Ya podemos imaginarnos un día tranquilo que siempre surgirá en el horizonte un contratiempo, problema o cuestión vital que nos amargará la jornada. Y es que la vida cotidiana es un semillero de problemas de toda índole: económicos, laborales, familiares, de pareja, salud… Muchos se nos ofrecen insolubles o de difícil solución. No podemos caer en la tentación del fatalismo al abordarlo ni en la comodidad de ignorarlo como el avestruz que esconde la cabeza bajo el ala.
No. El problema es un reto, y hay que rodearlo y acosarlo como una pieza de caza. Nos asombraremos de cómo con sencillas técnicas brotan soluciones o planteamientos que pueden sacarnos del atolladero. Quizás sean lugares comunes o trivialidades, pero reconozco que me hubiera ido mejor en muchas encrucijadas si hubiese seguido sus pautas, y por eso creo, que leerlas no harán mal a nadie. Ahí van.
1. Paciencia
Tómese su tiempo para resolver el problema. Las precipitaciones están en el origen de muchas desgracias.
Recuerde el tesón del hombre primitivo cuando quería una fogata y que le llevaba a esforzarse largo tiempo para hacer brotar unas chispas a fuerza de frotar dos maderas o piedras y alimentarlas con hierba seca.
2. Centrar el problema en su justa dimensión
A veces pensando en un problema nos colocamos en un enloquecido bucle. He perdido el tren y llegaré tarde al examen y suspenderé, y perderé mis vacaciones y me regañarán y sentiré fracasado, etc. No. El problema a batir es la pérdida del tren. En presente, y eso es lo que hay que solucionar. No ganamos nada anticipándonos veinte jugadas hipotéticas del ajedrez de la vida.
3. Fijar o identificar las prioridades de lo que está en juego
Si por ejemplo, hay una discusión conyugal por el lugar y asistentes a la comida de Navidad habrá que identificar lo que está en riesgo: felicidad conyugal, fiestas navideñas, amistad de invitados, autoestima, costes económicos, etc.
Si lo pensamos detenidamente nos daremos cuenta de que no todo tiene el mismo rango en nuestra escala de valores y, por supuesto, muchas cosas pequeñas no equivalen a una grande.
4. Distracción y/o descanso en el abordaje del problema
Esa es la clave. Los problemas cotidianos no son exámenes académicos que requieran un flexo, un bolígrafo y un cronómetro. Nosotros debemos marcar el tiempo de resolución de “nuestros problemas”. Alternar reflexión y distracción. El cerebro siempre trabaja con el “piloto automático”. No somos conscientes pero hurga en nuestro almacén neuronal buscando posibilidades que aflorarán cuando menos lo esperamos.
Recordemos que Isaac Newton disfrutaba del plácido descanso cuando a la vista del manzano le vino la inspiración de la ley de la gravedad.
5. Consúltelo “con la almohada”
Durante la noche el cerebro ordena los sucesos del día, los descarta y “archiva” y libera enlaces neuronales que pueden ofrecer respuestas que en la vigilia no advertíamos, y solucionar conflictos con base científica. ¿Acaso no se ha despertado en la noche con un pensamiento brillante y tras seguir durmiendo, al despertar comprobó con pesar que no recordaba nada mas que la ocasión perdida?. Por eso no está de más un cuadernillo y un bolígrafo en la mesita de noche. Nunca se sabe, y una sola vez que nos ofrezca respuestas habrá merecido la pena.
El prestigioso científico Claude Brezinski lo explica bellamente ( “El oficio de investigador”)
De forma general, creo que toda idea verdaderamente nueva se forma en el subconsciente. Si os encontráis con un problema, olvidadlo, pensad en él a continuación de forma profunda, un vez y otra, bajo cada ángulo; a continuación olvídalo de nuevo y esperad hasta que la solución emerja del subconsciente. Naturalmente, no emerge siempre, pero a veces lo hace.”
6. Confiar en el azar
Nunca se sabe que circunstancia puede venir en nuestra ayuda. La incertidumbre es el eje de la vida moderna y el azar depara notables sorpresas.
El matemático griego Arquímedes lanzó su famoso ¡Eureka! cuando se encontraba sumergido en la bañera… y no encontró precisamente una pastilla de jabón, sino una solución científica al problema de cálculo de volúmenes que le traía de cabeza.
7. Evite la simplificación aparente y cómoda del problema, eludiendo los prejuicios
El cerebro suele actuar simplificando el conflicto, y nos suele llevar a un primer enfoque reduccionista a etiquetar: ellos/nosotros; mío/tuyo; equivocados/correcto…
La complejidad de los problemas serios y los conflictos que subyacen son muy difícil de controlar cognitivamente.
Aquí es donde hay que desterrar la comodidad de los enfoques lineales y esforzarse en plantearse hipótesis en todas direcciones, incluso descabelladas.
Y sobre todo, intentar descubrirnos por si existe algún prejuicio que nos lleva a descartar alguna solución (“Ni hablar, jamás he aceptado órdenes de esa persona o en esa situación”; “No renunciaré a esto… o lo otro”; etc).
8. Compartir
Y si no encuentra la solución menos mala y aceptable pues sencillamente hable con un amigo o alguien que respete y dígale: “Por favor, ¿podrías ayudarme a solucionar mi problema? Tu ayuda y opinión me importa mucho”. Ya no es que cuatro ojos vean mas que dos, sino que dos mentes ven mas flancos del problema que una sola.
En todo caso, me encanta el consejo de la actitud ante los problemas de Bertrand Russell en una obra ya clásica, «La Conquista de la felicidad» . No dejéis de leerlo y saborearlo:
Yo he descubierto, por ejemplo, que si tengo que escribir sobre algún tema difícil, el mejor plan consiste en pensar en ello con mucha intensidad. Con la mayor intensidad de la que soy capaz durante unas cuantas horas o días, y al cabo de ese tiempo dar la orden —por decirlo de algún modo— de que el trabajo continúe en el subterráneo.
Después de algunos meses, vuelvo conscientemente al tema y descubro que el trabajo está hecho. Antes de descubrir esta técnica, solía pasar los meses intermedios preocupándome porque no obtenía progresos. Esta preocupación no me hacía llegar antes a la solución y los meses intermedios eran meses perdidos, mientras que ahora puedo dedicarlos a otras actividades. Con las ansiedades se puede adoptar un proceso análogo en muchos aspectos. Cuando nos amenaza alguna desgracia, consideremos seria y deliberadamente qué es lo peor que podría ocurrir. Después de afrontar esta posible desgracia, busquemos razones sólidas para pensar que, al fin y al cabo, el desastre no sería tan terrible. Dichas razones existen siempre, porque, en el peor de los casos, nada de lo que le ocurra a uno tiene la menor importancia cósmica.
Cuando uno ha considerado serenamente durante algún tiempo la peor posibilidad y se ha dicho a sí mismo con auténtica convicción «Bueno, después de todo, la cosa no tendría demasiada importancia», descubre que la preocupación disminuye en grado extraordinario. Puede que sea necesario repetir el proceso unas cuantas veces, pero al final, si no hemos eludido afrontar el peor resultado posible, descubriremos que la preocupación desaparece por completo y es sustituida por una especie de regocijo.”