El comer es un placer

Esos almuerzos con amigos que volverán

Miro una foto de un encuentro con amigos de hace dos años. Seis buenos amigos. Todos hemos superado el medio siglo (unos más que otros). Todos tenemos medios de vida (ninguno millonario, aunque no faltan esos cincuenta euros en el bolsillo que permiten calmar el noventa por ciento de las ansias de la vida moderna). Curiosamente no nos separa la distinta formación o profesión de cada uno (economista, biólogo, catedrático, laboralista, pastor, juez). Somos distintos planetas de un mismo sistema solar, que giran en torno a la luz de la amistad.

Eso sí, todos compartimos un gran sentido de la camaradería y sobre todo, somos capaces de discutir de cualquier cosa sin agredirnos ni tener que pedir disculpas. Y, como no, a todos nos gusta la cocina casera. Los psicólogos han demostrado que cualquier conversación con un café de por medio, alivia tensión y aproxima posiciones, pero sin saber psicología me temo que una fabada como la que nos ventilamos es el mejor reconstituyente y estímulo de fraternidad.

Es una imagen sencilla, donde se advierte el relajo, la confianza, la comodidad y la complicidad. La foto capta la sonrisa de todos, que se exhibe como puerta abierta a la confidencia y advertencia de que se trata de un grupo cohesionado. Lamentablemente la foto no capta ni el momento del encuentro previo con el alborozo consiguiente ni la ternura de la despedida, como tampoco el paseíto de postre por un paisaje increíble.

No se percibe discusión, recelo ni melancolía, ni existen jerarquías pues se intuye que reina un clima calmoso, donde las conversaciones se ordenan caóticamente, bajo la sutil dirección de la ocurrencia, la anécdota o la broma. Se pasa de hablar de política a temas de salud o cultura, o naturaleza, de lo personal a lo social, de lo que comemos y de lo que somos, aunque forzoso es constatar que en cada reunión se habla más del pasado que del futuro. O sea, somos bichos tan raros que somos capaces de conectarnos presencialmente sin necesidad de internet ni artilugios interpuestos.

Es cierto que caben miradas suspicaces buscando malicia donde no la hay: que si no hay ninguna mujer, que si se está tomando la sidra con su carga alcohólica, que si rompemos la pureza de la naturaleza, que si mostramos frivolidad respecto de los que no tienen almuerzo, que si no estamos trabajando… A estas reservas respondería parafraseando a Rhett Buttler, en Lo que el viento se llevó: “Francamente, me importa un bledo”.

Todos atesoramos fotos similares, que captan bellos momentos, aunque son los que se recordarían sin necesidad de registro. Son las fotografías que debemos guardar, en papel y memoria, para tener presente que estábamos vivos y felices, y que nos generan añoranza en los actuales tiempos en que el confinamiento y la zozobra de la pandemia ha aparcado tales encuentros.

Confío en que regresen tales ocasiones. Al menos, cuando regresen se valorarán mucho más. No sabíamos lo que teníamos hasta que nos lo arrebataron. Hace poco, tomando un café con ese frío ritual de levantar el bozal de la mascarilla, añoraba con un íntimo amigo el levantamiento de esta condena vírica y poder retornar a compartir mantel con el puñado de buenos amigos; me insistía el bueno de Carlos Juan en que ya estamos en una edad en que no se trata de cebarse, ni beber como si estuviésemos en la ley seca, ni de sentarse en un local aturdidos por el ruido, sino sencillamente de compartir afecto, cercanía y charla sana. Respirar que no es poco, sonreír que es mucho y reírse a carcajadas que es el acabose. O sea una burbuja de tiempo placentero en el frenesí actual.

Lo bueno de repetir tales encuentros es que por el forzado distanciamiento (en el espacio y en el tiempo) tendremos mucho más que comentar, compartir y esperemos con motivos de regocijo, además de que, dado que la memoria flaquea, podemos volver a contar viejas historias como si fuesen nuevas.

