Hay personas que confiesan que cada libro que compran tienen que leerlo aunque no les guste. Es una conducta loable, similar al sacrificio de quien come lo que le sirven aunque la chuleta esté como una suela de zapato o las croquetas congeladas. Aunque de pequeños nos enseñaron que lo que se empieza, se termina, se cumple el consejo dando por terminado aquello que empezamos y no nos gusta (salvo, claro está, tratamientos médicos o trabajos, si no hay alternativa).
Veamos las ventajas de abandonar la lectura del libro inútil, plúmbeo o grotesco.
1. En principio, creo que a todos los libros hay que darles una oportunidad pero con alcance limitado. No mas allá de veinte páginas ni de veinte minutos de tiempo. Si superada una de ambas barreras:
a) Nos aburre.
b) No sabemos que pretende el autor: sin trama, contenido o sugerencia.
c) Comenzamos a bostezar y cerrar los ojos.
Entonces es hora de mandar el libro al paraíso de los libros que jamás volverán a ser abiertos.
Si se lee el libro que no nos gusta, habrá triunfado él sobre nosotros. si no leemos al libro que nos aburre, nosotros triunfaremos.
2. Así pues, hay que tener presente como razones para abandonar el libro que no nos atrapa:
- Vivimos en libertad y nos ha costado mucho poder decidir en qué se emplea el tiempo y qué se lee. La libertad intelectual es sublime.
- Un autor que no sabe o no se ha molestado en ofrecer un producto literario útil y delicioso, no merece la cortesía de un lector que le escuche hasta el final de sus divagaciones y ocurrencias.
- Comprar un libro no nos obliga a leerlo, como tampoco comprar un traje nos obliga a ponerlo.
- El que los críticos o la publicidad alaben el libro no nos convierte en seres extraños si no lo leemos. Al contrario, tenemos nuestro propio criterio. El de los críticos viene marcado por los personales gustos del crítico o las presiones de los medios de comunicación; cuantas veces me viene a la mente el cuento de Andersen El Rey desnudo (nadie se atrevía a decirle que su traje era invisible porque no existía), al observar libros anunciados a bombo y platillo como imprescindibles y no son otra cosa que fruto del marketing.
3. De hecho, no tengo inconveniente en confesar que algunas de las obras mas famosas de todos los tiempos han ido al “club de los libros muertos” (e invito al lector a que sea sincero consigo mismo sobre si los ha leído), y he abandonado su lectura tras darles un voto de confianza de una hora de mi vida:
- El extranjero (Albert Camus). Me temo que Camus tenía un problema sin diagnosticar.
- El lobo estepario (Herman Hesse). Un torturado protagonista con problemas de sociabilidad.
- El Señor de los Anillos ( Tolkien). Un delirio de imaginación que se puede extender al infinito.
- Ulises (James Joyce). Una ceremonia de confusión para que los confusos aplaudan.
- El hombre sin atributos (Robert Musil). Ni el propio autor fue capaz de acabarla.
- El tambor de hojalata (Gunter Grass). La misma turra con el tambor que un vecinito con una trompeta. Bien están los mensajes serios pero amenos.
- En busca del tiempo perdido (Marcel Proust). Mas bien, tiempo recobrado cuando lo aparqué sin contemplaciones.
- La Divina Comedia (Dante). Por cierto, se atribuye a Lope de Vega en su lecho de muerte: “Está bien, pues ahora lo diré: Dante me da náuseas”.
El ahorro de tiempo de esas y muchas otras lecturas truncadas me permitió dedicarme a otras obras deliciosas:
- El Conde Montecristo (Dumas).
- 1984 (George Orwell).
- Madame Bovary (Flaubert).
- El Asesinato de Rogelio Ackroyd (Agatha Christie).
- Oliver Twist (Dickens).
- Pulp (Buckowsky).
- El Perfume (Patrick Suskind), etc.
¡Ah!, un mismo autor puede tener libros amenos y libros plúmbeos, al igual que una madre puede alumbrar a Caín y a Abel; por ejemplo, la Colmena de Cela es deliciosa y Mazurca para dos muertos es un peñazo intragable; Cien Años de Soledad, de García Márquez, es una Catedral bellísima y El Otoño del Patriarca es como la estación que recrea: triste, fría y lamentable; los cuentos de Cortázar son fantásticos y en cambio Rayuela es una tomadura de pelo; El nombre de la Rosa de Umberto Eco es maravilloso y en cambio El péndulo de Foucault es para iniciados.
4. Con ello no pretendo bendecir unos ni condenar a otros. No hay que juzgar para no ser juzgado. Cada persona tiene sus gustos, filias y folias, y cada momento requiere una lectura. Solamente defiendo el derecho a marcarse la propia ruta de las lecturas que nos forman o deforman.
¿Acaso nos sentimos obligados a decir que nos gusta la comida que recomiendan los críticos gastronómicos, pese a que se muevan en la extravagancia o la experimentación?. Al igual que las comidas, las lecturas deben calmar el hambre intelectual o prestar placer, y ni unas ni otras deben estar sujetas al criterio ajeno.
Solo hay que acompasar el paso en la vida en cuanto a las leyes que impone la sociedad democrática pero en terreno de gustos no todo está escrito ni mucho menos tiene que ser leído.
5. Y como el tiempo y la vida son cortos, y libros hay muchos (en papel y ebook) pues hay un placer divino en apartar el libro, arrebatar el marcapáginas y desterrarlo al estante mas recóndito de la biblioteca, al trastero o a la tienda de lance.
Habremos ganado tiempo y el placer intelectual de convertirnos en juez (o verdugo) de alguien que se dice autor.
Por tanto, no tenga remordimientos en leer solamente lo que le enganche. Y si se equivoca, al menos no será por seguir el camino errado marcado por otros.
El placer se duplicará si lo regalamos… a alguien tan poco gratificante como el propio libro que nos defrauda.