Vivimos un mundo trepidante. Casa que requiere gestiones, familia que necesita atenciones y coches con diarias necesidades. Móvil, portátil, tableta… citas, reuniones, cafés… amigos, compañeros, parejas, vecinos, clientes… libros, películas, música… deporte, juegos… Mantener en movimiento Y equilibrio nuestra vida es propio de un malabarista profesional, y a veces éste necesita pararse y meditar.
No hablo de descansar, ni dormir, ni relajarse con una película, sauna o evasión similar.
Hablo de meditar, entendido como ralentizar el funcionamiento del cerebro y dejarlo libre en un ambiente de quietud y silencio. Como si soltásemos un purasangre que llevásemos todos los días enganchado al carro y por el mismo sendero.
Al principio lo de «meditar» nos parecerá una tontería propia de budistas esnobistas o gente ociosa. Quizás pensemos que es una moda (eso que los cursis y los ejecutivos llaman Mindfulness). O incluso quizás pensemos que no tenemos tiempo para meditar.
Error. Y lo digo por propia experiencia. No soy un ejemplo de persona que medite pero al menos lo intento. Y creo que los beneficios son notables. Ni terapéuticos, ni espirituales, pero si nos ayudará a controlar el estrés.
Suele decirse con razón que la meditación es lo último en dispositivos móviles; se puede utilizarlo en cualquier lugar, en cualquier momento, y discretamente. Y además por seguir la analogía tecnológica, como los cargadores de móviles, decía Paul MacCartney que «la meditación nos carga las baterías del cuerpo y el alma«. Veamos
1. En un brillante artículo del doctor Martín Caicoya este domingo leía este interesante párrafo sobre el significado de la meditación occidental:
Las consecuencias de la meditación inquietan a un buen número de neurocientíficos en los EE UU, lugar donde desde hace mucho existen grupos entusiastas de esta práctica. Según yo lo entiendo, en la cultura occidental la meditación se centra en pensar en Dios, los pecados y la salvación. No es esta modalidad la que investigan los neurocientíficos. La meditación al estilo oriental, que se basa en la conciencia plena, consiste en transformarse en un espectador de las sensaciones primarias. Es un esfuerzo grande porque la atención pronto nos lleva a recorrer los tortuosos caminos de nuestra mente, de manera que desaparecen de nuestra conciencia las sensaciones del cuerpo y del entorno.
Quizá debido a ese esfuerzo y quién sabe si porque durante él el cerebro tiene ocasión de repararse, como dicen que ocurre durante el sueño, parece que las personas que meditan tienen más materia gris.»
2. No sé si meditar proporciona incremento sensible de inteligencia pero al menos nos dará oportunidad de dejar en libertad nuestras neuronas, y mirar hacia nuestro interior sin relojes ni prejuicios. El cerebro trabaja las veinticuatro horas del día y cuando uno está despierto se acelera, por lo que conviene ralentizarlo y darle reposo. El cerebro hay que activarlo y esforzarle en desarrollarlo pero tampoco agotarlo y «pasarle de vueltas».
Conviene recordar que nos pasamos todos los días con los sentidos alerta como puertas de la percepción, a lo que se une la atención consciente que prestamos a la realidad (nos fijamos en los ojos de la gente, en lo que dicen o hacen o en algunas cosas que nos rodean).
A ello se suma la atención inconsciente pues la máquina cerebral sigue registrando la realidad aunque solo nos fijemos en una parte. Algo así como si cuando visitamos la Capilla Sixtina nos fijamos en el dedo de la mano derecha de Dios dando vida a Adán pero nuestra «cámara cerebral» registra todos los detalles de la obra pictórica, querubines incluidos, aunque no podríamos recordarlo si nos preguntan. Otra cosa es que durante el sueño parece ser que nuestra red neuronal como laboriosos duendecillos se pasa ordenando esa información y desechando la inútil. Y algún día puede que estemos pensando algo y recuperemos de ese desván esa información o que nos crucemos con algo y tengamos un déjà vu (o paramnesia: creemos recordar cosas que no han ocurrido).
3. Si nos pasamos el día ocupados en problemas ajenos, la meditación, o sea, estar solo y dejar el pensamiento suelto nos permitirá ocuparnos de nosotros. Ver hacia donde nos lleva ese pensamiento libre, quietos, respirando suavemente y con los ojos cerrados. Y por supuesto sin compañía de personas ni teléfonos móviles ni otros artilugios que interfieran.
Al principio, con seguridad nos encontraremos con los problemas cotidianos repiqueteando y mirando de reojo el reloj o el móvil. Pero si lo intentamos reiteradamente y conseguimos unos diez minutos de soledad auténtica y reflexiva, y dejamos que la imaginación se suelte el pelo, nos sorprenderá la sensación de libertad y relajo que nos ofrecerá.