Si Ortega decía aquello de “yo soy yo mis circunstancias”, yo diría que “yo soy yo y mis circundantes”, porque los que me rodean y acompañan en los momentos buenos y malos, son parte de mi vida. Como todos, en la vida he cometido muchos errores y hecho muchas tonterías, y confieso que desearía haber cometido antes los errores para aprender, y repetir las tonterías con los mismos para no olvidarlas.

Así que definitivamente, no quiero que me inviten a participar en webinar, ni a sesiones de trabajo, ni a eventos multitudinarios ni a almuerzos de compromiso. Quiero volver a mis encuentros de mantel ocasionales con mis auténticos amigos, que siempre están (ahora recuerdo la canción de La Unión: Dónde estabais en los malos tiempos/Cuando ni gritando conseguí/Hacerme oír la voz).

En fin, guardaré celosamente esa foto, aunque lo pintado o retratado nunca alcanza lo vivido. Cambiaría una foto así por los miles de fotos tomadas con los móviles que jamás repasaré.

En las Sátiras del poeta Horacio nos cuenta que se siente feliz porque «vivo carus amicis» que literalmente significa «vivo querido por mis amigos», y esa es una de las sensaciones más gratificantes y estimulantes que nos depara la vida. Se trata de la que califique como la dulce cadena del amistad.

4 comentarios

  1. Envidia sana, es lo que me ha transmitido, sobre todo en esta catarsis que nos ha tocado padecer.
    Cuanto añoro esas reuniones de amigos, de los de verdad, con sus virtudes y defectos, con alegrias y tristezas, escasas en el tiempo, pero inmensas en satisfacciones.
    Hoy nos damos cuenta, al faltarnos, de cuanto hemos perdido.
    Dios permita que podamos retomar, y si acaso, con mayor frecuencia, lo que nos ha sido vedado..

    Un saludo y gracias por esas palabras y sensaciones.

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  2. Los amigos se «hacen» a fuego lento. Luego, las circunstancias y el tiempo hacen de selección natural. El verbo tener -tan aritmético, tan contable, tan numérico él- casa mal con su esencia y verdad, porque a los amigos, como les pasa a los años, a los amores y a las copas de buen vino, solo hay que disfrutarlos y cuidarlos, no contarlos.

    Más allá de que haya amigos y amigos (pues no se trata de con cuantos supuestamente cuentas, sino de con cuantos puedes contar), a un amigo no se le puede representar en clave de número. Es más, mucho más. Es verdad de verdad. Es regalo y es responsabilidad. Es desinterés y es bienestar. Es presencia segura en la adversidad. Es entender y ser entendido. Es conocer/nos, es respetar/nos, es saber/nos tratar y disfrutar. Es apoyo y es honestidad. Es igualdad sin disfraz. Es diversidad. Es divertirse con su compañía y sin necesidad de nada más. Es defecto y, a veces, carga inevitable, que hay que saber llevar y sobrellevar. Y también es nuestro peor y más insobornable enemigo porque -como nos conoce y le dolemos- es capaz a decir/nos a la cara lo que no queremos oír y de mostrar/nos crudamente lo que no queremos ver.

    Por ello la amistad, si arraiga y echa raíces, puede llegar a convertirse en auténtica Carraca (árbol gigantesco: recio, protector y siempre verde) capaz de dar los frutos más hermosos y sabrosos que se conocen. Si eso le sucede, ¡enhorabuena!. Su paso por esta vida estará más que justificado.

    Buenos amigos, buenos libros y una consciencia tranquila: esa es la vida ideal.-Mark Twain-. ¿Se apuntan? Lo demás ya volverá.

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  3. Gracias JR. Chaves, Javier y también FELIPE; así como todos los que habéis compartido la fabada y yo agregaría los muchos mas que no están. Gracias a Dios somos muchos entre los cuales me encuentro y momentos así volverán pronto y seguiremos disfrutándolos todos los AMIGOS!!! Que bien los habéis definido esos momentos compartidos con auténticos amigos, los cuales; estoy convencido que con ellos se evitan infartos y muchas mas cosas.. GRACIAS AMIGOS!!!

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