Hay quienes meditan en posición de loto con los ojos cerrados. Otros confiesan sus vivencias a un coach profesional. No faltan los que meditan como las vacas, rumiando delante de una pantalla. Incluso quienes tienen sin estrenar la función de la meditación, pese a que viene incorporada de serie en el ser humano.
Pues bien, yo he estado aplicando la que bautizaría de meditación ecológica, o sea, meditando mientras cortaba un enorme seto en el jardín. No soy botánico ni aficionado a la jardinería, así que creo que según mi amigo chismoso “Google”, es un laurel real o un carpe (el nombre en latín resulta más respetable). Lo que sé es que se ha convertido en una bola inmensa que ha perdido su forma, como un melenudo despeinado de la época hippie. Parece que se hubiera tragado el seto o que se hubiera descontrolado en su crecimiento.
¿Cómo me he visto envuelto en este lío? Pues por aquello de las vacaciones, por lo de adquirir una casa con jardín tan poblado como descuidado, porque me gustan los retos, y porque si no lo hago yo, nadie lo hará.
Así que, con la temeridad propia de la ignorancia, he acometido la labor de poda de un verde, enorme y frondoso seto. Pertrechado con un enorme y pesado cortasetos, tamaño lanza, parecía don Quijote contra el molino, y con igual fortuna, porque tras varios intentos de asedio, tuve que consultar Google nuevamente (por ahí tenía que haber empezado) y comprobar, primero, que no es la época adecuada para el seto (pero sí para mí); segundo, que debe usarse el cortasetos de abajo hacia arriba y en el sentido contrario a las agujas del reloj (no me explico que el seto sea tan tiquismiquis que podarlo sea como bailar un vals); y tercero, una cosa más que aprendí solito: nada de convertirse en escultor de setos, salvo que sea de estilo abstracto.
Lo cierto es que la labor de corte y recorte del seto tiene sus ventajas, como la de combatir el estrés, pues eso de repartir cortes a diestra y siniestra alivia malestares y venganzas, y evocar las luchas infantiles contra enemigos invisibles.
Así que, bajo la melodía atronadora del cortasetos (por supuesto no llevaba orejeras protectoras) y arrancando con la mano las ramas rebeldes (por supuesto, no llevaba guantes) conseguí hacerle un corte de pelo al seto. El sistema era científico: ensayo y error; cortaba lo que parecía largo, luego igualaba, pero desde otra perspectiva estaba descuadrado y volvía a recortar. No se imaginan lo difícil que resulta conseguir una esfera. El corte del seto, igualando por todas partes que se me antojaba, me puso en trance de convertir el seto en un bonsai, pero no me rendí.
Finalmente, sudoroso, con picaduras de insectos, arañazos de espinos ladinos y dolores lumbares sin cuento, conseguí la sensación de Rodin cuando contempló la escultura de El Pensador. Por cierto, inicialmente se titulaba por el propio autor, como El Poeta, luego Dante Pensando, o sea, el balance del artista se ajustó al resultado, como si yo bautizase el resultado de mi seto como: “elipse”, “ramillete”, «atasco”, o «parlamento», por ejemplo.
Quizá ese Pensador piensa sobre el corte del seto: ¿qué autoridad tiene el hombre para cortar la vida del seto?, ¿lo estético debe primar sobre la vida?, ¿el laborioso corte del seto para volverlo a realizar a los tres meses demuestra el mito de Sísifo, la terquedad del seto o la estupidez del jardinero?, ¿tiene el seto estructura fractal o crecimiento cuántico? ¿Había setos en el paraíso?, ¿y en el Jardín de las delicias del Bosco?, ¿por qué se llama Seto si no da setas?.
Añadiría otra conjetura. Quizá a escala diminuta el jardinero y el seto podrían ser contemplados por alguna inteligencia exterior del espacio y calificarlo como espécimen vegetariano o similar. Es más, quizá si consideramos la humanidad en su conjunto como hojas de un mismo seto, deberíamos preguntarnos quién decide cuáles se arrancan, en qué momento y con qué criterio.
