Claves para ser feliz Reflexiones vigorizantes

Pensar demasiado o pensar poco, that is the question

En la tragedia «Julio César» de Shakespeare, afirma César del malvado Casio: “Piensa demasiado. Hombres así, son peligrosos”.

Paradójicamente he “pensado demasiado” sobre si es peligroso pensar demasiado, ya que tengo la sensación de que en las encrucijadas actuales (políticas, sanitarias, morales y culturales) creo que todos pensamos demasiado, desde la perplejidad que nos invade.

No sé lo que piensan los demás ni si piensan mucho o poco, aunque todos damos la razón a La Rochefoucauld cuando observaba que: «Todo el mundo se queja de su memoria, pero nadie de su juicio». Y además somos tan petulantes que solo admiramos y asumimos los pensamientos ajenos que coinciden con los nuestros.

En todo caso, los laberintos mentales no son buenos:

  •  Si pensamos mucho en el dinero nos dominará el egoísmo, la avaricia y el desasosiego.
  •  Si pensamos mucho en el amor nos volveremos obsesivos.
  •  Si pensamos mucho en la salud seremos hipocondríacos.
  • Si pensamos en una obra artística que nos gusta, nunca faltará algún crítico que nos hará sentirnos ignorantes.

En principio, pensar sobre ciencia, cultura, historia u otros fenómenos de la realidad es inofensivo pues son tantísimos los campos de conocimiento y admiten tanta profundidad y ángulos que pensar demasiado no traerá problemas y en la justa perspectiva, será un entretenimiento sano y gratificante, pero que no nos autoriza a encumbrarnos. Si un principiante de ajedrez piensa demasiado sobre las jugadas de una partida compleja, los buenos jugadores no valorarán sus avances, pero es que lo que piensen esos buenos jugadores no merecerá atención de quienes son mejores que ellos, y lo que piensen sobre ajedrez los mejores jugadores del mundo le importará un bledo a quien no sabe jugar el ajedrez. O sea, que es digno de respeto quien se especializa, o se aficiona a pensar en cualquier cosa, porque decían los penalistas, la mente no delinque, y añado, la mente entretiene, evade y proporciona íntimo gozo, sin perjudicar a nadie.

Cosa distinta es pensar para tomar decisiones en la vida personal, familiar o laboral. Sobre lo que somos, lo que hacemos y cómo queremos que nos vean. Ahí están las claves de nuestra vida, y donde pensar demasiado es peligroso. Es peligroso pensar demasiado poco… pues sería temeridad. Y es peligroso pensar mucho…pues puede bloquear la decisión (la fábula de los galgos y podencos).

De hecho, el efecto Dunning-Kruger (profesores de psicología de la Universidad de Nueva York) nos explica algo que deberíamos tener presente: los más incompetentes y que menos piensan tienen más confianza, mientras que los que más reflexionan dudan de sus propias habilidades. O como se ha dicho, los tontos son demasiado tontos para reconocerse como tontos, mientras que los listos son demasiado listos para verse tan listos. Bertrand Russell lo expuso maravillosamente: “El problema con el mundo es que los estúpidos son engreídos y los inteligentes están llenos de dudas”.

 Me viene a la mente un ejemplo chusco de mi torpe adolescencia. Cuando conocía alguna chica atractiva me devanaba los sesos sobre la estrategia a seguir y especulaba tanto sobre cómo se lo diría, cuándo y como reaccionaría, o si me daría calabazas, o lo que yo respondería cuando ella me hablase, que al final me quedaba paralizado y no daba un paso adelante; curiosamente se me adelantaban con éxito otros más temerarios y que no se lo pensaban (y normalmente más atléticos, por cierto).

Así que puede ser malo pensar demasiado, pero también es malo no pensar nada serio, lo que me recuerda el diagnóstico de Antonio Machado:

Nuestro español bosteza.

¿Es hambre? ¿Sueño? ¿Hastío?

Doctor ¿tendrá el estomago vacío?

–El vacío es más bien en la cabeza.

Personalmente siempre me ha tranquilizado saber que otros piensan demasiado, o que lo hacen generosamente por todos. Es una ocasión de aprender de ellos, un atajo hacia la sabiduría, y no digamos si estamos en una balsa de náufragos o pérdidos en el desierto: los que piensan demasiado son los líderes que nos salvan a los demás.

Lo que realmente me preocupa son los que van de tontos o sea, los que nos muestran la apariencia de que piensan poco, y al ser taimados, son los más peligrosos. Recordemos al romano Claudio, que gracias a hacerse el tonto, consiguió ser emperador porque nadie le veía peligroso.

