Claves para ser feliz

Lo bueno acompañado sabe mejor

Hay pinturas que dicen mucho. Y fotografías. Y si son personales y captan más de lo que muestran, mejor.

He aquí una foto que me han tomado hace unos días. Habla por sí misma.

Aparentemente soy un parroquiano tomando un “culín” de sidra. Sin embargo, sugiere algo más.

Estoy saboreando el líquido néctar del manzano en un merendero. Con los ojos cerrados, los labios levemente apretados, el vaso de amplia boca con la inclinación justa. La nariz captando efluvios. Se avivan los coloretes de las mejillas. Color, sabor y olor en escena. Nótese la forma de sujetar el vaso con los dedos, que demuestran la destreza o la experiencia. La leve pendiente del vaso corrige el ángulo de noventa grados que forman el brazo y antebrazo.

Un trago calmoso, de bebida con pocos grados de alcohol, muy distinto de la agonía de cierta juventud que se entrega a la intoxicación etílica para evadirse. Diría que no hay licor, ambrosía o delicia que pueda equiparse a un sencillo trago del fruto de la manzana. Fresca, fermentada, burbujeante, tras el escanciado. La poción mágica de los galos en versión asturiana.

Si observamos en la distancia, vemos que los cristales de los lentes y el fino vidrio del vaso se aproximan pero no chocan. La mano derecha sujeta con firmeza la botella, no sea que se escape, caiga o se la retiren. A punto para volver a cumplir su delicada misión. El cuerpo ladeado para poder tirar el poso residual a la hierba. Armonía y equilibrio entre persona, naturaleza y fruto. La mente se expande y el relajo invade. Todo muy ecológico, suave y sin griterío, confusión ni atragantón. Un gran honor que un manzano y la paciencia de un artesano ofrezcan tan sabroso jugo.

La indumentaria es apropiada. Una sencilla camiseta que realza lo que los gimnasios no incrementan. Un antebrazo bronceado por labores de aficionado al campo, con algunos arañazos de un perro cariñoso y la pelusa que da la razón a aquello del “oso cuanto más peludo, más hermoso”.

En suma, en un mundo banal y acelerado, cuajado de problemas avivados por la estupidez, la sencillez de ese momento -ni complejo, ni costoso, ni rebuscado, ni soberbio- permite el reencuentro con el fondo humano, con la naturaleza, con ese regalo que es la vida. Gotas de felicidad.

Ahora contemplemos este célebre cuadro de Degas, En un café (1873); vemos una muchacha de mirada triste, que encoge el alma y que, curiosamente está delante de una bebida verde, la absenta, un auténtico veneno que fue muy popular en el París bohemio del siglo pasado.

La moraleja que podemos extraer de ambas imágenes radica en que nuestra actitud importa en cuanto al provecho de las cosas. Hay que abrir los sentidos para disfrutarlas. Hay que ir con optimismo, ilusión o deseo, sin esperar un milagro de un trago, un exceso o un lujo, aunque se pueda pagar. El talante, la voluntad y la predisposición siempre ayudan. Las pequeñas cosas dan gran placer si la persona está dispuesta a exprimirlas. De hecho, tengo fotos que demuestran fruición, placer y éxtasis similar con un simple café o pincho de tortilla.

Además, hay algo esencial que no se ve en la imagen asturiana, pero que está del lado del fotógrafo. No bebo solo jamás. Todo sabe mejor acompañado. Con la compañía adecuada, claro, porque en el cuadro de Degas se ve que la compañía de la chica no es precisamente la alegría de la fiesta, ni un confidente cariñoso presto a escuchar. Claro, que con sujetos así de inquietantes, lo de beber para olvidar tiene un atenuante, aunque gran razón tenía G. K. Chesterton cuando aconsejaba que “Bebe porque eres feliz, pero no porque te sientas un miserable”.

La estampa asturiana muestra una experiencia que no brinda ninguna red social, pues ni el mejor algoritmo o simulador puede conseguir ese efecto delicioso de compartir el fruto sano de la naturaleza en compañía agradable. Ni twitter ni Instagram, ni Facebook han conseguido escanciar sidra ni provocar el efecto refrescante, ni sustituir la presencia física de la buena compañía.

Y así, una botella verde en la tierra verde, viendo el verde campo, sugiere el verdor de la esperanza. De seguir disfrutando de la vida y los momentos sencillos, porque son los más grandes. Con moderación, serenidad y buena compañía. Confieso que seré reincidente en tan sanos momentos, mientras cuerpo y mente aguanten, y mis amigos me aguanten, claro. Son momentos que ni se compran, ni se venden, sino que se disfrutan y comparten.

Salud, queridos lectores.

1 comentario

  1. Estos podrían ser algunos mandamientos para que la vida supiera mejor y fuera más disfrutable:

    Ser humildes, conscientes de nuestra pequeñez y capaces de eliminar aquello que nos sobra.
    Alejarnos de la gente estúpida y la que ofende (la lengua es un órgano que les estorba -Pérez Galdós-).
    Abastecernos de amigos fieles (desinteresados, inspiradores y sanos), familia (aunque esta lotería biológica a veces no acabe en en premio y sí en condena) y buenos libros (que esperan impacientes ser leídos).
    No limitarnos a la cómoda compañía de afines, pues es en el contraste y en la diferencia donde se descubren facetas ocultas de nuestro yo, se le hace salir de su prólogo y poder avanzar capítulos.
    Dar luz a los demás con lengua amable, sin permitir que nuestro conocimiento y experiencia se vanaglorie y transforme en altivez, soberbia y autocomplacencia.
    Liberar el ruiseñor de la alegría y el afecto.
    Degustar a pequeños sorbos los buenos momentos para que se prolongue su disfrute, permanezcan indelebles en la memoria y ayuden a pasar los malos momentos.
    Tener siempre ilusiones, esperanzas y sueños.
    Permitirnos ser idiotas sólo cuando estemos enamorados.
    Y trabajar para poder vivir, disfrutar y ser persona y no a la inversa.

    Su vida, José Ramón, auténtico telón de fondo de esa personal enciclopedia intemporal e inacabable de episodios del vivir (importantes, insignificantes, curiosos, singulares, anecdóticos, reales, fabulados, divertidos, dramáticos…) que es su «Vivo y Coleando» (¿para cuándo un libro con sus mejores artículos?), cumple muchos de esos principios. Es más, desde lo que representa su grafía, parece haberse vuelto más fresca e ilusionada y haber reforzado su proverbial positividad y buen juicio. Diríase que el cambio de casa a chalet, sus nuevas rutinas, el esforzado pluriempleo de jardinero, el pasar de peatón a acompañante de perro o el convertirse en taxista de sus hijos le hubieran aportado una adicional energía y alegría.

    P.D. De igual forma que en la Compañía de baile de Antonio Gades bailaban gordos, flacos, calvos, feos, guapos, viejos y jóvenes porque, según afirmaba el maestro, todo el mundo tiene derecho a bailar. En su particular «Compañía» todos tienen cabida porque el derecho de aprender a vivir y disfrutar de la vida es universal. Por eso las puertas de su teatro –el Blog- permanecen siempre abiertas.

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