Claves para ser feliz

Escolapios de Oviedo 62 en el 2022

Los que éramos tan niños y ahora no somos tan mayores, que correteábamos por el colegio Loyola de los escolapios en Oviedo, y que compartíamos “jaula” (perdón, aula) entre 1966 y 1980, nos hemos vuelto a reunir.

Como supervivientes de nuestro Vietnam escolar hemos vivido grandes cosas. Una enseñanza escolar con alta disciplina, escaso magisterio, moral en píldoras, estímulo con “zanahoria y palo”, mucha religión entreverada con enseñanzas, profesores que intentaban salir del paso y alumnos que intentábamos vivir al día, el tránsito de la dictadura a la democracia, clases unisex, tecnologías que ni estaban ni se esperaban, profesores de variado pelaje (padres, hermanos… primos y demás familia docente civil), muchas horas de pensar en todo y no pensar en nada, de correr por el patio hacia ninguna parte… Mucha hormona escolar y mucho pasotismo docente… En fin, toda una infancia y media adolescencia entre los muros de un centro escolar que, digámoslo con claridad y mirando atrás sin ira: era un centro digno e hijo de su tiempo y nos ofreció lo que buenamente se podía esperar.

En ese caos organizado pastábamos el rebaño de alumnos, con sus ovejas negras y lanudas, pues había de todo en las viñas escolapias, aunque la inmensa mayoría buena gente. De los pastores no hablaré, pero sí de la espléndida cohesión que existía entre los alumnos de cada “clase”, no en sentido social, pues me atrevería a definirla aquí como “conjunto de alumnos que solían compartir aula y/o pupitre y/o patio los sucesivos años, con alto sentido de solidaridad, camaradería y complicidad, con la misión de sobrevivir y sacar lo mejor de cada día”.

Pues bien, ese grupo multiforme, se reunió ayer, sábado 26 de noviembre de 2022 en Oviedo, en un restaurante local, “El Grano de Oro”, donde tras la “foto de familia” pudimos intercambiar impresiones (sobre la montaña rusa de la vida), visiones (¡cómo cambiamos de aspecto!) y audiciones (¡siempre tenemos cosas que decirnos!) y como no, hablar del pasado escolar. Pero sobre todo, reinaba un ambiente muy confortable, gozoso, sano y abierto. Algo delicioso con los tiempos que corren.

Es cierto que hay quienes no han podido asistir porque realmente no han podido por las circunstancias (y lo lamentamos), quienes no han podido asistir por la maldita guadaña de la innombrable (lo lamentamos más todavía). También quienes no se han enterado (lo intentaremos remediar para el próximo encuentro, que sea realmente «próximo»).

Aquí está mi breve intervención a los postres (quizá debida al «maldito cariñena»), con disculpas por la mala calidad del audio.

Resaltaré lo llamativo de estos encuentros en que todos activamos nuestra memoria y nos esforzamos en completar el puzle del pasado. Los buenos y malos momentos, las anécdotas confesables e incluso inconfesables… Rememorarlo en la compañía de los únicos que las conocen y las comprenden, nos genera adrenalina y nos inyecta energía y conexión o buen rollito, en unos momentos en que todos sentimos la inestabilidad social, económica y de valores.

En suma, gracias, mis queridos amigos de correrías, recreos, aulas, tertulias, risas y quejas, y confiemos en volver a vernos en noviembre del año que viene. ¡Que no nos falte!

Del anterior encuentro también me atreví a dejar una visión más elaborada y completa de lo que ha sido nuestra fraternidad escolar, con un espléndido audio.

3 comentarios

  1. Reconozco que las reuniones conmemorativas de promociones de Colegio o Universidad no son de mi gusto. No porque provoquen mi nostalgia de esos tiempos pretéritos o me desagrade reencontrarme con antiguos compañeros. Sino porque no me siento identificado con la idea de colectivo (unido y vinculado por ese aleatorio dato), creo en el trato personal y directo (no en el global y genérico) y prefiero mantener estas experiencias tal y como sucedieron (sin idealizarlas, glorificarlas ni victimizarlas). Y es que, aunque me ayudaran (a forjar mi personalidad -manera de ser y entender la vida- ya moldear mi persona), me hicieran (aprender, disciplinarme -a veces a la fuerza-, gozar y sufrir), me regalaran (sensatez, responsabilidad y amistad), me gravaran (con la niebla de ciertos dogmas y medias verdades que el viento de la realidad acabó despejando), me privaran (de cierta ingenuidad y pureza para transformarlas en fortaleza) y me ayudaran a llegar vivo a este presente. Tuvieron su tiempo, pero ya pasaron.

    En estas reuniones grupales siempre falta gente (unos, porque nos dejaron: Dios los tenga en su gloria; otros, porque no pueden ir: la vida les repartió el billete de perdedores, les impuso la pena de destierro -el vivir lejos- o les obligó a pasar al anonimato; y otros, sencillamente porque no quieren). Y se tiende a dar una apariencia de camaradería y unidad que, más allá de lo que anima la bebida y solidariza la comida de ese día, genera -a escépticos como yo- más que dudas. Antes, como ahora, cada uno tenía sus amigos, sus compañeros «sin más», sus desconocidos -de clase- y sus indiferentes -el resto de alumnos del colegio o universidad-. Y eso el tiempo no lo ha cambiado, ni dulcificado. Por eso, «cuando nunca» acudo a reuniones globales (colegiales o universitarias). Por eso, «cuando siempre» asisto a reuniones singulares (con amigos de colegio y universidad) que han vencido el insobornable filtro del tiempo.

    En mi descargo diré que no pertenecí a esa generación de Escolapios de Oviedo 1962, ni tuve como compañero y amigo a José Ramón Chaves. Y que hoy, viéndole feliz contándonos y demostrándonos lo bien que lo pasaron, he disfrutado. El equivocado, como en tantas cosas, debo ser yo.

    P.D La instrucción, en el colegio; la educación, en casa. -Miguel Delibes-. La escuela ha de edificar en el espíritu del escolar, sobre cimientos de verdad y sobre bases de bien, la columna de toda sociedad, el individuo. Uno debería guardarse contra aquellos que sermonean habitualmente a los jóvenes con la importancia del éxito como principal propósito en la vida. El estímulo más importante para el trabajo, en la escuela y en la vida, es el placer de trabajar, el placer de sus resultados, y el conocimiento del valor del resultado para la comunidad. -A. Eintein-.

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    1. Siempre haces espléndidas consideraciones y matices, y debo decirte que comparto contigo buena parte de lo que dices porque las locuciones «amigos del colegio», «amigos de la universidad», y similares, introducen la importantísima precisión del contexto y burbuja en que se generaron, porque realmente los «amigos» sin acotaciones, son los auténticos, pocos y permanentes. Saludos más que afectuosos.

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