Reflexiones vigorizantes

Los sentidos comunes menos comunes

Uno de mis momentos mágicos, epifanías menores y serenidad en el turbulento mar de eso que llamamos vida, es el café del domingo por la mañana. Acompañado de un tentempié, es una delicia pasearse por los periódicos buscando perlas con las que compensar las malas noticias.


Este domingo he leído unas palabras del discurso de la Premio Nobel de Literatura Annie Ernaux que me parecen inspiradoras:

Comparto el orgullo con quienes, de un modo u otro, desean más libertad, igualdad y dignidad para todos los seres humanos, independientemente de su sexo y su género, de su piel y su cultura. Con quienes piensan en las generaciones venideras, en la salvaguarda de una Tierra que la codicia de unos pocos sigue haciendo cada vez menos habitable para el conjunto de los pueblos.

Mejor no se puede decir. Nobles fines y nobles valores que todos compartimos. El problema radica no en qué queremos, sino en cómo lo conseguiremos. Ahí empieza la actuación individual, intentando cada uno conseguir la paz interior a base de luchar por mejorar nuestro exterior. Ahí está reto personal, porque hoy día es difícil hacer lo que se debe y difícil también es decir lo que se piensa, por mucho que tengamos esa ilusión de libertad de expresión.

En esta línea, en otro periódico leo esta opinión del actor Santiago Segura, que comparto totalmente:

¿para qué voy a dar una opinión?¿Para buscarme un problema? Son tiempos revueltos. No suelto algo en el mar de la opinión para que me crujan sin que pueda defender mi postura. No hay argumentación, sólo gritos e insultos.

He ahí una de las claves. Libertad real para opinar. Libertad para actuar, pero lógicamente excluye la libertad para ofender, la libertad para oprimir la libertad ajena.

Lo digo, porque leo también la noticia de un joven informático que se dedica a pasear y practicar el nudismo donde le place pese a que le ha supuesto varios litigios. Tiene una cruzada emprendida para lo que el cree que es un rasgo de libertad pero que intuyo, es su manera de calmar su ego de protagonismo, con la complicidad de los medios de comunicación.

Como a Antonio Machado, a veces que me “brota la sangre jacobina”, y nada tengo que objetar a que es una manifestación de su libertad, la misma que si yo le digo a la cara que es un majadero, le azuzo a mi perro para que le muerda o si le toso a la cara.

Personalmente no me escandaliza, pero vivo en sociedad y comprendo que hay menores de edad, personas mayores que no lo comprenden, personas cuya religión sufre con esas conductas y personas que consideran que existe un espacio íntimo que debe reservarse. ¿Tan difícil es hacer entender que no vale todo?,¿comprender que puede dar rienda suelta a su afán nudista o a chuparse las rodillas practicándolo en el interior de su domicilio o finca, o en playas o espacios cerrados donde los demás compartan esa filosofía?

Me pregunto, pese a que se me etiquetará de antediluviano, la razón por la que se han perdido en buena parte de la sociedad actual, tres sentidos comunes, que lamentablemente son poco comunes:

  • El sentido ético, de lo bueno y lo malo, de respeto a los demás.
  • El sentido de empatía hacia los demás, de comprender su situación.
  • El sentido de responsabilidad social hacia lo que es de todos.

Me viene a la mente Saramago: “no es que sea pesimista, es que el mundo es pésimo”. Acaso me sucede lo que a Antonio Banderas en otra entrevista en que leo que dice que a los 63 años:

Quizá asuntos como el valor de la amistad o el hecho de vivir cada segundo como el último, que son temas que están ahí desde siempre en la literatura, cobran una nueva relevancia ahora.

¿Y cómo se obtienen esos “sentidos” que son la esencia del homo sapiens? No los dan las leyes, ni las redes sociales ni los títulos académicos. Con gran razón se advertía desde la Universidad de Salamanca que “lo que natura non da Salamanca non presta”, pues debemos tener presente que nuestra naturaleza y lo que somos se forja en la niñez y se consolida en la adolescencia.

Después nos hacemos la ilusión de haber cambiado a mejor (no conozco a nadie que reconozca haber cambiado a peor), pero si miramos hacia nuestro interior, quizá reconoceremos que nuestra actual terquedad, ingenuidad, malicia, crispación o calma, generosidad o mezquindad, son las mismas que existían en nuestra primera etapa vital de maduración. Los que no ejercían en su juventud el “por favor”, el “lo siento” o las “gracias”, o les costaba decir «te ayudo», o “me arrepiento”, cuando son adultos tampoco lo dirán.

Entonces, si nos faltan esos sentidos, ¿cómo podemos saber si hacemos lo correcto? Me quedo con las palabras sabias de Abraham Lincoln:”Cuando hago el bien, me siento bien; cuando hago el mal, me siento mal, y esa es mi religión”. Otra cosa es que los hay que saben que hacen mal, pero se engañan o pretenden engañarnos a los demás.

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2 comentarios

  1. Estupenda crónica de urgencia sobre islas perdidas del tesoro -noticias positivas de la prensa dominical- donde poder reponer fuerzas -ilusión, valores y esperanza- para continuar la travesía -del día a día y la inminente semana-. Y, por contraposición, sobre el peligro que corren los navegantes de esas y otras islas y continentes vitales –noticia negativa del fin de semana- de hundir y llevar pique la nave de sus sentidos más básicos por chocar contra los arrecifes del sinsentido.

    Añadiría la estética y el buen gusto como sentidos elementales también abatidos (junto a los mencionados de la ética, la empatía y la responsabilidad social) por esos bajos fondos marinos de la sinrazón (la ordinariez, la majaronez y la cutrez). Porque pasearse públicamente exhibiendo desnudeces, colgajos y protuberancias varias sin venir a cuento, no solo resulta algo antiestético sino que es desagradable y demostrativo mal gusto y nulas luces. Si se busca llamar la atención por algo, incomodar a la fuerza y pasar por encima de la libertad y el parecer de los demás no solo resulta ilegítimo sino que, además, puede generar conflictos adicionales varios. Pero, con algunos ya se sabe: ¡donde no hay mata no hay patata!

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