Con ustedes... la música Reflexiones vigorizantes

No sé tocar el piano pero soy feliz

No sé tocar el piano. Lo sé. No me siento frustrado, pero si viviese un par de siglos o varias vidas, seguramente intentaría aprender tamaño arte.

Mi hija estuvo varios años aprendiendo a tocar el piano y algo aprendió… a dejarlo antes de que ese tiempo (sumado al inglés, informática y gimnasia), le consumiese la infancia. En cambio, yo no tuve ese problema, pues en mi infancia, dadas las modestas circunstancias familiares, solo recuerdo haber aprendido a tocar un silbato de plástico enriquecido con el murmullo de un neumático golpeado con un palo. También asistí a clases de guitarra, en cuadrilla, y tan aburridas, que se convirtieron en lucha a guitarrazos con los compañeros, tan poco entusiasmados como yo.

Aunque pensándolo bien, el artilugio más parecido fue la vieja máquina de escribir de mi padre, que yo tocaba a dos manos para hacer pinitos de escritor, familiarizándome con el golpeteo rítmico de las teclas, el ruido de metralleta del carro y la campanilla al llegar al final.

Así y todo, me fascinan los pianos y admiro a quienes saben arrancar invisibles melodías. Es mágico lo que se puede hacer con 88 teclas, 36 negras y 52 blancas, mientras se sigue una partitura (leída o memorizada), con oportunas pausas.

Me maravilla la labor de los pianistas de los salones del oeste, indiferentes al griterío y la inseguridad, y animando el local.

Me cautivó la fría sinceridad del poema “El hombre del piano” de Charles Bukowsky:

El hombre del piano
toca una pieza
que no compuso
canta una canción
que no es suya
en un piano
que no es de él.
mientras
la gente en las mesas
come, bebe y habla.

Me estremeció escuchar la canción de Billy Joel, “El hombre del piano”, en boca de Ana Belén:

Toca otra vez, viejo perdedor
Haces que me sienta bien
Es tan triste la noche que tu canción
Sabe a derrota y a miel.

También me dejó huella, el diálogo cómplice de Casablanca, entre la sensible Ilsa y el leal pianista, cuando aquella le pide «Tócala, una vez, Sam», la canción que tanto significó en su vida (As time goes by, A medida que pasa el tiempo). Una canción que nos reconforta, calma y hace sentir vivos.

Y cómo no, para animarse no hay como ver a Ray Charles tocando Hit the road Jack (Mono Mono).

Aunque, señalaré que me desmitificó a los pianistas el saber que Beethoven era un genio, pero con un carácter hostil y avinagrado. De hecho, su teclado era frecuentemente reparado por el ímpetu con que lo golpeaba.

En fin, a estas alturas, ya puedo confesar que me siento como Woody Allen, pues “tengo el oído para la música de Van Gogh”.

Sin embargo, no todo está perdido, pues hoy día mi piano es el teclado de mi ordenador y cuando me siento frente a él, siento la placidez y energía de encontrarme con un amigo fiel, capaz de tocar las fibras de mi corazón mientras sigue lo que mi mente le dicta. El que no se contenta, es porque no quiere.

Al menos extraigo una cuadruple moraleja de los conciertos de piano.

  • Si uno se empeña en la vida en tocar una sola nota o tecla, no llegará muy lejos. Hay que procurar tocar varias notas, o sea, explorar diversas experiencias o aficiones, y procurar hacerlo en armonía.
  • Es sumamente importante practicar para aprender cualquier cosa.
  • Hay que saber que se puede disfrutar tocando el piano aunque no haya público, aunque no lo aprueben ni aplaudan los demás, como la vida misma. Lo importante es el interés, el tesón y la creatividad propia. Tres ingredientes que, en cualquier actividad, mejorarán nuestra vida.
  • Al igual que en una orquesta hay quien toca el piano y quien toca la tuba, la flauta o el violón, en la vida hay que saber encontrar nuestro talento natural, que todos lo tenemos, y jamás debemos renunciar a encontrar ese algo que hacemos bien y además que nos gusta.

Continuaré con mis confidencias sobre mis carencias. O sea, no sé nada de piano y poco de música. Hasta los karaokes se me resisten. De otras dotes artísticas (pintura, escultura, etcétera) se ve que fui de los últimos a la hora de repartir talento. El latín y griego llamaron tarde a mi puerta. El baile y la danza no admiten a los que tenemos dotes para pisar uvas. El fútbol no lo dejé pasar. La física cuántica, la micología, la enología, la entomología, la astronomía, las artes marciales, y un sinfín de aficiones y disciplinas me resultan inalcanzables, en cuerpo, alma y energías. De religiones he leído y reflexionado tanto que me siento como Sócrates: “solo sé que no sé nada”. De belleza me encuentro en el pelotón de conformistas. Y de como hacerse millonario, se ve que progreso inadecuadamente. Además, a estas alturas del partido de la vida, me temo que poco puedo remontar el río, persiguiendo el agua que dejé correr.

