Claves para ser feliz

Se acaba el recreo, pero no la vida

Cuando estaba en el colegio, esperaba el recreo con ansiedad, como un relámpago en la noche, que aparecía y daba luz, para desaparecer.

Ahora ya madurito, esperaba las vacaciones con ansiedad, y al igual que el recreo, van a desaparecer.

La próxima fase, será considerar que la vida es un recreo o unas vacaciones dentro de algo inmenso.

Estas vacaciones no he acudido a ningún rave que, según he consultado a Google, es una fiesta convocada por redes sociales e internet para alterar la paz del campo con un jolgorio de música electrónica, libaciones y aquelarre a tope. Toma alteración del ecosistema.

Tampoco he ido a la segunda boda de Ben Affleck y Jennifer López, en Georgia, así que me he disculpado e intentaré asistir a la tercera.

Ni he aprovechado para hacerme un tatuaje, colocarme un herraje o colorearme el pelo de verde u otra extravagancia por contraste con el resto del año. Casi he conseguido el mismo efecto acudiendo a un nuevo peluquero que, por lo que a mi respecta, no volverá a poner sus manos sobre mi testa.

Ni  me he atiborrado de licores, paellas, fabadas, pizzas, carnes rojas, marisco y otros placeres –que son placeres si no hay excesos- como si cada ágape fuera la última cena del condenado.

Ni he emprendido excursiones o visitas a lugares concurridos, pues eso de aguantar esperas, colas e ir en rebaño, rodeado de adoradores fervientes de pantallitas móviles, me lo puedo ahorrar si acudo al mismo sitio fuera del verano.

Ni he paseado por Instagram, tik tok ni otros mundos que no pueden competir con el mundo real.

Ni he discutido para arreglar el mundo porque pocos escuchan y menos dispuestos a cambiar de opinión.

Eso sí. Me he asomado a las noticias  con la prudencia de Noé cuando se asomaba a la ventana del arca para ver si había escampado la tormenta, y compruebo que todo va de mal en peor. Guerra, política, calidad de vida. Fatal.

Así que me ha parecido un hallazgo la lectura de Los ensayos de Michel de Montaigne (voy por el primer tomo) y me quedo maravillado de que alguien del siglo XVI demuestre tan enorme dominio del lenguaje, sensatez, forma de argumentar, dominio de las constantes referencias clásicas y sobre todo, de la universalidad y acierto de sus afirmaciones. Las comparto aquí.

Y me repito sin descanso: “Todo lo que puede hacerse otro día, puede hacerse hoy”.

¡Claro!, buen consejo frente a la comodidad del refranero que nos sirve de coartada para no hacer lo que debemos hacer y aplazar hacia el infinito las cosas serias. El funesto “mañana empiezo…”.

Cita oportunamente a Horacio:

¿Por qué hacer tan grandes proyectos si la vida es tan breve?

Reflexiona sobre el deterioro con la edad:

En las alteraciones y los decaimientos comunes que sufrimos, vemos que la naturaleza nos hurta la visión de la pérdida y del empeoramiento. ¿Qué le resta a un anciano del vigor de la juventud y de la vida pasada? A un soldado de su guardia, exhausto y achacoso, que se le acercó en la calle a pedirle permiso para quitarse la vida, César, mirando su aspecto decrepito, le respondió jocosamente, “¿Crees, pues, que estás vivo?”.

Nos convence de la inutilidad de desesperarse:

Igual que nuestro nacimiento supuso para nosotros el nacimiento de todas las cosas, nuestra muerte conllevará la muerte de todas las cosas. Por eso, tan insensato es llorar porque de aquí a cien años no viviremos, como hacerlo porque cien años atrás no vivíamos.

Añade:

Aristóteles dice que hay ciertos animalillos en el río Hipanis que viven un solo día. El que muere a las ocho de la mañana, muere joven; el que muere a las cinco de la tarde, muere en su decrepitud”.

Esta imagen me impacta porque el que era un cachorro de pastor belga que compré en junio, ahora tiene cuatro meses, y ha cambiado en tamaño, genio, ladrido, energía y porte; además le pregunté a un amable campesino por la edad de una vaquilla que pastaba, y para mi sorpresa era un ternero de tan solo seis meses. O sea, se me hace evidente lo que parecía no querer admitir: somos privilegiados en la duración de la vida (aunque tortugas y secuoyas se reirían de nosotros), y mal haremos si no somos agradecidos, y peor si la despilfarramos.

 Nuevamente Montaigne nos ilustra:

Si le has sacado provecho a la vida, estás saciado, parte satisfecho, ¿por qué no te retiras de la vida como un invitado bien alimentado? Si no has sabido usarla, si te resultaba inútil, ¿qué te importa haberla perdido?, ¿para qué la quieres aún?

Así que vivamos la vida, pero con provecho, y exprimamos ese don único de la especie humana: la capacidad de reírse, singularidad de la que advirtió Aristóteles, a lo que posteriormente añadió el filósofo Henry Bergson, que además el hombre es el único animal que hace reír.

Algo significará ese don en un universo donde parece que estamos solos (y si no lo estamos, me temo que jamás nos encontraremos con nada parecido a nosotros, ni en tamaño, intereses o forma de comunicación); además, si es vida inteligente, seguro que la especie humana le pareceríamos una tropa de alimañas incapaz de convivir con los de su misma especie.

Si de los ocho millones de especies animales de la tierra, somos los únicos que sonreímos, reímos y hacemos reír, es por algo. El poder de la sonrisa es maravilloso. Usémoslo antes de que se acabe el recreo. El sentido del humor es un regalo que nos permitirá alcanzar la merak, palabra servia que no tiene equivalente en español en este importante significado:

Sensación serena de estar en unión y con sentido dentro del universo que brota del placer de pequeñas cosas.

6 comentarios

  1. Bienvenido JR. Tengo un pastor belga idèntico al tuyo. Lobo, asì se llama, es ya «talludito», tiene en perro la misma edad que nosotros. Son magnificos en todos los aspectos. Un compañero de verdad…Abrazo

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    1. Manuel, no digo que no existan plumas diestras en el XVI (de hecho mis homenajes a Quevedo-XVI/XVII han sido constantes), sino que me maravilla la actualidad de lo que dice en formato de ensayo. Saludos

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