Claves para ser feliz

Cuando romper la dieta es rentable

Siempre han existido tascas, tabernas y mesones, donde calmar el apetito, pero superando la idea de pesebre de urgencia que nos mostraba el Quijote, se sitúa el nacimiento del restaurante, tal y como lo conocemos hoy día,  con mesas individuales y variedad de platos, en París, en 1765 (un tal Boulanger en la c/ Des Poulies), en que se anunciaba un establecimiento para que los trabajadores “restaurasen” fuerzas.

Después se descubrió que las penas con almuerzo son menos penas y que muchos problemas se solucionan compartiendo mantel. Por eso, hoy día se acude a los restaurantes no tanto para calmar el apetito como para dar ocasión de calmar el hambre de vida social.

Es cierto que la vida está llena de comidas, a las que invitas o te invitan, pero he reducido estos eventos a cuatro condicionantes:

  • a) compañía de fiar (no los que te dan la estocada del favor a los postres, ni los que te han dado otras estocadas en la vida);
  • b) comida de calidad (nada de restaurantes de comida rápida, basura ni de “deconstrucción”, donde se hacen mil perrerías a los ingredientes para su “destrucción”;
  • c) servicio atento, pues con la edad, soporto mal las esperas, el descuido, o descortesía;
  • d) Que no cobren en la factura el aire, la silla, o por verte la cara de «primo».

Así que esta semana he hecho un triple de cocina clásica. Tres almuerzos en la mejor de las compañías, con la mejor de las pitanzas y el mejor de los contextos.

No se trataba de comidas de negocios, ni de comidas de lobos, ni comidas para hablar de comidillas, ni comidas de compromisos vacíos. No. Comidas vivas y vividas, donde compartir, escuchar y discutir sin ofender. Es hora de confesar que siempre me interesa más la compañía que la comida y por eso, nunca como solo en los restaurantes.

Veamos las tres comidas, cada una de las cuales suponía una fiesta o celebración.

La primera, el pasado lunes en Bilbado, en la Sociedad Bilbaína, un noble edificio de decoración británica, con deliciosos platos, y acompañado de un grupo de personas con las que pronto se tejió la sana conversación, la sonrisa fácil y buena complicidad.

La segunda, el martes, en un txoko del Colegio de Abogados de Bilbao, en un contexto más informal y relajado, con abundantes y sabrosas viandas, regado con buenos caldos, donde la alegría dio paso al jolgorio por ser amenizado con voces y música de nuestros anfitriones. Aquí soy reincidente, y anuncio que lo volveré a hacer (¡).

La tercera, este sábado, en un restaurante del pueblecito astur de Tineo, mientras en el exterior granizaba, disfrutamos de tertulia y compadreo propio de quienes ya somos viejos amigos.

Podría pensarse que estoy entregado a una vida frívola, donde la gula invade… pues no. Si el elemento común a las tres reuniones lo era el almuerzo, por encima estaba otro elemento más noble, la camaradería y eso es algo valiosísimo en los tiempos convulsos que corren.

Más allá de pandemias, crisis económicas y navajazos sociales, estos encuentros me han permitido recobrar la luz del mundo perdido. Y es que las comidas en buena compañía ofrecen el alimento invisible del sentimiento de ser apreciado y de tejer una burbuja de bienestar.

Además es curioso, la buena compañía salva una mala comida pero nunca a la inversa.

Ahora me toca ronronear satisfecho. Otros días los dedicaré a analizar lo que he comido, de donde vino la comida, el precio, si la pandemia volverá a recortar estos momentos, si es moral cebarse cuando no todo el mundo puede, si debo hacerme vegetariano, vegano o tragaldabas…

Es cierto que el colesterol me pasará factura, y que me espera como penitencia una travesía del desierto gastronómico, pues no hay estómago, hígado, cartera o agenda que soporte la frecuencia de comidas fuera del hogar, pero me siento feliz de haber compartido mantel con tan buenas personas que me han regalado lo que nadie puede comprar, aunque quiera: afecto y bienestar.

En fin, por si alguien incurre en tan humano vicio, aquí están los consejos para disfrutar de los restaurantes sin ser engañado.

4 comentarios

  1. La buenas comidas son un placentero regalo que nos hacemos para aferrarnos a la vida,
    Son un poder disfrutar y retener momentos genuinos llenos de contento, ingenio y divertimento.
    Son un robo de tiempo al propio tiempo que sigilosos guardamos para los malos momentos.
    Son poder reconfortante, medicación y cobijo de instantes enfermos de tristeza, vacío, carcoma o invierno.
    Son hacerse la boca agua de buena compañia, saciarte de alegría y pasar -en ocasiones- de la exaltación al ensueño.
    Son fuente y variedad de sonrisas, retomadas de la infancia, que juegan libres y alborozadas entorno a la mesa (comida y bebida).
    Son, al menos durante su duracion, humor, armonía, apoyo sin intereses y buenas energías.
    Son sentir que el mundo, por unos momentos, se para y se vuelve bueno. Son más, mucho más que mera comida, porque la comida es solo la excusa.

    P.D. Si tienen el atrevimiento de pedir vino sean siempre precavidos. Como decía Brassens, el mejor vino no es el más caro sino el que se comparte, y como advertía Cervantes a Sancho, hay que ser templados en el beber porque el vino en exceso ni guarda secreto ni cumple palabra.

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  2. Me maravilla la facilidad que tenéis (te incluyo, Felipe) para expresar precisa, bonita y sabiamente lo que otros pensamos.
    La vida, tal y como la entiendo, es eso: momentos maravillosos (sea o no en torno a una mesa), preferiblemente en buena compañía de amigos o familiares.
    No está en nuestra mano determinar cuándo partiremos de este mundo. Pero depende de nosotros ir cargando la mochila de estos buenos momentos maravillosos para cuando llegue ese día.
    Mil gracias, JR, por todo lo que nos enseñas de derecho y de la vida y por vuestra compañía en el txoko.

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