Ayer pude ir a la playa de Verdicio (Asturias) con mis dos hijos pequeños. Unos rayitos de tímido sol, rumor de mar, olas espumosas, arenal enorme, escasos bañistas… Me invadía la serenidad y tranquilidad, como si estuviese prohibido estar preocupado en tan paradisíaco paraje. Quizá ayudaba no tener cerca el teléfono móvil.
Paradójicamente, mientras vigilaba a los pequeños desde la orilla y con los pies en el agua, me empezó a preocupar el fenómeno de las preocupaciones y me enredé en tan insólito tema.
Me pregunté cuánto tiempo al día pasamos preocupados, o sea, dándole vueltas a los problemas. Me pregunté si era bueno preocuparse por los asuntos propios y por los ajenos, y si todas las preocupaciones tienen idéntico rango. Me pregunté si había una fórmula mágica que resolviese las preocupaciones. También me pregunté porqué cuando somos mayores nos preocupan menos cosas pero en mayor grado que cuando éramos pequeños en que muchas cosas nos angustiaban.
Las respuestas que obtuve parecían preocupantes.
Las preocupaciones parecen cumplir con la ley de expansión de los gases para ocupar todo nuestro tiempo disponible para pensar.
Las preocupaciones mutan y sobreviven. Si zanjamos una preocupación, otra vendrá a sustituirla, e incluso si no tenemos problemas de salud, dinero o amor, nos preocupará como usar nuestro tiempo al máximo, tener más dinero para más caprichos, no sufrir enfermedades y lucir mayor vigor y mejor estética, no engordar o no envejecer, o luchar contra los enemigos que nos marca nuestra soberbia o egoísmo.
Las preocupaciones llaman a nuestra puerta. Muchos tomamos nuestra dosis de preocupaciones ajenas al día, al sentarnos frente al televisor o escuchar las noticias de la radio. ¿Cómo no preocuparse ante el machetazo de la pandemia a vidas, al trabajo, empresas, planes o salud?, ¿cómo no preocuparse ante un estallido de violencia en EE.UU. por la comunidad negra ante el maltrato policial infame?, ¿cómo no preocuparse de que el Brexit, Putin o Trump sacudan la estabilidad de nuestro cómodo mundo liberal hacia nada bueno?…
Comparto la afirmación del profesor Yuval Noah Harari de la complejidad del mundo que no ayuda a tranquilizar: «quienes no hacen ningún esfuerzo para saber pueden vivir en una dichosa ignorancia y a los que sí lo hacen les costará mucho descubrir la verdad (…) Dado que dependo para mi existencia de una red alucinante de lazos económicos y políticos, y dado que las conexiones causales globales están tan enredadas, me cuesta responder incluso a las preguntas más sencillas».
No creo que pueda ni deba evitarse la preocupación, pues sería frívolo, insolidario o irresponsable no preocuparse. No preocuparse no soluciona problemas (al menos enterrar la cabeza como el avestruz no le libra de las garras del león). Lo realmente malo es vivir constantemente instalado en la preocupación. Vivir anclado en el pesimismo. Vivir con preocupaciones que aplastan las ocupaciones. Como dice un proverbio chino: «No puedes evitar la preocupación de que las aves vuelen cerca de tu cabeza, pero sí puedes evitar que hagan un nido en ella».
Cómo se gestionan la preocupaciones es algo peculiar de cada uno. A veces la preocupación se entierra bajo otra preocupación mayor (p.ej. la preocupación por no engordar puede verse eclipsada por la preocupación de que no sea maligno un tumor). Otras veces, la preocupación se compensa mediante el señuelo de una alegría de fuerza equivalente (p.ej. preocupación por el trabajo superada por por un ingreso económico inesperado; o el descontento con el aspecto estético se ve compensado por sentirse amado; o no sentirse amado se compensa con la riqueza económica; o no sentirse amado y sin dinero se compensa con un estado de salud envidiable, etcétera).
Pienso que lo más conveniente es coger la preocupación por los cuernos y enfrentarse a ella para esforzarnos en examinar el problema en su justa medida. Reflexionar, estudiar, cambiar impresiones y finalmente adoptar un criterio. Es sabido, y encierra algo sabio, que la palabra crisis en China tiene doble significado: problema y oportunidad. Bien estará intentar sacar partido del naufragio. Siempre, siempre se puede sacar fruto del error, del problema, de la tensión, de lo que nos preocupa… llámese experiencia, sabiduría, caminos alternativos que se abren, etcétera.
Permítanme sugerirle cuatro pautas básicas muy importantes.
No dar por hecho que toda preocupación tendrá mal desenlace. Como afirmaba Winston Churchill «Con la vejez uno se da cuenta que la mayoría de los problemas que le preocuparon, o no se habían cumplido o los había olvidado» Paradójicamente, a veces incluso aceptar la peor de las hipótesis desvanece la preocupación (p.ej. preocupación por examen académico, pero…si se suspende el mundo no se hunde y otras puertas se abrirán).
No posponer la solución del problema, si supone afrontar un trance incómodo. Solo contribuirá a engordar la preocupación y generar ansiedad. Los malos tragos, cuanto antes mejor.
No sembrar con nuestras preocupaciones la cabeza ajena. Eso de llevarse problemas del trabajo a casa o a la inversa es mal asunto para nuestra estabilidad. No es fácil dominarse para separar planos, pero no es justo que nuestra preocupación sea contagiosa. Por decirlo con los tiempos, bien está tenerla confinada, salvo que sea para compartirla con la persona adecuada, que sepa escuchar y cuyo criterio respetemos. No hay mejor consejero, psiquiatra o coach es la pareja, un familiar o un amig@. Ni peor consejero que la botella, una droga o el estado de furia.
No atascarse en la preocupación, tras haberla analizado. No vivir instalado en el pozo. Me encanta una anécdota que circulaba por internet y que me gustaría compartir porque me impactó. Trata de una psicóloga que toma un vaso en la mano y pregunta a los asistentes cuanto pesaría lleno de agua; las respuestas oscilan entre los 200 y los 300 gramos, pero la psicóloga les replica: «No. No importa la carga sino el tiempo que la llevamos. Sostener el vaso con agua un minuto no plantea problemas. Sostenerlo una hora nos molesta. Sostenerlo cuatro horas nos volverá quejosos. Si lo sostenemos un día entero el brazo se entumecerá y nos dolerán las articulaciones mientras mascullamos irritados». Y concluye, «las preocupaciones son como el vaso de agua, hay que sostenerlas lo justo, si nos damos cuenta que nos molesta, agota y no sirve más aguantarlo, hay que dejar de darle vueltas… ¡suelta ese vaso de agua!».
Y ya que hablo del agua, regreso a la playa, donde me percato de que las preocupaciones son como las huellas en la arena, tienen la importancia que tienen, pueden borrarse suavemente con las olas, pero también podemos marcar más huellas o incluso irnos y regresar otro día. Incluso preguntarnos si realmente supone un problema que se borren esas huellas.
Esa es la grandeza del ser humano: saber lidiar con las preocupaciones. Preocuparse por algo nos reta a ver el problema pero también a encontrar la solución. Hay técnicas simples para resolver problemas difíciles.
En fin, espero no haberles dejado preocupado con mis preocupaciones…
Buenos días, me ha dejado usted encantada con sus reflexiones, gracias!!!
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Qué gusto da leerle. Feliz día.
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