El Rey Felipe VI ya es el monarca de todos los españoles, quiérase o no, eso es lo que la Constitución vigente quiere. Al margen de la opción republicana o monárquica de cada cual, lo que es insoportable es la avalancha de información sobre el nuevo Rey, su esposa, sus niñas, sus viajes, sus palabras, lo que es y lo que se espera. Y no me refiero a las noticias sobre sus gestiones diplomáticas o los posibles escándalos de corrupción, sino al regodeo de la prensa intentando emular la actitud inglesa hacia su casa Real y que tristemente solo refleja un absurdo complejo de inferioridad.
Llegó un momento en que entre la radio, la televisión y la prensa parecían portavoces de la Casa Real. Como si todos los ciudadanos estuviésemos esperando a despertar para abalanzarnos a saber detalles de la vida del Rey y la Reina.
Y esa indigestión de información plantea serios problemas.
En primer lugar, porque es información en su mayor parte debidamente «filtrada» por la Casa Real, o lo que es lo mismo, se ofrece una visión rosa de un mundo rosa y feliz. Y no es que limen algún episodio o anécdota oscuras que lo habrá, es que tengo la sensación de que para cubrir la plaza de Rey se ha perdido un magnífico beato, monje o Papa, pues solo posee virtudes. En fin, que cuando nos toca un billete excesivamente perfecto, limpio y nuevo, por alguna razón nos asaltan dudas sobre si está falsificado.
En segundo lugar, porque tengo la sensación de que ese exceso informativo cumple una función de «adoctrinamiento» sutil respecto de la generación infante y adolescente. Se familiarizan con el sistema monárquico y ven sus bondades y al igual que a un bonsai, de pequeño se le recortan sutilmente sus extremidades, los pequeños van coexistiendo con el Rey.
En tercer lugar, esa información es insaciable. Ahora toca ofrecer una visión idílica del pasado y futuro de la casa Real, de la reina y del rey. A no tardar, será pasto de los periódicos el primer error diplomático del Rey o su primer desliz ( si lo tiene) y los perros de las revistas del corazón saldrán al paso. Pero lo importante está conseguido: serán noticia y eso robustece su presencia y poder.
Aunque tengo la íntima convicción de que mis nietos se reirán de tan anacrónica situación, como demócratas hemos de aceptar las instituciones y entre ellas la Monarquía, pero en ningún sitio de la Constitución dice que tengamos los ciudadanos que soportar este baño informativo relamido, empalagoso, plúmbeo y anacrónico.
Por eso, la alta tecnología hoy brinda un enorme poder y placer: tocar un botón y en el fundido de pantalla será tragado el Rey, la corona y toda la prole.