Mis hijos pequeños, – 13 y 15 años- se han matriculado entusiasmados en un gimnasio en el centro de la ciudad aprovechando el último día de promoción por la oferta de precio único de 19 euros mensuales…¡para toda la vida!
Ante su alborozo, les felicité por hacer deporte y saber tomar sus propias decisiones, pero aproveché para mostrarles que en la vida no es oro todo lo que reluce y que antes de dejarse seducir por un buen anzuelo, hay que reflexionar e incluso poner un poco de malicia. Eso les evitará decepciones. Hay muchísimos lamentos detrás de un triste «Yo pensaba que…».
Así que, ya sin el viejo temor a confesarle quien son realmente los reyes magos, les dije varias cosas sobre los engaños que pueden aguardarle en la vida, partiendo de una célebre frase atribuida a Lincoln: «Puedes engañar a todas las personas una vez, y a la misma persona todo el tiempo, pero no puedes engañar a todas las personas todo el tiempo». Y me lancé a analizarles críticamente la publicidad del gimnasio que les había cautivado.
Primero. El precio cifrado en 19 € encerraba el señuelo psicológico de no alcanzar la veintena. Psicológicamente parece menos de lo que es.
Es un truco similar al usado por el vendedor cuando el cliente sopesa lo que significan esos 19 € mensuales, que consiste en espetarle una frase mágica: “¡Es menos que lo que cuesta un café cada día!”, fórmula que hace que cualquier cuota mensual inferior a los treinta euros nos parezca una nimiedad, y nos hace olvidar cándidamente que “muchos cafés hacen un cafetal”.
Segundo. Les dije que intuía que ese plazo tan perentorio manejado por la publicidad de “lo tomas ya o lo dejas” era un farol. Las empresas saben que siempre que nos indican que un producto es “el último” se nos activa el deseo de adelantarnos. El mismo truco alienta cuando se percibe que algo es escaso; vende más pasteles una panadería que en el mostrador ofrezca una bandeja casi vacía con dos pasteles solitarios (que vaya reponiendo), que la bandeja repleta hasta agotarse. Nuestro subconsciente tiene aversión a la pérdida, a perder la oportunidad, a que otro se nos adelante. Además, lo escaso nos seduce y parece que se valora más.
Al día siguiente los hechos me dieron la razón: se había prolongado el plazo de matrícula quince días.
Tercero. Les dije que las cosas parecen baratas cuando nos ocultan las condiciones. Les comenté que ellos seguramente querían ir al gimnasio al finalizar la tarde y que les gustaría usar sus instalaciones y máquinas deportivas al momento. Pero les advertí que posiblemente los demás socios acudirían en la misma franja horaria y les gustaría también utilizar las mejores instalaciones o aparatos. Pero como no hay otro límite de plazas que el aforo máximo del gimnasio, muchos se tropezarán con un gimnasio atestado, con colas o esperas para utilizar máquinas, vestuarios o duchas. O sea, que al final el servicio del gimnasio se autorregulará porque todo el mundo acabará optando por acudir a las horas menos frecuentadas, que serán las que no les apetecía ir inicialmente. O sea, decepción, que te acabará disuadiendo de ir.
Cuarto. Les dije que eso de 19 euros mensuales, “toda la vida” tenía su trampa. Por un lado, porque si el negocio cierra el día de mañana- o cambia de propiedad y titular-, pues se acabó la oferta. Por otro lado, porque está demostrado que todo el mundo se matricula a un gimnasio bajo el espejismo feliz de que irá regularmente y obtendrá un cuerpo apolíneo y envidiable, pero como eso requiere disciplina, está estadísticamente demostrado que el 70 por ciento de los matriculados en los gimnasios dejan de acudir al mes de empezar. La primera semana acuden con frecuencia, la segunda de forma discontinúa y la tercera ya buscan excusas para posponer la asistencia engañándose a sí mismos. Del porcentaje restante de matriculados, un diez por ciento experimentará el deseo de novedad, y acudirá al señuelo de otro gimnasio, y otro diez por ciento verá que las circunstancias objetivas (trabajo, salud y familia), le impiden asistir.
O sea, que lo de “toda la vida” quedará reducido a un breve lapso de tiempo.