Pero soy feliz, o lo intento, pues aunque es imposible saberlo todo de todo, y aunque hayan pasado los trenes, sé que hoy día la música, el arte, el deporte y cualquier conocimiento está accesible (en youtube y otras plataformas, o en grabaciones) con una fidelidad y sensaciones que no tuvo jamás ni el más rico personaje o rey del pasado. Eso sin olvidar que nadie me prohibe soñar despierto que soy Sting o John Lennon y cantar solitariamente en mi coche, sin preocuparme de juicios ajenos. Así que me contento con poder opinar de todo, que es mucho más gratificante y menos comprometido. Opinando con prudencia y respeto, pero con libertad.

Y si alguien me pregunta si sé tocar el piano y me mira con lástima adivinando mi respuesta, pues le replicaré que en una isla desierta, inundación o incendio, quizá esa sea la última de mis preocupaciones, y añadiré que, si alguien solo me estima o ama por tocar el piano, pues le diré que su concierto ha terminado para mí.

Sobre todo, no permitamos que nos juzguen, que nos etiqueten entre los que saben y los que no sabemos, entre los que tienen futuro y los que no tenemos presente. Muchas veces he comentado, e incluso lo he escrito en mis memorias escolares, que al finalizar el COU, el padre escolapio que además era el prefecto, -y cuyo nombre omitiré por respeto a los que no están-, con buena intención, me miró fijamente, y sin querer hacerme daño me comunicó con pesar: «Chaves, Chaves, Chaves… me temo que a usted no se le dan bien las letras. -hizo una pausa para mirar unas notas- Vaya, y además no eligió la opción de ciencias. En fin, no sé si podrán hacer algo por usted en la universidad, porque usted poco hará en ella». Real como la vida misma. Se ve que este buen hombre poco había leído de ser positivo y animar a los jóvenes, y que su bola de cristal más que ser transparente, era un espejo.

Yo tenía tres opciones: la depresión, echarme al monte y dedicarme a la rapiña, o valorar las opiniones según el respeto y ejemplo de quien las profiere. Opté por la última opción.

5 comentarios

  1. El compositor y pianista austriaco Artur Schnabel decía que el principal inconveniente del piano es que cada nota buena está situada…entre dos malas. Creo que se quedaba corto. Un buen pianista escapa al análisis lógico. Para serlo no basta con el dominio de la técnica y la corrección formal al reproducir la partitura. Hace falta algo más. Tener la capacidad de alcanzar las profundidades inaccesibles de la emoción y el sentimiento gracias a la imaginación y a saber aplicar en cada momento lo que le susurra en silencio el propio instrumento (el maestro, en palabras de Paco de Lucía).

    Personalmente tengo especial predilección por los pianistas clásicos de jazz. En particular por el gran Thelonious Monk. Personaje complejo y misterioso, de excepcional de sensibilidad e inimitable estilo, compositor de clásicos imperecederos (Round About Midnight o Straight No Chaser) y uno de los grandes arquitectos musicales del siglo XX. Cortázar lo definió maravillosamente: «un oso tocando las colmenas del teclado».

    Su relación con el piano comenzó con tres años y continuó en una iglesia bautista donde tocaba el órgano. Disfrutó de su primer público, ya adolescente, en las “rent parties” (fiestas organizadas por inquilinos para recaudar dinero con el que pagar la renta) y pronto fue contratado como pianista de bandas. Pero donde acabó de liberar su prodigio musical fue en sus propias formaciones, normalmente cuartetos, donde daba consejos a sus músicos para mejorar su interpretación, sonido y rendimiento en vivo. Éstos son algunos:

    – Tienes que entenderlo para que te guste.
    – A veces, aquello que no toques puede ser más importante que lo que toques.
    – No toques todo el tiempo; deja que algunas cosas fluyan. Alguna música simplemente debe ser imaginada.
    – El interior de la melodía es la parte que hace que el sonido externo sea bueno.
    – Una nota puede ser pequeña como un alfiler o tan grande como el mundo, depende de tu imaginación.

    P.D. Muchas personas incapaces de cantar o de tocar muestran una especial idoneidad para amar y disfrutar de la música y sus intérpretes. Qué sería de los unos (cantantes, instrumentistas y compositores) sin los otros (seguidores, melómanos y público agradecido).

    Round About Mignight (https://youtu.be/-yg7aZpIXRI)

    Le gusta a 1 persona

Gracias por comentar con el fin de mejorar

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Imagen de Twitter

Estás comentando usando tu cuenta de Twitter. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

A %d blogueros les gusta esto: