dejado), asestarse lingotazos de alcohol (que nunca deberían haberse asumido) o ventilarse cenas copiosas ( aprendiendo tarde lo de “de grandes cenas están las sepulturas llenas”). Se trata de algo más sutil. Quizá renunciemos a una vida como la de Keith Richards por algo más aburrido, pero intuyo que mucho más gratificante.

En mi caso, unas punzadas en las lumbares me van limitando mi capacidad de permanecer en pie, el correr o caminar prolongadamente. La vista comienza a dar problemas mayores. Es hora de tomarse la vida con calma y aplicar actividades alternativas como la natación. O cuando percibo que demasiadas tareas intelectuales me apartan de los deberes de reflexión personal, lo que me lleva a orientarme hacia el clásico Beatus ille, de Cicerón: “Dichoso el que…”: disfruta de la naturaleza, busca la paz, saborea el reencuentro con amigos, disfruta de su familia, reposa viajando con un libro, rememora grandes momentos en paz…

También es el caso de un enorme amigo, en que el peso de la responsabilidad y el estrés, pese a su hercúlea capacidad de trabajo, deben llevarle a tomarse el descanso del guerrero. Mi padre me enseñó a conducir y siempre recordaré que me dijo que un vehículo puede ir revolucionado sin problemas para adelantar u otra maniobra ocasional, pero si está revolucionado constantemente, o lo que es peor, revolucionado con marchas cortas que no toleran bien el rugido y la tensión, se quema el motor.

 Eso me lleva a pensar que la vida hay que vivirla, con pasión y abriendo los poros y la mente, pero sin caer en la torpeza de forzar la máquina (ni la física ni la mental) que puede poner término a este breve juego que llamamos vida. Con razón Ortega y Gasset advertía que “vivir no es hacer, sino decidir”, y lo primero, decidir sobre nosotros mismos.

Que nadie nos venda la moto, ni nos la vendamos nosotros mismos, de que podemos forzar más la máquina, de que nuestro sentido de la responsabilidad debe llevarnos a sacrificar paz por zozobra. O que el esfuerzo se justifica por ganar un poco más de dinero, por atesorar más cosas que no se podrán disfrutar o por sentirse útil para los demás. Ni hablar. Viene al caso la célebre frase que se atribuye al Dalai Lama:

Lo que más me sorprende del hombre occidental es que pierde la salud para ganar dinero. Luego pierde el dinero para recuperar la salud. Y piensa tan ansioso en el futuro, que no disfruta el presente, por lo que ni vive ni el presente ni el futuro. Vive como si no tuviera que morir nunca y muere como si nunca hubiera vivido”.

 O sea, prestemos atención al canario de la mina de oro que es nuestra vida. Un dolor inesperado, una fatiga persistente, un mareo terrible, unos olvidos inadmisibles…pueden ser señales de que debemos analizar lo que pasa, y con valentía, incluso preventivamente, cambiar el rumbo de la vida. Los primeros en llegar al cementerios suelen ser quienes apuran la vida al límite. El juego de la película “Rebeldes sin causa”(1955) en que gana quien aproxima el vehículo a mayor velocidad al borde del precipicio, sin saltar, no pasa de ser un juego temerario. La vida es algo serio y como en esa otra película “El cartero no llama dos veces”, nuestro canario favorito solo avisa una vez.

Y lo digo egoístamente, pensando en que mis amigos tienen que cuidarse para no privarme de su gratificante compañía, y yo haré lo propio.

Parafraseando al escritor japonés Murakami: “La persona que sale de una tormenta, no vuelve a ser la misma». Y si sigue siendo la misma, es un majadero, pero no veo la necesidad de ser grosero.

1 comentario

  1. La vida es cambio -continuo e inevitable- y renuncia. A lo largo de sus hitos buscamos adaptarnos, dejar de ser vulnerables y controlar sus nuevos riesgos. Por eso aprendemos que crecer…es despedirse y que somos… la suma de nuestras renuncias.

    Aunque a veces nos resistimos porque todo cambio supone un reto y provoca incertidumbre y miedo, cuando el sufrir resulta más amenazador e inquietante que el variar no nos queda otra salida, salvo que seamos inconscientes, temerarios o ciegos, que cambiar de dirección y abdicar de ciertos hábitos, personas y/o cosas (lastrantes y perniciosas). Pero, eso sí, manteniendo nuestras raíces. Porque nuestra esencia se encuentra bien plantada y sujeta a la vida. Solo cambia el color estacional de sus hojas, no su tronco, ramas, sustancia y paradero.

    Tres factores resultan esenciales para abrir las alas del cambio y que su viento nos siga moviendo. Uno, la conciencia del peligro de no mutar (gracias al aviso de nuestro canario minero: amigos, familia, pareja, médicos, compañeros de trabajo, fracasos vitales,…). Dos, la aceptación de esa insobornable verdad (porque no tiene remedio). Y tres, la actitud con que la afrontemos (activa y positiva o pasiva y negativa).

    Y tres doctores nos ayudaran a mantener la buena salud y la mala memoria en este viaje: el Dr. Dieta, el Dr. Tranquilidad y el Dr. Alegría. (Jonathan Swift).

    P.D. De la maravillosa Mercedes Sosa «Todo cambia» (https://youtu.be/0khKL3tTOTs).

    *Este comentario fue remitido ayer, pero debió irse al garete o de jarana porque sigue sin aparecer. Se lo reenvio con el encarecido ruego de que si el original finalmente se presentase a filas, además de la justificada regañina, fuera condenado al calabozo del ostracismo. Gracias, José Ramón. Cuídese, cuide a su gran amigo y un abrazo sentido para ambos.*

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