Las películas nos ofrecen ejemplos para el bien, como el teniente Colombo, con su aspecto desaliñado, que reflexionaba en voz alta sobre ñoñerías de su mujer, y realmente iba cercando al culpable.

O casos de quienes pensaban realmente poco y cosechaban mucho de buena fe. Basta pensar en Forrest Gump (1994), que con buen corazón y sencillez obtiene lo que nadie consigue con esfuerzo y cerebro. También me encantó el libro Desde el Jardín (Jerzy Kosinski) que inspiró la película Bienvenido Mister Chance (1979), en que Chance, un jardinero analfabeto y de escasa capacidad mental, que se ha limitado toda su vida a cuidar el jardín y ver la televisión, se muestra tan educado y sencillo que se interpretan sus frases sin segundas como respuestas geniales que le hacen popular en la política y la sociedad.

En fin, que bien está pensar pero no demasiado, ni que ese demasiado nos aleje de la realidad. El caso de Arquímedes, quien estaba ocupado con sus dibujos geométricos en la arena y tan abstraído que no prestó atención a las órdenes de un romano que le ordenó ponerse en pié y que le atravesó con su espada. O que se lo digan a ese gran pensador que fue Francis Bacon (1560-1626), maestro de la ciencia experimental que intentaba demostrar que la congelación conserva los cadáveres, así que consiguió enterrar una gallina en la nieve, y también consiguió pillar una pulmonía… que le llevó a acompañar a la gallina en su viaje eterno.

Quedémonos con la clarividencia de ese pensador de pensadores, Isaac Newton cuando nos dejó aquella advertencia de la humildad de las humanas cavilaciones:

He sido un niño pequeño que, jugando en la playa, encontraba de tarde en tarde un guijarro más fino o una concha más bonita de lo normal. El océano de la verdad se extendía, inexplorado, delante de mi.

3 comentarios

  1. JR, lo digo de verdad: deberias guardar estas reflexiones de sabado, que queden solo en el blog, y cuando tengas un numero suficiente, publicarlas en libro pequeño. No solo es un placer leerlas, es que muchos nos sentimos identificados o, lo que es “peor”……nos hacen pensar :-))). buen sabado !

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  2. Todos tenemos una forma diferente de percibir el mundo. Poseemos aptitudes diversas, desarrollos cognitivos dispares y, sobre todo, un punto personal, emblemático y distintivo, que viene de fábrica y nos hace exclusivos. Por eso, no se dejen engañar, aunque nos digan que pertenecemos al género de las personas neurotípicas, en realidad sufrimos una peculiar especie autismo bueno. Se trata de un tipo especial de autodefensa, protector de nuestra propia individualidad, que nos inmuniza frente a los ataques de los agentes patógenos de la colectividad. El problema viene porque la comunidad, a través de la educación, las llamadas buenas costumbres y lo políticamente correcto, lo ha declarado oficialmente erradicado.

    Con la vana excusa de evitar al falso enfermo (el ajeno, el atípico, el singular, el discrepante, el disparejo…todos nosotros) que sufra el peso recriminador de miradas ajenas y la espesa bruma de la incomprensión y el silencio, la sociedad ha perseguido este trastorno autista del pensamiento «diferente» -en realidad, anti trastorno- y, con ello, evitado que la heterogeneidad de pareceres -dentro de unos mínimos básicos comunes- sea lo sano y no lo infectado. Sin embargo, el único trastorno real lo sufre la comunidad. Consiste en no querer reconocer y potenciar el valor de la individualidad: porque detrás de la quema del pensamiento individual está la quema del conocimiento.

    Hay que pensar (aún sin la conciencia de hacerlo) porque lo contrario es ser «masa» o animal. Hay que pensar por uno mismo. Hay que tener «calidad» en el pensar. Hay que incrementar la variedad del lenguaje y la lectura para redoblar la capacidad de pensar. Hay que escuchar y saber escuchar a quienes tienen y comparten su propio y rico reflexionar (gracias a todos los José Ramón Chaves y Sevach que hay en el mundo). Hay que pensar y apreciar el valor de la duda y de la insignificancia propia para poder evolucionar. Hay que pensar desde perspectivas distintas, tantas como voces tengamos y adquiramos, para poder conformar nuestra propia verdad. Pero, también hay que actuar. Porque la mayoría de problemas vienen por no pensar o no saber pensar, pero también por pensar sin actuar o actuar sin pensar.

    Y cuando la situación nos sobrepase y no podamos parar la olas, aprendamos a surfear.

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