No suele la televisión ofrecer grandes enseñanzas, aunque sí pálidos entretenimientos. Sin embargo el otro día me recomendaron un documental de la 2, titulado “Siempre fuerte, la historia de Pablo Ráez”, referido a un joven marbellí al que diagnosticaron leucemia a los 18 años y que consiguió llegar hasta los 20 con una percepción luminosa de la terrible situación y emprendiendo una cruzada para promover la donación de médula ósea hasta metas no soñadas; impresiona la manera de enfrentarse a la cámara, la naturalidad con que manifiesta la aceptación de su suerte y como confiesa su zozobra y sentimientos, consiguiendo aparcar pasado y futuro para centrar su vida en el aquí y ahora, momentos que hizo mágicos para los que le rodeaban hasta su fallecimiento.
El comentarista que me recomendó el documental hace una glosa breve pero insuperable:
Su inspirador ejemplo, su sonrisa y alegría, su valentía, su pedagógica enseñanza y normalización de su –maldita– enfermedad a través de la visualización –sin filtros, ni censuras– de su imagen y comentarios (sí, definitivamente sí, los jóvenes cuando quieren saben usar las redes para comunicar, de forma mucho más eficaz, sincera y directa que los mayores, cosas importantes) y su inmenso crecimiento personal y maduración acelerada a través de su peculiar compresión –evolucionada y aceptada– de la misma (sus reflexiones son las de un alma vieja en un cuerpo joven), no sólo fueron capaces de sensibilizar, concienciar y movilizar a mucha gente (en pos del aumento de donantes de médula para salvar vidas) sino que nos han dejado un legado de humanidad, positivismo y esperanza que debemos mantener y potenciar.
Lo que está claro es que la certeza de la proximidad de la experiencia de la muerte sacude la mente humana y reta a buscar la esencia de la vida para apurarla y disfrutarla con el valor de lo escaso. Los hay que se derrumban, otros maldicen y otros se entregan a la extravagancia. En el caso de Pablo, la leucemia fue un estímulo para conocerse mejor y para darse a los demás, y en el documental vierte perlas de su boca como las siguientes:
- “Agradecido a la leucemia, porque me ha dado más de lo que ha quitado”
- “La muerte no es triste, lo triste es que la gente no sepa vivir y reconocerla”
- “Tener coraje no es no tener miedo, tener coraje es tener la valentía para afrontar ese miedo y actuar con el corazón”
- “Ser conscientes de la vida que tenéis y de la importancia de estar vivo.”
- “Cada momento es tremendamente único”
Podrá decirse que son palabras bonitas o edulcoradas. No. Son palabras reales que brotan del interior de alguien real. Un joven optimista y con un futuro por delante que se ve truncado. Algo que le sucede a él pero que puede sucedernos a cualquiera de nosotros o de las personas que nos importan.
Su padre comentaba orgulloso lo maravilloso de tener un hijo que en esta prueba se alzaba como sabio, convertido en fuente de “ternura, amor, comprensión”. A eso se suma, su natural capacidad para promover conciencia en su gente, en su ciudad y mas allá con el fin de conseguir la normalización de la donación de médula ósea, legado que siempre acompañará su memoria.
En suma, creo que casos así nos reconcilian con esa porción de juventud atolondrada que a veces nos desilusiona a los mayores, y también nos ayuda a comprender mejor el sentido de la vida. Vivirla y sentirla.
- No se vive si nos sentimos anclados en el pasado o prisioneros de un futuro sueño.
- No se siente la vida si nos la comemos egoístamente sin compartir con los demás lo que somos.
Recuerdo la conclusión de otro Pablo, Pablo d’Ors en su Biografía del silencio:
Nos batimos en duelos que no son los nuestros. Naufragamos en mares por los que nunca deberíamos haber navegado. Vivimos vidas que no son las nuestras, y por eso morimos desconcertados. Lo triste no es morir, sino hacerlo sin haber vivido.
Por eso, comenté en su día que No debemos esperar una enfermedad grave para reorientar nuestra vida.
Hay personas cuya vida es larga en tiempo pero corta en gozos, y Pablo nos ofrece una vida corta en tiempo y larga en alegría, pues da una lección de cómo sentirse vivo y en conexión con los tuyos, con los demás y con el mundo. Sonriendo, compartiendo, luchando y no dejando que el desaliento le arruine la oportunidad de abrazar a los suyos y ayudar a los demás. Lo consiguió y es admirable, e inolvidable. Un joven con plazo de caducidad que deja huella y mensaje.
Quizá no necesitamos más vidas ejemplares sacrificadas pero sí vidas que se toman la vida en serio y se usan como un regalo listo para usar.
El documental merece ser visto con atención pues ofrece una dosis de idealismo con base realista; mucho mejor que quedarse embobado viendo programas televisivos de frivolidades, hermandades, intimidades y chismes.
Aquí está disponible en internet al completo (hasta el 4 de octubre de 2019), para ponernos los pies en la tierra y la mirada luminosa. ¡Gracias, Pablo!.
Imposible olvidarlo.
Él fue una de las razones por la que me hice donante de médula.
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La eterna búsqueda de la felicidad…Te pasas la vida buscandola y de repente estas en en una caja.
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¡Gracias, José Ramón!. ¡Gracias, de verdad!. Ser y hacer de Pablo Ráez y difundirlo a los cuatro vientos no sólo engrandece su figura sino que vigoriza el humanitarismo y filantropía de este blog y encumbra la sensibilidad y el altruismo de su autor. Pero qué grande y generoso y qué auténtico, delicado y conmovedor puede llegar a ser con su escritura. Tanto que, al fondo, me ha parecido oír la voz de Pablo diciéndole -en pose de hacer bíceps- ¡Siempre, fuerte!, José Ramón.
P.D. No se pierdan el documental. Les sorprenderá y hará mejores.
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Muchas gracias José Ramón! Maricha ya la vio y yo la veré esta noche. Personas así, son necesarias siempre a lo largo de la vida. Gracias!
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