Ayer estuve en la playa de la Espasa (Asturias). Se saborea más lo que no se tiene, así que tras la pandemia y su entorno asfixiante, poder caminar descalzo por la arena, mientras el sol te acaricia y las gaviotas aletean, es un momento mágico.
Especialmente me llamó la atención algo tan natural como majestuoso. El ir y venir de las olas, suaves e incansables, hacia las rocas, borrando las huellas y partículas para dejar un manto dorado impecable. Una y otra vez, como mensajeras de un mar infinito.
Me temo que quien no reflexiona en estos parajes debería reflexionar sobre sí mismo. Sobre su mar interior.
Por mi parte pensé cosas simples, nada de si las olas son ondas o partículas, ni la célebre pregunta de Neruda (¿donde está el centro del mar/por qué no van allí las olas?). Opté por reflexiones más personales…
El estado de alarma vino y se fue…
y las olas seguirían su labor.
Nosotros los paseantes de playa, también nos iríamos.
Y las olas seguirían su labor.
De noche, aunque nadie mire la costa,
las olas seguirán su labor
Cuando asolemos el planeta por epidemias, calentamientos o guerras,
las olas seguirán su labor.
Todos pasamos. Nosotros y las olas, porque lo de Heráclito vale para el mar, ya que nunca nos bañarnos en el mismo mar ni con las mismas olas.
Me atrevo a traer unos versos de un poeta de verdad que me resultan bellos e inspiradores:
Años ha que contemplo las estrellas
en las diáfanas noches españolas
y las encuentro cada vez mas bellas.
Años ha que en el mar conmigo a solas,
y aun me pasma el prodigio de las olas!
(Éxtasis, Amado Nervo)
Las olas son una fuente inagotable de metáforas. Como en la vida, intentamos adivinar si lo que se avecina, viene débil o fuerte, con áspera arena o suave espuma, si nos arrastrará o rodeará.
Y como en la vida, unos las usan (surferos), otros las disfrutan (bañistas) y otros las sufren (ahogados). La vida como la marea, sube y baja, cambia y nos cambia: a veces el oleaje estalla con rugido y furia. Otras se calma y nos susurra serenidad. Y así es todo, hasta que abandonamos esta playa terrenal.
Y por eso, al igual que cuando nos adentramos en el mar donde reinan las olas, en la vida tenemos que aprender lo que no podemos hacer, lo que debemos hacer, y sobre todo, que las olas sean nuestro juguete y no nosotros el suyo.
La lectura de su artículo me ha dejado una placentera sensación de bienestar, tranquilidad y normalidad que hacía tiempo que no sentía. El verano ha vuelto a opositar para poder hospedarse en las olas. Y albricias, qué gran noticia nos participa, a pesar de su traicionero y sinuoso competidor (la covid 19), se ha vuelto a quedar con la plaza. Frescor de lluvia terrestre, plata mojada de sal, rumor plácido de fondo, caballito de semblante risueño y vida y muerte en un momento siempre a punto de recomenzar.
Hipnotizados por el mar, hermanados con sus olas y mirándonos en su espejo volvemos a reencontrarnos y reactivarnos para que la vida, nuestra vida, resurja o continúe. Porque, como bien expresaba Karen Blixen («yo tenía una granja en África, al pie de las colinas Ngong»,), la cura para todo es siempre agua salada: el sudor, las lágrimas o el mar.
Me gustaMe gusta