Cuando era joven (y no digamos ya de niño), las mañanas de los sábados eran gozosas. Tiempo libre, libertad, relajo, serenidad e ilusión. Sin embargo, convertido en adulto, acabo de levantarme y las sombras de preocupación no se van.
Más allá de las noticias de la pandemia, sobre la que no tenemos la seguridad de si el virus acorralado está cobrando fuerzas para volver con una variante definitiva, inicio el día devanándome los sesos sobre tres nubarrones.
I. Primer nubarrón. El conflicto entre Rusia y Ucrania, o entre Putin y todos, que puede desembocar en una guerra y daños irreparables para el presente y para el futuro. Las grandes crisis bélicas de la humanidad siempre se han debido a gobernantes cegados por la soberbia y el matonismo, alejándose de la actitud venerable el emperador romano Tito (79-81 d.C.) cuya proverbial generosidad le llevó a comentar al finalizar el día sin haber ayudado a nadie: “Hoy ha sido un día perdido”.
Ahora toca la máxima tensión en la frontera entre Rusia y Ucrania porque alguien es empeña en borrarla. En estas situaciones de alta tensión no debemos ser tan ingenuos como el pasajero de la barca que tiene un agujero por el que entra el agua amenazando con hundirla, ve como su compañero la achica nervioso, mientras él sigue mirando el horizonte tranquilo y sin ayudar, mientras piensa “menos mal que el agujero no está de mi lado”.
II. Segundo nubarrón. Asisto a la tormenta mediática sobre la disputa dentro del partido popular entre Casado y Ayuso, y sus huestes respectivas, con una agresividad, mal estilo, y lo peor, un pésimo ejemplo para sus votantes y para la ciudadanía.
No es un problema de un partido concreto, ni importa el desenlace de la gresca, sino que tan grave incidente revela dos cosas. Por un lado, la hipocresía y burla del electorado, pues el problema aflora de forma instantánea tras los abrazos de las elecciones; por otro lado, y esto es lo grave, que muestra el fondo que mueve a la clase política: trepar, conquistar poder y machacar al rival. Es el triunfo de Maquiavelo sobre Platón, del egoísmo personal sobre el interés general.
III. Tercer nubarrón. Me cuesta digerir el terrible suceso del joven de quince años que mata a su padre, madre y hermana por haberle privado de la conexión a internet e impedirle jugar a un videojuego. La frialdad demostrada al matar y permanecer impasible tres días jugando con su maquinita, demuestra no solo que posiblemente ahí dentro hay un psicópata, sino que nos estamos equivocando en la educación de los menores, o en la educación de los que somos padres de los menores.
Ese es un caso extremo pero todos conocemos, más cerca o lejos, reacciones que no alcanzan cotas delictivas (que van desde la apatía, a los gritos y discusiones, el desprecio por lo que es de todos, pasando por la rebeldía agresiva en las distancias cortas); jamás imaginamos la generación que estamos haciendo las maletas, que las siguientes generaciones fueran “degenerando” en el plano de la empatía social y de los valores. No universalizo, porque hay un diezmo de jóvenes extraordinarios, modélicos, con altos valores y muy superiores a lo que yo mostraba en su edad, pero el pelotón muestra una tendencia peligrosa. Como afirmé en su día: Juventud, divino tesoro… perdido
Lo siguiente sería que me enfrascase en una reflexión autocrítica: ¿Estoy viviendo el Show de Truman?, ¿o esto es el experimento de los dioses para demostrar que los humanos no merecemos la libertad?, ¿qué responsabilidad tengo yo por ser pasajero de una ciudad, de un país, del planeta?, ¿qué hago yo para evitarlo?, ¿cómo combatir estos derroteros?, ¿merecemos vivir en el mejor de los mundos posibles, respecto de los que le tocaron a nuestros padres y a los padres de nuestros padres, en términos de calidad de vida, sanidad, tecnología y libertades?
No se trata de averiguar quién nos ha robado el mes de abril, sino como podemos evitar que nos roben todos los años que nos quedan por vivir.
En este punto, tengo que cerrar el periódico, y distraer la mente, y soltar el malestar como desahogo escribiéndolo. Es una terapia propia o como decía la canción de Police: un mensaje en una botella (Message in a bottle).
Recordaré que esta canción -aunque tiene lectura en clave de corazones solitarios- versa sobre la petición de auxilio de un náufrago en una isla perdida en el mar, cuya soledad le lleva a pedir auxilio con una nota dentro de una botella que arroja al mar y tras un año de espera infructuosa, una mañana se asoma a la orilla y observa miles de botellas flotando: “Parece que no estoy solo en estar solo”.
Pero como soy optimista, tras los nubarrones saldrá el sol. No queda otra que confiar.
Destrucción -apropiación interesada de las fronteras del otro mediante su arrancamiento por la fuerza: primer celaje-; autodestrucción -pelea cainita por el poder que lleva a la desaparición, el empequeñecimiento o la división: segundo encapotado; y desamor -intransigencia ciega, venenosa, rencorosa y violenta de la sinrazón que roe el corazón y desemboca en destrucción y muerte: tercer eclipse-.
En todos los casos hablamos de falta de luz y continuos apagones. Es decir, del embrutecimiento, envilecimiento, incivilidad y falta de humanidad que caracterizan a este tiempo nuestro de pequeños horizontes y grandes engaños. Pero, frente a este panorama, ¿qué podemos hacer? Mucho y poco a la vez.
Volver a la senda de la cultura, única que nos lleva al verdadero progreso. Restaurar los valores humanos básicos y los cánones de la moralidad y la conciencia desde la educación -primaria y familiar-. Dejar de ser masa o multitud -de la globalización, el consumismo y las anémicas democracias que se limitan prácticamente al día de la votación- y pasar a ser ciudadanos -activos, formados, críticos y con opinión propia- a quienes debe informarse y convencerse día a día del correcto ejercicio del poder. Recordar la Historia, para evitar repetir sus errores, teniendo presente que siempre ha existido la figura del hombre del saco -travestido de buena apariencia y falsas bondades- del que debemos prevenirnos y cuidarnos. Rechazar imperios -de todo tipo- que mangonean, manipulan y pervierten nuestras vidas, relaciones, economías y mundo. Complementar, de forma realista, lo espiritual con lo material. Respetar la naturaleza. Tener esperanza. Y quién crea, quiera y sepa, porque en este empeño nada sobra, también rezar.
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