4. Hace poco tuve ocasión de leer el magnífico librito de Pablo d’Ords, «Biografía del Silencio» (Siruela) y en su arranque dibuja maravillosamente el inicio de su sendero hacia la meditación:
Al contrario: un aburrimiento infinito me acechaba en muchas de mis sentadas, como empecé entonces a llamarlas. Me atormentaba quedar atrapado en alguna idea obsesiva, que no acertaba a erradicar; o en algún recuerdo desagradable, que persistía en presentarse precisamente durante la meditación. Yo respiraba armónicamente, pero mi mente era bombardeada con algún deseo incumplido, con la culpa ante alguno de mis múltiples fallos o con mis recurrentes miedos, que solían presentarse cada vez con nuevos disfraces. De todo esto huía yo con bastante torpeza: acortando los períodos de meditación, por ejemplo, o rascándome compulsivamente el cuello o la nariz –donde con frecuencia se concentraba u irritante picor–; también imaginando escenas que podrían haber sucedido –pues soy muy fantasioso–, componiendo frases para textos futuros –dado que soy escritor–, elaborando listas de tareas pendientes; recordando episodios de la jornada; ensoñando el día de mañana… ¿Debo continuar? Comprobé que quedarse en silencio con uno mismo es mucho más difícil de lo que, antes de intentarlo, había sospechado.
No tardé en extraer de aquí una nueva conclusión: para mí resultaba casi insoportable estar conmigo mismo, motivo por el que escapaba permanentemente de mí. Este dictamen me llevó a la certeza de que, por amplios y rigurosos que hubieran sido los análisis que yo había hecho de mi conciencia durante mi década de formación universitaria, esa conciencia mía seguía siendo, después de todo, un territorio poco frecuentado.»
5. No quiero agobiar a nadie, pero creo que estos hábitos de meditar (alejados de frondas religiosas) solo traen beneficios: relajo, conocerse mejor, serenidad, «tiempo muerto» y tregua con nuestra vida trepidante, ahondar en lo que somos realmente…
Personalmente creo que no es preciso un mantra absurdo para repetirlo como truco de fijar la atención en no atender a nada, como tampoco es necesario saber respirar como un buzo que desciende a pulmón libre para captar perlas. Y lo de unir el meñique y el pulgar para que fluya la energía vital es bonito pero no creo que sea imprescindible: basta con estar cómodo para que no nos distraigan sensaciones externas y no tanto como para dormirnos.
Basta con respirar pausadamente y cerrar los ojos. Y no moverse. Y sobre todo crear el hábito durante varias sesiones. Los milagros no se improvisan.
6. Y si no nos agrada esta «meditación» pues bien está estimular la sensación de relajación con otras técnicas fructíferas cotidianas: un baño caliente, una siesta y sus grandes beneficios, un paseo por plena naturaleza sin prisa, ni objetivo, etc.
También debo admitir que coincido plenamente con el escritor Kurt Vonegut cuando afirmó que «Creo que leyendo y escribiendo se consiguen las más altas formas de meditación que cualquiera pueda imaginar. Leyendo lo escrito por las más extraordinarias mentes de la historia, meditaremos con nuestras propias mentes también. Esto me parece un milagro«.
7. En fin, muchos nos dejamos seducir por el canto de sirena de gimnasios, por planes de dietas, por asociaciones de moda, conferencias mas humanas que divinas, o por mirar tontamente internet o el móvil.
No seamos tan soberbios e intentémoslo. Nadie nos lo ordena pero nadie nos lo prohibe. Podemos meditar, sin horarios y siendo nuestro propio entrenador. Además gratis total. ¿Por qué no intentarlo?.
Y si no queremos hay otros métodos para descansar la mente y sentirse mejor.
Sevach, su sencillez y corrección lingüística son las que me motivan a leerlo una y otra vez. La ausencia de esnobismo en sus relatos y pensamientos , desde mi punto de vista, son la clave del «enganche». Si a eso se le suma lo interesante del contenido….es el todo.
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Pues muchísimas gracias: es muy alentador saber que lo que escribes agrada y ayuda.¡ un cordial saludo¡
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Reblogueó esto en ACALANDAy comentado:
La lectura nos hace mejores y es fuente de inspiración para todos.
Coincido, como José Ramón Chaves, con la afirmación del escritor Kurt Vonegut: “Creo que leyendo y escribiendo se consiguen las más altas firmas de meditación que cualquiera pueda imaginar. Leyendo lo escrito por las más extraordinarias mentes de la historia, meditaremos con nuestras propias mentes también. Esto me parece un milagro“.
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Gracias JR, tu lectura me ha gustado tanto que me ha inspirado a ponerle unas cuentas videopíldoras complementarias. ¡Feliz lectura!.
http://acalanda.com/2015/03/03/meditar-sin-esnobismos-relajo-gratuito-y-tonificante/
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