Ayer leía estupefacto la noticia en el diario La Nueva España referida al ahogamiento por ingestión de uvas de un niño de tres años en Gijón, en que se relata que, siendo diez minutos pasada la medianoche del último 31 de diciembre, tras salir a la calle la madre desesperada con el niño agonizante buscando ayuda, se tropezó con una vecina que paseaba con el perro, que intentó reanimar al niño. Esta mujer pidió socorro a unos jóvenes de un coche que pasaba: «Me puse delante, pero tuve que llamar varias veces al cristal de la ventanilla para que me atendiesen», y rogó a los jóvenes –al menos tres y en traje de fiesta–: «Les dije que se llevasen al niño al hospital, que se estaba muriendo, pero no quisieron saber nada, que no podían«. La explicación fue dura: «Dijeron que esperásemos a los sanitarios, que ellos no querían líos y se fueron».
Me deja frío la noticia.
Terrible que un niño se atragante y fallezca, con la cruel paradoja de que sea un acto festivo y en presencia de su madre. Justo termina el año y termina la vida del niño. Pero lo que añade indignación a la impotencia del caso, es el episodio de indiferencia de esos jóvenes y que mueve a la reflexión telegráfica.
De entrada precisaré que no son así todos los jóvenes; los hay excelentes y solidarios, pero solo con que exista una minoría significativa de egoístas insensibles es altamente preocupante.
¿Acaso nadie les ha enseñado, que omitir el socorro es un delito y un acto de villanía?, ¿nadie les inculcó que si pueden hacer un bien sin perjuicio no hay lugar para vacilaciones?, ¿tampoco que no hay fiesta de nochevieja que justifique desoír los gritos de angustia de una madre?, ¿ninguno escuchó nunca la parábola del buen samaritano?
Me temo mas bien que algunos jóvenes se han educado en la indolencia, en la indiferencia ante el dolor o la muerte, con nula empatía hacia el sufrimiento ajeno; creo que se intuyen signos de esta dureza de corazón en la conocida predilección por los disfraces grotescos de Halloween, el éxito de las películas de zombies, o la naturalidad con que disfrutan de lujos sin preocuparse por la situación del prójimo, o peor aún, no valoran el esfuerzo de sus padres para conseguir financiar sus caprichos cuando todavía no tienen recursos propios («lo que valen las cosas»).
Reflexionando sobre esta amarga situación, me atrevo a señalar tres causas o fuentes concurrentes del problema, no con ánimo de sociólogo sino como reflexión personal sobre un tema preocupante.
PRIMERA FUENTE.- La ausencia de actividades lúdicas en la juventud que les cautiven y contribuyan en formación en valores.
Es cierto que hay jóvenes deportistas, lectores insaciables y solidarios, pero no apaga el dato estadístico mayoritario de jóvenes que adoran los videojuegos simulando violencia que insensibiliza, unido a los que promueven el aislamiento social.
Esta desviación de la atención adolescente, tan importante en sus objetivos en tiempos de aprendizaje, comporta el abandono de la educación tan sutil y valiosa que ofrecían las historias e historietas con moraleja, donde hay héroes y víctimas, donde se forma y educa. Hay libros de Dickens que encierran misericordia y bondad a raudales; el propio Don Quijote muestra idealismo y realismo combinado con anécdotas simples de valentía frente al oprobio; las fábulas de Esopo son riquísimas en pautas para ir por la vida con la cabeza alta; los refranes que nuestros padres y abuelos recitaban encierran sabiduría de siglos; los cuentos de nuestra infancia, del Capitán Trueno o Tintín permitían que supiéramos por donde sopla el viento de buenos y malos y actuar en consecuencia; es más, las simplonas películas de acción de nuestra generación ofrecían más letra que música, primando la narración sobre la destrucción, etcétera.
Creo que esa cultura de la lectura de libros de novelas o poesías, unidos a narraciones de nuestros padres y abuelos comentando con sensibilidad las situaciones cotidianas, y los juegos con amigos de carne y hueso, fueron el ropaje moral que nos alimentó en la infancia y nos proporcionó cierta claridad o criterio sobre lo que hacer o no hacer. Es cierto que esas lecturas o aprendizaje subliminal no han sido la vacuna universal contra la maldad (pues es evidente que nunca ha existido sociedad sin delincuentes), pero me temo que dejaron en las mentes de nuestra generación una valiosa huella positiva. Es más, incluso los delincuentes de entonces tenían sus propios códigos de conducta (lo que contrasta con las atrocidades cometidas hoy día y no digamos con la violencia de género, que siempre existió pero sin esta saña deshumanizada).
SEGUNDA FUENTE.- Un modelo educativo que es todo menos modelo
Las autoridades siempre se llenan la boca para hablar de la Educación como cuestión de estado, como prioridad, como valor para el futuro… Y sin embargo asistimos a un tejer y destejer planes de estudio y sistemas educativos; cada gobierno retoca el sistema educativo y nos embarca en un sistema de formación que pese al esfuerzo de maestros y profesores, camina hacia programas absurdos, enraizados en lo políticamente correcto pero educativamente nefasto, bajo filosofías de convertir colegios en guarderías y en experimentar técnicas de aprendizaje totalmente desconectadas de la realidad (en cambio my eficaz fue la huella dejada por uno de los refranes que me inculcó mi padre, con su ejemplo y explicación: “Buey que de joven no ara, de viejo tira del carro”). Insisto en que hay jóvenes con mentes bien amuebladas, investigadores de élite en el futuro, empresarios y líderes en la madurez, pero ese puñado alcanzará su brillo no gracias a la educación oficial sino a pesar de ella, y gracias a otros estímulos y valores (familiares, personales, circunstanciales, etc).
