Los que hoy somos adultos crecimos bajo el consejo de Lydia, la profesora de baile de la Escuela de Arte de Nueva York, de la película “Fama”: “Queréis la fama, pero la fama cuesta, y aquí es donde vais a empezar a pagar”.
Sin embargo, esa idea de la fama como una especie de mítico Eldorado de difícil alcance ha quedado superada por los tiempos de tecnología y globalización, unido al derrumbe de la adoración de los “becerros de oro” de la fama mediática. En suma, la fama hoy día es un territorio cada vez mas poblado y menos elitista.
Viene al caso por la significativa afirmación del director de cine David Cronenberg en una entrevista del día de hoy (8/3/2015) en el Diario El Mundo:
Andy Warhol dijo que en el futuro todo el mundo tendría derecho a 15 minutos de fama. En la actualidad todo el mundo es famoso todo el rato. La obsesión por la fama nos define. En Twitter o Instagram tú eres una estrella, tu propia estrella. La esencia del selfie es esa, tú eres tu propio paparazzo. La gente del mismo modo, se siente en Facebook con la fuerza suficiente para tener opinión de todo. Nunca antes había pasado algo parecido”.
Así, la fama se ha democratizado, pero también se ha devaluado. Los economistas saben que las cosas que abundan bajan de precio y son menos codiciadas. Y no podemos ignorar este cambio de los tiempos. Veamos:
1. A fines del siglo pasado una película, una canción o un libro eran obras de élite, bien de la élite con talento o bien de la élite que contaba con contactos y redes de influencia para conseguir que su producto tuviera resonancia y saltar a la fama.
Sin embargo hoy día todo el mundo con un Smartphone o una sencilla cámara puede filmar y retocar sus propios cortometrajes (y formarse como director de cine en 10 minutos), puede grabar sus propias maquetas de canciones con una calidad enorme (el Garage Band de Apple es el sueño realizado de todo compositor) e incluso publicar sus libros en editoriales con distribución universal sin necesidad del filtro del amiguismo (caso de la descollante editorial Amarante que hace realidad el sueño de publicar los manuscritos elaborados con «sangre, sudor y lágrimas», e incluso no será una quimera captar premios literarios con sencillas reglas).
Y ese fenómeno de creatividad explosiva puede extenderse a todos los ámbitos artísticos. Todos podemos ser famosos porque todos tenemos posibilidades técnicas, sociales y reales de exponer al mundo nuestra creatividad, originalidad o distinto.
Y también, claro está, podemos decidir no ser famosos, o no dejarnos seducir por los focos, por los ecos de nuestra imagen.
2. Sin embargo, no debemos olvidar que «ser famoso» es como «ser atractivo»: depende. De personas, lugar y tiempo, y de que vertiente o faceta de la personalidad hablamos.
No debemos no caer en la trampa de considerar «famosos» realmente a quienes son un producto precocinado y adulterado, propio de los programas-basura.
La fama es relativa en el espacio y en el tiempo. En el espacio, pues quien es famoso en un pueblo no lo es en la ciudad, y quien lo es en la ciudad quizá sea desconocido en el país, y el sobresaliente en su país es un ratoncillo en el continente, y así sucesivamente. Y en el tiempo, pues el famoso de hoy es el desconocido del mañana.
3. Lo que no podemos perder de vista son cinco verdades como puños que, paradójicamente “el mal de altura” de los famosos parece que les impide percibirlas.
Primera. La fama ha pasado de ser un privilegio a una opción al alcance de todos, con un gran componente de azar. Afortunadamente, el trampolín del reconocimiento y la popularidad va dejando de estar en manos de una “aristocracia de los medios”.
Segundo. Ser consciente que ser “famoso” no equivale a ser “inteligente” ni a “tener talento”. Ni siquiera rico. No es garantía de una riqueza espiritual, emocional o intelectual. No. Ser famoso significa sencillamente que nuestro nombre, imagen o vicisitudes disfrutan de una caja de resonancia que lo amplifica (llámese red, televisión, prensa, etc).
Tercero.- Tampoco ser “famoso” equivale a eficacia y garantía de acierto en su profesión. Si nos hablan de un abogado o médico famoso, hemos de situarlo como un abogado o médico “popular” en el sentido de conocido. No más allá. ¡Cuántas lamentaciones vienen de quienes no entienden que ese abogado o médico “famoso” no haya tenido el éxito esperado!
Cuarto.- La fama es efímera. Suele ser flor de un día o al menos, caduca. De ahí, el desasosiego y depresiones de quienes prueban la fama y luego se ven desprovistos de ello. Carne de depresión y suicidio.
Igual que viene, la fama se va. Y a veces se lleva más de lo que trajo. Y si no recuerden el caso del Primer ministro australiano, Harold Holt, que en 1967 paseaba por la playa de Victoria y una ola se lo llevó y desapareció. Parece que la fama no inmuniza contra los fenómenos de la naturaleza y el azar.
Quinto.- La fama no lo es todo en la vida, como nos enseñó el doloroso caso del suicidio del actor comediante Robin Williams, cuyos otros problemas vitales no fue capaz de compensar la fama.
4. Y así, la fama (“la gran impúdica” creo que la calificaba así el escritor Pitigrilli, por irse sin pudor con cualquiera) hemos de mirarla con respeto pero sin admiración, con curiosidad pero sin mitificación, con reflexión pero sin obsesión.
Y si conseguimos descabalgar la fama del altar de lo admirable, seremos mas felices, porque estaremos valorando las cosas sin prejuicios y en sus justos términos. Y eso nos dará tranquilidad, potenciará nuestra autoestima y con ello, la felicidad que como sabes, es cuestión de sencillos hábitos.
¡¡Todos somos famosos!! Da igual que lo digan más o menos personas, o que lo divulguen unos u otros medios. Somos famosos porque somos y nos sentimos personas como seres sociales, visibles para amigos y familiares y con derecho a no mitificar a nadie por el oropel de luces y papel couche.
En definitiva… ¿quiere ver alguien famoso para usted? ¡Mírese al espejo y descubrirá algo que admirar! ¡Seguro!. Y si no es capaz de verlo, le aseguro que está ahí, luchando por ser descubierto. No olvide que su talento es talento aunque nadie lo descubra. Eso me recuerda la frase de aquél obispo que decía algo así: ¿hacer ruido un árbol al caer si es un bosque solitario y nadie lo escucha?.
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La fama se ha democratizado, pero también se ha devaluado
JR Chaves
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Lo único malo de escribir es promocionarse, lo odio pero tengo que hacerlo para ser leída. La fama-popularidad no me importa. El dinero sí, un poquito.
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