Estamos en tiempos convulsos, pero por primera vez tengo la sensación de que el aguacero, la tormenta o el seísmo no es transitorio. Tarda en pasar la pandemia y mucho más tardarán en pasar sus efectos.
He oído que habrá una reforma educativa para facilitar que se pase el curso sin límite de suspensos. Y me quedo patidifuso.
Veo unos jóvenes trepando por los canalones de un Colegio Mayor a medianoche para burlar la pandemia. Y me deja decepcionado.
Asisto a grupos de jóvenes gamberros, minoritarios afortunadamente, que destrozan objetos ajenos y de todos, para supuestamente protestar por las medidas contra la pandemia. Y me cabrea.
Escucho al hostelero del lugar donde tomo café y la desolación le invade, pues su negocio se hunde y su futuro también.Y me apena.
Comparto comentarios con mis amigos y buena parte se van lamentándonos por nuestros mayores, por lo felices que éramos cuando éramos felices sin mascarillas y por lo felices que éramos cuando nos contábamos la misma historia varias veces porque no recordábamos haberla relatado o los nombres de los que asistieron cuando la relatamos. Y me entristece.
Contemplo la furia desatada en Francia por radicales religiosos y el descontrol en la cuna de las libertades. Y me indigna.
Veo crispación e intolerancia. Mucha. Y me crispo también. Y me vuelvo intolerante con los intolerantes. O sea, contradictorio.
Y una inmensa mayoría de políticos nefastos, tanto los que no solucionan los problemas y gobiernan, como los que aseguran tener la solución pero no gobiernan. Y no sé cómo ni quién solucionará este desaguisado. Y me siento burlado.
Ante las próximas elecciones norteamericanas del martes 3 de noviembre, ¿Trump o Biden?. Un resultado impronosticable que cambiará mi vida, la de los míos y la de todos. Y me siento impotente.
Y lo más escalofriante. Asumimos una segunda ola de medidas para el confinamiento por el virus, que me temo es el anuncio de un tsunami para los tres próximos meses. Y me aterroriza.
Para mas inri, me entero que fallece Sean Connery, uno de mis actores favoritos, de los que tengo grabada su representación del aventurero Daniel Dravot (El hombre que pudo reinar) y Guillermo de Baskerville (El nombre de la rosa), además de un estupendo James Bond.
Así y todo, me siento afortunado por contar con buen trabajo, buena familia y techo estable, además de mis pequeños vicios ( mis libros y mi ordenador, por supuesto). Pero compruebo que es difícil ser feliz cuando a tu lado todo se hunde. Siempre he dormido como un lirón, pero ahora el lirón se despierta inquieto.
Solo me queda consolarme recordando la escena de El Puente de los Espías, en que un espía ruso está siendo juzgado y el abogado le informa en la sala del tribunal de los pésimos derroteros que lleva el juicio, y que está al borde de ser condenado a la silla eléctrica, y sin embargo no se inmuta, así que el abogado le pregunta:¿no está preocupado?
Y le responde con calma: ¿Ayudaría?
Lo interpreto como una buena recomendación de no preocuparse por lo que no podemos controlar. No debemos alzar emociones y pensamientos negativos en un bucle interminable sobre las noticias que nos llegan porque eso nos agota, enloquece y deprime. No es solución evitar las noticias porque así las desgracias no desaparecen.
Tampoco debemos abandonarnos al relajo ni a «ahogar las penas», pues como decía un chascarrillo, «las penas saben nadar». Ni por supuesto aconsejo sumarnos a la cómoda posición de criticar a diestro y siniestro, porque por desgracia, en este buque (el mundo, el país, la región, la ciudad, la familia) vamos todos.
Como decía Ortega y Gasset «Yo soy yo y mi circunstancia. Si no la salvo a ella, no me salvo yo».
Como no tengo receta mágica (¡ojalá!) me limitaré, por salud mental y supervivencia, a centrarme en mis prójimos en sentido bíblico, y a no abrumarme con pensamientos negativos. Es difícil, pero lo intentaré.
