La vida es inercia en la mayoría de nuestras actividades primordiales: la pareja, el trabajo o el ocio. Nos dejamos llevar por la rutina e incluso somos maniáticos de lugares, modos y tiempos de hacer las cosas. Sin embargo, cuando se va iniciar un nuevo año, es la hora del diagnostico y de hacernos promesas pese a que tenemos poca fe en su cumplimiento.
Así, prometemos hacer deporte a diario o ir a un gimnasio, aprender un idioma, adelgazar, dormir menos, dejar de fumar o beber alcohol, escribir un libro, ordenar los trasteros, ver menos la televisión o visitar mas frecuentemente a parientes y amigos que tenemos desatendidos. El menú es amplísimo y solo planteárselo provoca una sensación gratificante.
El problema es que su cumplimiento es tan difícil que íntimamente tenemos la convicción de que no lo conseguiremos pero nos negamos a asumirlo.
1. Estas promesas cumplen un efecto placebo: son inocuas y sin embargo tranquilizan nuestra conciencia y nos dan un respiro a medio plazo. «Voy a empezar…».
2. Los seres humanos somos víctimas de lo que los psicólogos denominan «falacia de la planificación» (calificación debida al Premio Nobel de psicología Daniel Kahneman), ya que planificamos cosas sobre una base inestable pues sobrevaloramos nuestras posibilidades y simultáneamente minimizamos los imprevistos y riesgos. De ahí que solemos ser poco realistas y fijamos un calendario muy exigente que nunca cumpliremos. pues lo normal será que cumplirlos exigirá mas tiempo, dinero o energías de los inicialmente previstos.
Aunque nadie lo hace, para evitar esta trampa mental hay que pensar en lo que nos ha llevado en tiempo promedio actividades similares, en lo que estimamos le llevaría a los demás, y en todo caso, en aplicar siempre un suplemento de tiempo o costes adicional en concepto de imprevistos.
3. Las primeras derrotas vienen de la mano de encrucijadas puntuales en que nuestra voluntad se pone a prueba en un pulso con la razón. La voluntad o el instinto nos empuja a darnos una alegría gastronómica (aparcando la dieta), a ausentarnos de la cita en el gimnasio (olvidándonos que el deporte necesita disciplina) o a posponer la ingrata labor de ordenar documentos, trasteros o escribir/ leer libros… La razón en cambio se limita a recordarnos que nuestra regla y plan u hoja de ruta está ahí.
Quien suele vencer es el instinto porque cuenta con el aliado de la razón que viene disfrazado en cuatro poderosos enemigos:
– El argumento consabido: » Por un día que no se haga o posponga, no pasa nada». Claro, no pasa nada irremediable, no nos moriremos, pero olvidamos que nuestro plan se irá al garete.
– El criterio de actuación que conservamos desde los primeros homínidos y que goza de plena salud en el siglo XXI: mas vale pájaro en mano que ciento volando.
La Fábula de Samaniego de «La cigarra y la hormiga», nos enseña que la mayoría de las personas somos «cigarras» (disfrutamos hoy porque el sacrifico de mañana no ha llegado) que «hormigas» (sacrifican el hoy por un mañana lejano).
– El distinto relieve e intensidad con que se vive o sopesa un deseo presente que un deseo futuro. El deseo de comer un pastel delicioso se saborea y paladea de forma inmediata mientras que el deseo de un cuerpo apolíneo fruto de la dieta se anticipa como algo remoto y con poco relieve.
– El peso para convencernos de romper el plan nos lo ofrece un dato cercano y caso aislado, pero que apaga el interés de cumplir lo planificado, como la serpiente del paraíso que convence para tomar el fruto prohibido. Por ejemplo, si intentamos dejar de fumar y nos citan a un abuelo de 90 años que fuma dos paquetes diarios, o si intentamos hacer dieta y nos indican cierto deportista joven que pereció fulminado por un ataque al corazón… Son argumentos concretos que carecen de fuerza para invalidar la fuerza de la estadística de la regla general (fumar perjudica a la mayoría y la muerte por infarto de deportistas es excepcional) pero por alguna extraña razón se vuelven cómplices para sabotear nuestros planes.
Bajo estos cuatro lastres, la balanza se suele inclinar hacia lo inmediato y lo concreto. Y el plan o promesa se debilita.
4. Pero así y todo, es útil hacer estos planes para ser incumplidos pues nos demuestran cosas positivas.
Primera, que somos capaces de conocer nuestros puntos débiles y diagnosticarlos.
Segunda, que demostramos nuestra voluntad de cambio y llegamos a emprender el camino.
Tercero, que hay un especial placer en incumplir los planes: no sabe igual un postre cuando se está a dieta que cuando no lo estamos.
Y además, si hacemos esos propósitos nos demostramos que somos optimistas, y los optimistas son el motor del mundo, no quienes lo anclan. El que resiste, e insiste, gana.