A veces pienso que el actual sistema educativo ha hecho buena a la vieja EGB en la que me formé.
Por eso me preocupa este desmadejado sistema educativo, que transporta a nuestros jóvenes hacia el iceberg de un mundo global deshumanizado.
TERCERA FUENTE.- La relación de nuestros tiempos adolescentes con los mayores, padres y otros adultos, ha cambiado
No sé si es la globalización, o las redes sociales que han sentado a la mesa y tiempo de los jóvenes a infinidad de forasteros, pero lo cierto es que el valor del magisterio de padres y abuelos se ha devaluado seriamente.
En mis tiempos, la relación de sangre suponía respeto por padres y abuelos y respeto por lo que decían. No caían en saco roto las historias y consejos de mi abuela o padres, por ejemplo. Sin embargo, hoy día, la posición de padres y abuelos como faro formativo ha sido degradada por los propios jóvenes que se sienten gallos de corral libres, autosuficientes para formarse aunque se dejan guiar por supuestos líderes cuyo aval es ser youtubers con miles de visitas, raperos con verborrea incontenible o rebeldes sin causa. Ni siquiera son capaces de comprender que sus padres y abuelos también fueron jóvenes e inconformistas.
Debemos acostumbrarnos a concebir como pasada de moda, la imagen de padres jugando con sus hijos, disfrutando de la caza o pesca en común, rivalizando con ellos a los naipes o ajedrez, avanzando en bicicleta por el campo, o sencillamente compartiendo un paseo hacia ninguna parte. Hoy día creo que muchos padres luchan por ser compañeros de juegos de sus hijos (incluso los hay que lo consiguen) pero buena parte de ellos “arrojan la toalla” cuando no pueden competir ni con los “coleguitas” de sus hijos ni con las “pantallitas” que los hipnotizan. Antes se sabía que la adolescencia era una etapa difícil para ambos, padres e hijos. Ahora se sabe que también es una etapa difícil la infancia. Muchos padres, vencidos por las circunstancias, no buscan enseñar a sus hijos sino que no les estorben, que confunden su responsabilidad con la tolerancia general.
Pero lo peor es que mi generación sabía y asumía que tenía que cuidar y atender a sus padres o abuelos, mientras que la que viene posiblemente vea más cómodo dejarlos aparcados en la residencia o en el barrio del olvido.
No hace mucho un documental sobre la juventud estadounidense mostraba que, como consecuencia de la pronta independencia económica de la juventud, tras una educación hogareña pegados a pantallas (televisión, ordenador, móvil), solía llevarle a trabajar o estudiar a otro Estado lejano, con el cruel resultado de que las encuestas y estadísticas efectuadas por psicólogos mostraban estos datos que hacen pensar:
- Que mantenían más contacto con las Redes Sociales que con las Redes Familiares;
- Que muchos olvidaban el nombre de los abuelos, y por supuesto, no les interesaba ni les había interesado saber en qué habían trabajado sus abuelos o qué les había preocupado;
- Que conocían una docena de nombres de raperos, actores y modelos mientras que Mahoma, Abraham, Salomon o Buda eran despachados como leyendas o incluso como… ¡héroes de viejos comic!
- Que su interés por sus padres era más por su patrimonio que por revivir experiencias o recuerdos comunes;
Por eso me temo que esa tendencia estadounidense es la que nos aguarda, ya que similares modelos provocan similares consecuencias. Y no es un problema de España solamente, porque la globalización ha uniformado una juventud sesgada hacia la libertad entendida como egoísmo y frivolidad. La gran pregunta consiste en cómo educarán los adolescentes de hoy a sus hijos del mañana.
Sé que en este punto, más de un lector está deseando replicar diciendo que no sea tan pesimista, que sus hijos no son así y que los jóvenes son el futuro. Yo también quiero creerlo, pero sucesos como el de los jóvenes que salen de juega de año nuevo y rechazan ayudar a quien lo necesita, no me ayudan. No deja de ser chocante que un buen grupo de esos jóvenes que salen ataviados para disfrutar de noche de bailoteo, ligoteo y desenfreno, posiblemente acaben en las urgencias hospitalarias de la mano de sus preocupados amigos, donde les espera un médico con amoniaco para hacerles un lavado de estómago.
El problema, parafraseando un viejo chiste, consiste en que la borrachera se quita al día siguiente, pero la frivolidad y el pasotismo enquistados, no.
El problema es la Malisima educación que tenemos en España por parte de profesores que ni enseñan ni educan. La multiculturalidad tampoco ayuda y la pobreza generalizada (que en España hay mucha) así como la mezquindad incesante no suma para hacer de los jóvenes un futuro mejor para España. Vais a FLIPAR con la generación que viene.
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