Ya el calentamiento global, los jueguitos políticos o los cánceres y virus que acechan nos tienen suficientemente cabreados, como para que tengamos que emprenderla a golpes o destrozar lo que no es nuestro, por minucias que nos preocupen.
Viene al caso tras haber leído con estupor en el diario local de La Nueva España la noticia del cafre o cafres que destrozaron de madrugada la caja del cinemómetro o detector de velocidad del tramo urbano de la autovía “Y” a su paso por Santullano. O sea, con nocturnidad y alevosía quemaron el aparato que controla los excesos de velocidad y que propia multas que sorprenden a muchos conductores.
Este caso de “vandalismo ciudadano” no es aislado pues por toda la geografía nacional se dan noticias similares, puntuales pero haberlas,haylas: hay quien atasca el parquímetro, otros derriban bolardos o vallas que les impiden el paso, otros salvajes pegan al profesor que regaña a su hijo, otros desatan su ira contra las papeleras, y otros no pierden ocasión para hacer pintadas insultantes hacia las autoridades.
Volviendo al caso de la ira del conductor sancionado, tengo que decir que a muchos conductores nos parece excesivamente riguroso el límite de velocidad de la zona de Santullano (30 km/hora en autopista ¡¡) e incluso si nos multan, es normal que suframos un cabreo interior y mascullemos nuestra rabia. Pero no nos equivoquemos del destinatario de nuestra ira.
No es el detector de infracciones, ni la señal de limitación de velocidad, que los hemos pagado todos y cuya reposición pagaremos todos. No es el policía y funcionario que tramitarán la multa, y que nos sirven a todos. No son los políticos, pues las señales de tráfico afortunadamente son inmunes a las ideologías pues todo el mundo quiere seguridad (de hecho las señales de tráfico son las normas en que casi todos los países están de acuerdo).
Lo que me irrita es que alguien no sea capaz de tener una mínima conciencia cívica. Si alguien con premeditación y alevosía saca tiempo para destrozar a sabiendas lo que es de todos…¿cómo se comportará este mastuerzo con su comunidad de vecinos?, ¿ se resarcirá de las cuotas destrozando los buzones o tirando los felpudos ajenos? ¿será de fiar en un juego o deporte competitivo, o si pierde, rajará el balón o por las noches destrozará las taquillas?, ¿será capaz de hacer autocrítica y empatizar cuando discuta con su pareja o hijos, u optará por el grito, el bofetón o la cruel venganza?
Ante el destrozo del detector se abrirá una investigación y con mucha suerte, serán identificados los culpables, quizá por la anónima denuncia de alguien que le haya escuchado ufanarse de su hazaña en público, o quizá porque antes de su felonía en las oficinas de tráfico demostró su ira anunciando su desquite. En tal caso sufrirá un procedimiento judicial por posible delito de daños, y en el mejor de los casos, un expediente sancionador por destrozar bienes públicos, todo acompañado del obligado resarcimiento del coste.
En ese campo judicial, el acusado negará el hecho y se atrincherá en la presunción de inocencia, contando con su abogado y un juez que le escuchará con atención; será entonces cuando el gallito no cantará y cuando intentará hacer uso de todas las conquistas de garantías que un Estado de Derecho brinda a todos, al buen ciudadano y al canalla.
Incluso puede, porque la defensa lo soporta todo, aducir que los detectores de radar son machistas porque no distinguir por razón del sexo del conductor, o que los destrozó porque estaban hechos en China sin cumplir las leyes laborales, o que hay precedentes impunes, o que le faltaba dolo porque era un juego y lo que nunca falla, que estaba bajo la influencia del alcohol o drogas (¡ pobrecito!).
Lo cierto es que los principales sospechosos son todos los que han sido multados en ese tramo por la infame maquinita, pero quizá la sociedad entera es la culpable.
Y decía que todos somos culpables, porque remontando el río del problema, supongo que estamos ante un gravísimo problema de educación. No de formación en ciencia y técnica o letras, pues nada impide que el cafre sea un flamante abogado, médico o arquitecto, por ejemplo. Tampoco puede decirse que sea un adolescente pues es indudable que los majaderos envejecen y no para mejor. Algo grave sucede cuando por jactancia o venganza se destroza la propiedad de todos, y con premeditación. Mas preocupa que voten sobre los intereses colectivos majaderos que no los respetan.
Y lo dicho vale para los llamados hoolingans o el turismo de borrachera, o similares, cuando su conducta daña el mobiliario urbano o la tranquilidad que todos merecemos.
Los de mi generación recordarán el caso del cojo Manteca, un punk y vagabundo, que en los años setenta aprovechó una manifestación estudiantil universitaria para sumarse y romper lunas de cristales y mobiliario urbano con su muleta (pues le faltaba una pierna); tengo grabada la imagen y como no, la enseñanza de que algo no iba bien cuando aquel chico destrozaba por destrozar.
La solución no es la de Bin Laden, el elefante indio al que se le puso ese nombre porque hace unos años arrasó una aldea famosa por sus bosques tropicales, a diferencia de otros domesticados, y que tuvo que ser capturado con dardos sedantes y encerrado en un Parque Nacional de por vida.
Tampoco creo que la solución sea la de la película La Naranja Mecánica (1971), inspirada en el libro homónimo de Anthony Burgess, que se basa en aplicar la técnica ficticia Ludovico para acabar con los malvados, consistente en saturar la mente del delincuente de visiones horribles, agresiones y violencia para que experimente una aversión psicológica y vomitiva, frente al deseo de violencia y conseguir que se comporte con humanidad.
No se trata de eso. No. Creo que la sociedad no debe bajar la guardia ante el incivismo y eso se consigue con formación sana para ver mas allá del propio egoísmo, ejemplo en la familia y en la sociedad, y quizá ayudaría no frivolizar tanto con la violencia como juego (videojuegos, películas, comics, etcétera).
Espero que nadie le jalee ni ría su gracia a los canallas. ¿Qué será la próxima vez? ¿Qué hará si el médico le diagnostica un problema abdominal, destrozar el aparato que hace las ecografías o golpear al médico?.
Creo que lo que debería hacer el canalla sería mirarse al espejo e intentar arrancarse la mala leche y el gamberrismo con unas dosis de madurez. Porque la madurez no es cosa de edad, sino de pensar que el planeta, el país, la ciudad, el barrio o el hogar, es un regalo que debemos conservar y no destrozar. Y pensar que lo que es se lo debe a todos y a unos padres que consideraron que era digno de venir al mundo y vivir en sociedad.
NOTA.- Buena parte de este artículo en líneas generales fue publicado en el Diario La Nueva España