Al igual que en la ley seca se toman tragos a escondidas, con el confinamiento he ido con mis hijos al monte Naranco, un paraje silvestre de Oviedo. Se ve que no fuimos muy originales, pues en la cima nos encontramos con numerosos ciudadanos que parecían esperar ansiosos la visita de extraterrestres al compás de la musiquilla de Encuentros en la Tercera Fase.
Así que dimos la vuelta y a medio camino nos adentramos por un sendero agreste, con la finalidad de caminar y disfrutar de la soledad sonora del bosque.
En ese paraje, la primera estrofa de la Oda a la vida retirada, de Fray Luis de León me vino a la mente, así que muy redicho, se la recité a mis hijos:
¡Qué descansada vida
la que huye del mundanal ruido,
y sigue la escondida
senda, por donde han ido
los pocos sabios que en el mundo han sido;
Entonces mis hijos me miraron…¡ Como si fuera el extraterrestre que esperaban los ciudadanos!.
Su valoración osciló entre un ¿Regresamos?, y un: ¿ para ser sabio hay que ser antisocial?
Tuve que explicarles que una cosa es la soledad buscada, que es el sosiego y la paz que facilita la reflexión, y otra la soledad que se soporta o sufre.
Que si ellos no estuviesen, me sentiría solo.
Que si las restricciones de vida pública de la pandemia, se mantuviesen, me sentiría solo.
Que si no supiese que mis tíos, mi madre y mi hermano, están ahí, me sentiría solo.
Que si no pudiera dar las buenas noches y los buenos días a Belén, me sentiría solo.
Que si no supiese que ese ramillete de amigos están ahí, dispuestos a dar un paso adelante por mí, me sentiría solo.
Que si no tuviese en casa un puñado de buenos libros, me sentiría solo.
Que si perdiese la memoria, me sentiría horriblemente solo sin recuerdos que me hagan vivir con lo que se revive.
Quizá no es malo estar solo, si no te das cuenta de que no le importas a nadie y no te importan los demás. Pero si le importas a los demás y los demás te importan, entonces ya no estás solo y tienes muchos motivos para estar feliz. Y eso no pueden arrebatártelo los políticos, ni apagarlo las malas noticias.
En cambio, la soledad del huraño, la soledad del egoísta, la soledad del malvado, no tiene remedio. La soledad no se combate con dinero ni con posesiones, ni con soberbia.
He conocido personas de inmenso poder en su trabajo y empresas, dueños de la cima de su pequeño mundo, y tras jubilarse, los veo solos…con ojos suplicantes de que alguien les recuerde, les venere, les hable… Quizá lo sufrirán más si son conscientes de que tomaron rumbo equivocado, y quizá será peor aún, si intuyen que la soledad les aguarda bajo el frío mármol, como a todos, porque lo realmente importante es que te recuerden, porque vivir en los recuerdos de los demás, si lo hacen con nostalgia y afecto, es una forma de permanecer.
Me quedo con la frase consoladora y tremendamente inspiradora del Dalai Lama:
Lo que más me sorprende del hombre occidental es que pierde la salud para ganar dinero, después pierde el dinero para recuperar la salud. Y por pensar ansiosamente en el futuro no disfruta el presente, por lo que no vive ni en el presente ni en el futuro. Vive como si no tuviese que morir nunca, y muere como si nunca hubiera vivido.
En fin, también escribir en el blog es una forma de estar acompañado, como quien lanza una botella de náufrago al océano… Y esto me lleva a invitarles a asistir a un concierto con esta canción, subtitulada para captar el mensaje, de uno de los grupos musicales que más me ha impactado (Police) pese a que no soy nada mitómano. Yo al menos he disfrutado muchísimo con este video…como si despertasen las neuronas, el pasado, la vida…
Exquisita reflexión y preciosa canción. Me ha vuelto a alegrar el domingo, como de costumbre.Gracias
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La OMS afirma que la humanidad sufre una epidemia de soledad. Pero olvida diferenciar entre la buena -síntoma de salud- y la mala -indicio de enfermedad- cuando la primera debe ser potenciada y solo la segunda requiere ser tratada.
La buena es el compañero más sociable al que puedes acudir. Permite conocerte, corregirte, crecer (madurar y desarrollarte), encontrarte (o reencontrarte), tomar decisiones (vitales y profesionales), quererte, criticarte y…hasta soportarte.
La mala se asimila, hoy más que nunca, a la gélida y pavorosa idea de incomunicación y confinamiento. O, lo que es lo mismo, a una urbe de solitarios aislados que sufren el arresto domiciliario del yo y que, por ese motivo, son incapaces de mostrarse, relacionarse y llegar al nosotros. Esta tipo de soledad, más allá de los casos provocados por avanzada edad, enfermedad, crisis o rareza, vive enmascarada por nuestra sociedad dentro la burbuja falaz de la tecnología pues, se nos quiere convencer de que, gracias a ésta, la comunicación constante entre personas siempre es posible. Sin embargo, ni la tecnológica es una auténtica comunicación humana (pues ni respira, ni cruza miradas, ni roza pieles, ni tiene sentimientos que le doten de vida) sino una burda repetición gregaria y mecánica de artificiosos clichés con un alcance, significación y sentido limitados. Ni está a disposición de todo el mundo (por razones de edad, formación y economía). Ni somos dueños sinos cautivos de la misma. Estamos, en el mejor de los casos, ante un placebo que no cura sino que oculta el problema.
SI, como decía el Roto en una de sus viñetas, «cuanto más claros ves los números, más borrosas ves a la personas». ¿A qué esperamos para rescatarlas y hacerlas visibles recuperando identidades y tachando números?.
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Genial, Felipe, ilustrado, tierno e inspirador.
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