Para establecer el horario de invierno hoy hemos cambiado los relojes y hemos ganado una hora. Al menos sobre el papel o la esfera, porque realmente el tiempo sigue su curso.
No deja de ser un bello experimento mental imaginar que pudiésemos retroceder una hora a demanda en nuestras vidas. No se trataría de ese pensamiento que todos hemos tenido del qué sucedería si pudiésemos volver a ser niños, adolescentes o más jóvenes; o de volver a abrazar y hablar con seres queridos que han fallecido. Ni de volver atrás para no desperdiciar oportunidades: un buen trabajo, un antiguo amor, aprender idiomas, conocer mundo, etcétera. No. Se trataría sencillamente de poder retroceder tan solo una hora para borrar el rastro de lo hecho. O sea, como los leones, borrar las huellas con la cola.
Tampoco se trataría de dar marcha atrás en vidas ajenas, ni de incidir en sucesos noticiables para cambiarlos, ni de retroceder para comprar billetes de lotería que serían premiados o trucos similares.
El experimento mental consistiría en retroceder una hora en el círculo de nuestra propia vida, sin pretensiones absurdas o maliciosas, ni de cambiar la historia.
En ese limitado escenario, podríamos evitar errores dando marcha atrás para rectificarlos, pero también podríamos volver a disfrutar de momentos felices. El problema sería que lo que para unos es bueno para otros es malo; lo que para unos es acierto, para otros desastre, por lo que el retroceso temporal provocaría la respuesta en sentido contrario de otros, y daría lugar a una vuelta frenética al pasado.
Si pudiésemos dar marcha atrás, difícil sería valorar la calidad moral de nuestras decisiones, y no podríamos sentirnos dueños de nuestra vida, porque nuestro rumbo estaría marcado por la utilidad o placer a la carta, o el capricho. Además quedaríamos privados del encanto de lo incierto y el valor de lo irrepetible.
O sea, mejor seamos consecuentes con la belleza del reto de decidir en una única oportunidad, para lo bueno y para lo malo.
La buena noticia es que todos tenemos una máquina del tiempo, accesible y gratuita. Siempre nos quedará para viajar en el tiempo (o incluso en el espacio), nuestra imaginación.
No hay manera más bella de vivir otras vidas, lugares, o revivir la propia que la imaginación.
Además, para estimular la imaginación, hoy día, tenemos la inmensa ayuda de infinidad de fotografías, videos y grabaciones que dejan huella de nuestro paso (aunque realmente sabemos que la inmensa mayoría jamás serán repasadas).
Ayer compré en una librería de viejo las Obras selectas de Richmal Crompton, con las aventuras del Guillermo Brown de mi infancia que tantísimo me hicieron disfrutar, sonreír y pensar. Lo compré por razones sentimentales; me parecía un tesoro de mi pasado y me abalancé al atardecer a su lectura ansiosa. El primer relato (Guillermo va al cine) me parecía escrito con sencillez y la trama era simple, pero las descripciones del gamberrete, su manera de ver el mundo, sus reacciones y motivaciones de niño repelente pero astuto y divertido, me trasladaron cincuenta años atrás en doble sentido. Por un lado, en cuanto al niño asturiano que leía con pasión esas aventuras pues Guillermo el proscrito formaba parte de mi mundo juvenil, y en cuanto el contenido de sus relatos evocaban mi propia infancia, marcada por curiosidad y travesuras. Me sentí dichoso de ese viaje al pasado. Por cierto, confieso que me enteré ahora de que Richmal Crompton era una mujer (1890-1969).
De hecho, yo intenté mi personal viaje al pasado escribiendo y hurgando en la memoria con mi “Yo también sobreviví a la EGB (Memorias escolares de una generación sin cachivaches tecnológicos” (Amarante, 2016).
Pero lo mejor para no lamentarse del pasado es no perder el tiempo, sino vivir cada instante como único. Y sobre todo, ya que no cabe dar marcha atrás, reflexionar para que los errores no se repitan y que los aciertos vuelvan. El pasado no se puede cambiar, pero sí arrepentirnos de lo malo, o sentirnos gozosos de lo bueno.
Además, ese pasado y circunstancias fueron los que nos trajeron al aquí y ahora. A lo que somos. Debemos sentirnos contentos de haber llegado vivos hasta aquí y poder pensar en el pasado, y saber que somos dueños del presente y del futuro.
Si descontamos de las horas vividas (en mi caso, unas 500.000 mil), los tiempos muertos, los tiempos vacíos, los tiempos de torpeza y maldad, los tiempos de hacer cosas banales, nos encontraríamos con que un altísimo porcentaje de nuestras vidas es comparable al que pasan las vacas rumiando con la mirada perdida.
Realmente pienso que no me gustaría dar marcha atrás, pero si congelar el tiempo o las circunstancias de la vida, cuando afortunadamente estoy agradecido de que son propicias y agradables, sin sobresaltos ni necesidades. Pero no hay manera de dejar la foto fija de «yo y mis circunstancias», pues los relojes no tienen la culpa de nuestros pesares: la tiene nuestro cuerpo que lenta pero inexorablemente se autodestruye, y la tiene nuestro planeta y sociedad que también parece que nos lleva camino de la autodestrucción.
Dejo aquí un breve poema de Emly Dickinson: «In this short Life that only lasts an hour/ How much –how little– is within our power»), cuya traducción nos permite paladear la profundidad de cada verso:
“En esta corta vida que solo dura una hora/ cuánto -que poco- está dentro de nuestro poder”.
La vida no tiene que ver con la medición del tiempo sino con su aprovechamiento.
El pasado está en el pasado y solo sirve de prólogo. En nosotros acaba convertido en una mezcla de olvido, «forjado» y moldeado recuerdo. Pero, ni puede ser revivido de nuevo, ni se encuentra donde creías que lo dejaste. Por eso si se confunde con tu presente, preocúpate, porque entonces puede que estés muerto.
Ahora bien, la naturaleza enseña que para florecer y dar fruto hay que pasar por todas las estaciones. Por eso mantener lazos con el pasado y tender puentes al futuro es tan necesario. Familia –la que nos toca y la que creamos con los amigos-, conocimiento, experiencia, historia a medio escribir –la nuestra- y estudio son los instrumentos para ello.
La vida es como el mar. Un constante vaivén de olas (que llamamos pasado, presente y futuro) sobre el que hay que surfear constantemente para mantenernos en pie (leyendo sus corrientes, pulsando su respiración y descifrando sus rumores y rugidos) hasta coger la ola buena.
P.D. Decía Churchill que si el presente trata de juzgar el pasado, perderá el futuro. Gran parte de nuestra irresponsable e inepta clase política actual parece desconocerlo o darle igual ¿Cuándo dejarán de tener a España y a los españoles atrapados en el tiempo?
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Es lo que tienen las horas «Omnes vulnerant, postuma necat»
Pero hemos de llevarlo con alegría pensando que hemos tenido la suerte de estar aquí.
Quien dijo aquello de que «entre un millón de esparmatozoides, yo gané la carrera».
Manel Pérez
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