Volviendo a la realidad, quedó el suelo circundante al seto cuajado de hojas y ramaje, demostrando la proeza física de que la materia sin cortar se transforma en el doble de materia una vez cortada, pero en el triple si es podada.
Lo de recoger las hojas fue una labor de picoteo gallináceo, pues parecían multiplicarse y los rastrillos son de eficacia limitada. Lo de meterlas en los sacos ni un jugador de la NBA los hubiera encestado mejor. Eso sí, lo de portear los sacos a un punto limpio fue más sencillo, pues interpreté lo de “punto limpio” como punto libre de objetos para depositar el ramaje y cuanto más cercano, mejor…para mi espalda.
Lo cerraré con un chiste que se me ocurre: ¿Qué le dijo un seto a otro?
Posibles respuestas:
- Tú serás el próximo.
- Tengo que cambiar de peluquero.
- ¿no se cansa?
Toda fábula tiene su moraleja y en mi caso, consistiría en que la poda de lo que nos sobra en la vida, o nos desequilibra, trae buenos frutos. Podar un seto le hace crecer, robustecer y mejorar de presencia, de igual modo que en la persona, podar lo pernicioso, los defectos, los episodios negativos, la ira y la envidia, nos beneficiará. Nos hará más sensatos y llenos. Y es que la vida arranca fecunda, frondosa y asilvestrada, pero si no la orientamos, si no canalizamos nuestra libertad, puede el jardín de nuestra felicidad quede oculto y enredado.
En fin, no hay como las vacaciones… para conocer las propias limitaciones…
Otra respuesta al chiste ( a propòsito de nuestro acento ): ¿que le dijo un seto a otro ? «nesesito que JR que me busque una maseta». Que malo, por Dios…parece que me he tomado una seta ( o peyote ) ¿ Otro: Que te parece la nueva ley del seto pùblico ? Felices vacaciones
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Se me ha olvidado añadir ley de règimen…
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En una escena de «Cyrano de Bergerac» (Jean-Paul Rappeneau, 1990), su protagonista (el gran Gérard Depardieu), tras sacar a patadas del escenario al actor Montfelury y anticipar la conclusión de la infame representación que perpetraba, arroja una bolsa de monedas al público para compensarles por su forzada cancelación. Cuando, a continuación, su amigo Le Bret le recrimina el despilfarro de lo que eran su únicos ahorros, «Tirar así el dinero, ¡qué locura!». Cyrano le responde: «Sí, pero ¡qué gesto!»
Saltando de esa estupenda película a otra más actual y real, la suya propia, no me extrañaría que, esa poda altruista de malas hierbas (trampas, oscuridades y peligros) y siembra de buenas (conocimientos, claves para pensar por uno mismo y valores humanos) que regala a diario (a través de sus escritos y blogs) para evitar que el jardín de la vida (jurídica o no) se transforme en selva y nos convirtamos en animales salvajes o aborregados, le sea «reconvenida» por gente muy cercana: «Malgastar así tu intelecto, tiempo y energía durante lustros, Jose Ramón, ¡qué disparate!». Afortunadamente, su espíritu indomable de jardinero fiel les sigue contestando: «Sí, pero ¡qué gesto!»
En esta sociedad, donde impera la insolidaridad, la frivolidad y el más atroz materialismo (el móvil de la utilidad, la ganancia o el provecho), no acaban de entenderse estos gestos de podas ¡a fondo perdido! que aspiran a que no acabe siendo jungla y tengamos que vivir ¡sobreviviendo! Sin embargo, son precisamente estos gestos los que le enseñan que debe volver aprender a aprender (reeducarse) para poder cambiar y construir un mundo más digno (mas humanitario, justo y civilizado).
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Pues ahí va otro chiste sobre la poda: ¿Qué le dice un jardinero a otro? Seamos felices mientras podamos.
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