Quinto. Deberían tener en cuenta que, tan pronto abriese el gimnasio, (se contempla que abrirá en enero de 2023 para la legión de matriculados) comenzarían los conceptos extras que hay que pagar de forma igualmente extraordinaria. Si se quiere un horario determinado, si se quiere tener un entrenador para consultar, si se quiere tener una taquilla, si se quiere un cursillo, etcétera. Al final, los 19 euros mensuales serán incrementados.
Pero tras comentarles a mis pequeños la letra pequeña del contrato, y verles apesadumbrados, no quise quitarles la ilusión así que les confesé que su padre muchas veces se equivoca, y buena prueba de ello, es que las claves que les había explicado las había aprendido en mi juventud por el sencillo sistema de “picar” o ser engañado. De las malas experiencias nacen las sanas desconfianzas.
Para alegrarles el día, les comenté que ya con treinta años me había matriculado en un gimnasio en Salamanca para hacer mantenimiento. El entrenador era un tipo enorme que parecía curtido en la guerra de Vietnam, y me encontré con la sorpresa de que era yo el único alumno en aquellas colchonetas. El sonriente entrenador me informó que acababa de abrir y que pronto se matricularían más alumnos, así que empezó a hacer movimientos frente a mí, pidiéndome que lo imitase. Ahí empecé a dar saltos, flexiones, planchas, carreras cortas, estiramientos, etcétera. Tras una hora, agotado y sudoroso, sintiendo músculos que desconocía, me duché y dormí como un bendito.
La segunda sesión dos días después, fue igual, pero dormí incómodo, porque lo que era divertido comenzaba a ser laborioso.
En la tercera sesión, la sonrisa de mi entrenador era la de un escualo, así que le dije bromeando que “no quería presentarme a las próximas olimpiadas, y que podíamos tomarlo con más calma”, e incluso le sugerí que mientras yo hacía los ejercicios él podía acudir a otras dependencias del gimnasio (lo dije con la esperanza de escapar a su vigilancia y practicar el yoga personal del descanso, pero no resultó).
A la cuarta sesión acudí temeroso; ya no era divertido y comenzaba a sentirme víctima de una tortura malaya. La quinta sesión no tuvo lugar porque no fui. Hasta hoy. No hay como hacer gimnasia para percatarse de los beneficios de no hacerla.
En fin, al menos mis hijos se ríen con la torpeza de su padre.
Eso sí, les dije que ahora yo acudía regularmente a un gimnasio que tenía instalaciones con material ecológico, que no había límite de acceso, que podía ir a cualquier hora, y que estaba muy bien ventilado. Se podía caminar, correr, saltar, estiramientos, y todo con luz natural. Y gratis: se llama parque público, o cualquier ruta de senderismo.
En la publicidad convertir al cliente en el héroe de la historia resulta siempre infalible.
Conseguido el primer acercamiento, para evitar que la curiosidad inicial acabe pasando de largo, el publicista suele aplicar la técnica del bautizo.
Consiste en transformar al artículo o servicio, de producto o encargo en diseño y/o marca, lo que permite conferirle personalidad, buena «apariencia» y reputación adicional.
Generado el picor debe ofrecerse el calmante: su compra.
Este peculiar antihistamínico se encuentra a veces incentivado con medias verdades -ocultas tras la letra pequeña- tan intensas y deslumbrantes que ciegan la realidad y eclipsan al sentido común. Otras, viene estimulado con descuentos: trampa -condicionados a nuevas compras o exigencias- o ciertos. Muchas, ni siquiera requiere de ayuda adicional.
El publicista es un persuadidor nato. Esa es su profesión y ¡negocio! Conoce nuestro lenguaje, sicología y carácter. Por eso es capaz de convencernos de que necesitamos todo lo que vende. Sin embargo, nuestras necesidades son las que son. Y ahí debiera estar nuestro límite. En que no nos creen y vendan necesidades falsas.
P.D. A una colectividad se le engaña siempre mejor que a un hombre -Pio Baroja-. Pero, ya puestos, si queremos ser engañados que sea por el arte, porque, como decía Debussy, el arte es el mas bello de todos lo engaños.
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