Por lo pronto, he decidido aprender italiano a la brava, y me he zambullido con películas de Netflix subtituladas en italiano. Quizá no aprenderé la lengua clásica pero estaré ocupado y me daré cuenta que yo soy un clásico tenaz.
Me niego a situarme en el lado pasivo de la vida. Así que si el espejo no me ve joven, seguiré demostrando que todavía tengo que dar mucha guerra. Al menos para que cuando todo este annus horribilis pase, podré sentirme orgulloso de algún fruto distinto de confinarme y quejarme.
Suerte amigos. Espero que tengáis vuestra propia solución para sobrellevar este inquietante panorama.
«No perdamos nada de nuestro tiempo. Quizá los hubo más bellos pero éste es el nuestro» J.P. Sartre
No es ni mucho menos la panacea pero algo de serenidad me aporta. Me siento totalmente identificada con tus palabras de hoy…
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Las reflexiones compartidas nos reconfortan. Tus palabras expresan muchos sentimientos y emociones que muchas personas estamos experimentando. Esta situación, como bien dices, pasará y mientras practiquemos la generosidad y la empatía porque nos va a hacer mucha falta.
En cuanto al italiano….,ti posso trovare un grande aiuto vía Zoom e non sono io ….;-) anche se sarebbe bello poterlo fare.
Fui Erasmus en la bella Italia 😉
Ánimo con el italiano y todo lo demás!!!!
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Gracias, Fini. Ahí seguimos, con la que está cayendo. Va vene.
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Le preguntaron a Gandhi cuales eran los factores que destruyen al ser humano. Respondió «la política sin principios, el placer sin compromiso, la riqueza sin trabajo, la sabiduría sin carácter, los negocios sin moral, la ciencia sin humanidad y la oración sin caridad«.
De repente nuestro mundo se ha vuelto loco. Todo está está patas arriba. Nada encaja. LAS REGLAS HAN SALTADO POR LOS AIRES. Y la humanidad parece haber sufrido un ataque generalizado de amnesia y haber olvidado cómo hay que vivir ¡juntos!…para poder seguir viviendo. Por ello, es el momento de rememorar, de creer y de practicar esos valores cotidianos elementales que predicaba Gandhi, y no el de caer en la pasividad, la desmotivación, la indiferencia (del no depende de mí), la depresión y la pérdida de autoestima.
Sólo así podremos evitar que este repugnante virus mutado, de la irresponsabilidad, el egoísmo, el fanatismo, la irracionalidad, el ver al otro como un invasor de lo nuestro, la adscripción acrítica a bandos, la descalificación sistemática del ajeno y el uso del trazo grueso como vara de medir, nos nos siga destruyendo y haga olvidar que cuando nos tendemos la mano somos más fuertes y mejores. Solo así aprenderemos a volver a vivir como debe hacerse, esto es, unidos, con responsabilidad, prudencia y respeto (hacia nosotros y los demás), con alegría, luz y esperanza (que es la vida sin ellas) y con libertad (bien entendida) luchada y ganada cada día para todos (nosotros y los demás).
PD. La sabrosa cosecha de pensamientos y sentimientos que nos regala, aderezada con la escena de «El puente de los espías» que comenta (por cierto, en mi opinión, preocuparse -en este caso- compartiendo sus reflexiones sí que es útil porque ayuda a concienciar y a reaccionar a otros), podría ser completada (disculpe el atrevimiento de la sugerencia pero la creo oportuna) con esta otra escena de la película.
Un siniestro agente secreto americano, tras advertir que necesita cierta información y aclarar que en este tema no existen las reglas, se la exige y requiere al abogado del espía. Este, tras constatar que los orígenes de ambos son distintos (irlandés y alemán), le contesta: «¿Sabe usted qué nos hace americanos? (es decir iguales, el añadido es mío): Una sola cosa. ¡Las reglas!. Se llaman Constitución. Son las que acordamos. Y nos hacen americanos (iguales). Es lo que no une, así que no me diga que no hay reglas… y deje de asentir maldito h…de…»
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Decía Nuberu en su canción «Si tien areglu se arreglará, si no lo tiene ta arreglau ya». Sin que suponga conformismo o abandono, es una frase que aplico frecuentemente ante problemas en los que la solución no está en mis manos
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