Queremos un mundo perfecto y ser felices pero estadísticamente, y la experiencia lo demuestra, no falta un aguafiestas, bellaco, envidioso o malvado que se cruza en tu inocente camino y te fastidia el día.
Es todo un arte dominar la cólera y no darle la satisfacción de replicarle, insultarle o cambiar el rumbo de tu vida. Es difícil ser un «budista urbano», una persona que sabe ir por la vida con la cabeza alta y dignidad y que «no entra al trapo» de los agresores que la vida le depara, en términos de descortesía, desconsideración, maledicencia o malicia en sus múltiples formas.
Quizás sea un viejo conocido que nos reprocha nuestro cambio físico. Acaso un vecino que nos culpa de los males de la comunidad o de sus problemas. O nuestra pareja que, so pretexto de la confianza, nos lanza venablos envenenados a nuestra autoestima. O el jefe tóxico que grita y pretende amargarnos el día. Tal vez el profesor que en vez de enseñar canaliza su agresividad. O sencillamente un policía, kioskero, camarero u otro profesional que nos trata con falta de respeto rayana en el desprecio. Y es que aunque la inmensa mayoría de la gente es maravillosa y de buena fe, unos pocos alteran la paz de nuestra pecera existencial, actuando como pirañas o tiburones, y siendo igual de dañinos.
Veamos como afrontar estas situaciones y personas.
1. El mandato bíblico solo recomendaba poner la otra mejilla frente a la ofensa (no preveía que hacer cuando se acabasen las dos mejillas).
2. Sin embargo, el Libro II de las Meditaciones de Marco Aurelio, incorpora un consejo de grandísima utilidad:
«1. Al despuntar la aurora, hazte estas consideraciones previas: me encontraré con un indiscreto, un ingrato, un insolente, un mentiroso, un envidioso, un insociable. Todo eso les acontece por ignorancia de los bienes y de los males.
Pero yo, que he observado que la naturaleza del bien es lo bello, y que la del mal es lo vergonzoso, y que la naturaleza del pecador mismo es pariente de la mía, porque participa, no de la misma sangre o de la misma semilla, sino de la inteligencia y de una porción de la divinidad, no puedo recibir daño de ninguno de ellos, pues ninguno me cubrirá de vergüenza; ni puedo enfadarme con mi pariente ni odiarle.
Pues hemos nacido para colaborar, al igual que los pies, las manos, los párpados, las hileras de dientes, superiores e inferiores. Obrar, pues, como adversarios los unos de los otros es contrario a la naturaleza. Y es actuar como adversario el hecho de manifestar indignación y repulsa».
3. En suma, tu vida es tuya, y es especial. No es la de los demás y una forma de control de la vida ajena es la provocación para que cambies de conducta. Quien te quiere te enseñará con respeto y ánimo, con buenas palabras, gesto amable y mirada cómplice. No te hará llorar ni te pisoteará, ni te hará sentir una babosa.
Decía Eleanor Roosevelt con toda razón que « Nadie puede hacerte sentir inferior sin tu consentimiento». Está en juego tu autoestima y hay caminos para revalorizarla.
4. Y si lo pretende, pues mírale por encima del hombro, aléjate de su camino y se dueño de tu indiferencia hacia los miserables.
Hay infinidad de personas interesantes, creativas y respetuosas, como hay experiencias en la naturaleza o vivencias con los animales que nos hacen sentir vivos y en conexión con el mundo. Lo mas fácil es callarse y no indignarse. Pasar del agresor. Y si hay que actuar, que sea para cambiar y apartarnos de su camino. Alguien decía que lo único que se siente peor que estar atrapado en una situación de infelicidad es darse cuenta de que no se está preparado o dispuesto a cambiar para salir de ella.
No pasa nada por cambiar de ruta vital y adoptar decisiones que nos cambien la manzana podrida por la sana, la persona tóxica por la estimulante, el trabajo o entorno insano por contextos limpios. El derecho al cambio y a mejorar nadie puede quitárnoslo: basta reflexionar y tomar la decisión de cambiar. Sin mirar la vista atrás, sin ira y sin arrepentirnos. De todo se aprende.
Nada de sentir las cadenas sociales, ni de la cortesía ni de la inercia. No hay que ser cortés con quien no lo es, y además hay que tener presente el sabio dicho de que «si te enzarzas a pelear en un lodazal con un cerdo, saldrás enfangado y además el cerdo disfrutará».