Una de las preguntas que más me atenaza cuanto más pasa el tiempo es la razón de que conforme envejecemos nos parece más vertiginoso. De niño los días, los meses, los años… me parecían magnitudes lentas e interminables. El horizonte de la madurez o la vejez era lejano por no decir remoto.
En cambio, ya madurito, me percato que las semanas y meses se suceden y “parece que fue ayer” cuando han pasado miles de cosas. Miro a mis tres hijos (6, 7 y 14 años) y me parece que hace escaso tiempo estaba dándoles el biberón, enseñándoles a andar o llevándolos en brazos, y me doy cuenta aterrado de que dentro de poco quizá sean ellos los que me den el “biberón” mientras me llevan en silla de ruedas o similar.
1. A veces me conformo diciéndome aquello de Einstein: “El tiempo es relativo”, pero me parece que el genio pensaba en otra cuestiones físicas más complejas y no me ayuda mucho esa frase. Es como si un postre nos pareciese escaso y nos consolasen diciéndonos: “el sabor depende o es relativo”.
Tras reflexionar y navegar por la red en busca de respuestas resulta que no hay respuesta clara ni exacta, pero si aproximaciones.
2. Sin embargo, me temo que el tiempo pasa exactamente igual para niños y ancianos, pues no es cuestión de edad sino de vivencias. Si un grupo mixto de adolescentes y ancianos, sin relojes, quedan citados dentro de una hora en una esquina, posiblemente lleguen todos con escaso margen de error, sin tendencia significativa según la edad.
3. Veamos. Lo que parece claro fruto de la experiencia es que hay que distinguir. El cómo pasa el tiempo (a qué velocidad) y el cómo se recuerda que ha pasado ese tiempo.
4. Sobre “cómo sentimos que pasa el tiempo”, está claro que parece que cuando uno se lo pasa bien pasa rápido y cuando uno lo pasa mal parece que pasa lento. O como decía el poeta, cinco minutos con la persona amada vuelan y cinco minutos con la persona odiada se eternizan.
Lo explica curiosamente John Wearden es profesor de psicología la Universidad de Keele en el Reino Unido. “En un experimento, preguntamos a 200 estudiantes acerca de sus experiencias con el tiempo. De entrada respondieron lo que era de esperar: lento si nos aburrimos, rápido si nos divertimos. Pero si miramos atentamente lo que escribieron vemos matices en estas afirmaciones. Las descripciones del tiempo rápido eran, casi siempre, de esta manera: «Fui a una fiesta y cuando terminó, miré a mi reloj y eran las 5:00 de la mañana», que es muy tarde, y por lo tanto pensaron “el tiempo ha pasado muy rápido”. Hay varias cosas interesantes aquí. De entrada, se necesita un marcador de tiempo externo, el reloj, el cierre del pub o la salida del sol para que después de mirar este marcador, llegar a la conclusión de que el tiempo ha pasado rápido. No pensamos que esta pasando rápido mientras ocurre el evento, estamos demasiado ocupados. En cambio, las anécdotas sobre el tiempo lento, eran más bien de este tipo: «Trabajo en una tienda los sábados y no hay clientes y la última hora se hace eterna». Otra vez hay un marcador externo de tiempo, pero hay una diferencia. En estos casos parece que se experimenta el tiempo lento cuando esta ocurriendo. Así que, experimentar subjectivamente el tiempo de forma rápida y lenta son dos fenómenos distintos. Cuando se está en una situación en que el tiempo pasa lento se siente esa lentitud, mientras que cuando se está en una situación en que el tiempo pasa rápido ese momento no se siente, sino que se infiere más tarde.”
5. Sobre “cómo se recuerda que ha durado un determinado lapso temporal” está claro que cuanto mejor se ha pasado más largo parece haber sido. Basta con pensar cómo ha sido una mañana trabajando y una mañana de turismo ocioso para percatarnos como aquélla pasó rápido “sin pena ni gloria” y éste lo recordamos largo, porque – y aquí está la clave- porque tuvimos nuevas experiencias que atesorar.
6. Se me ocurre una imagen personal para explicar el fenómeno con una deliberada simplificación. Diríase que el cerebro es una especie de biblioteca formada por “libros” de experiencias memorizadas y el tiempo lo computa o mide por el espacio que realmente ocupan los lomos de esos libros de las estanterías en cada estante (o lapso temporal). De ahí que cuando miramos hacia el pasado, un día vacío y rutinario ofrece una estantería vacía con lo que el cerebro lo ve como “tiempo reducido” y nos parece que pasó más rápido que día trepidante.
En otras palabras, medimos el tiempo según los recuerdos atesorados y la memoria parece que solo se ocupa de lo nuevo; cuando nuestro “sensor del tiempo” (en alguna parte del cerebro) mira hacia un lapso temporal, si lo ve “vacío” de experiencias nos informa que no hay vida vivida, no hay nada que contar y por tanto en términos de “rendimiento temporal” fue tiempo perdido o sea rápido (como cuando resumimos una película en que “no pasa nada”: mientras la vemos el tiempo va lento, pero cuando la resumimos nos lleva unos minutos).
7. De ahí el acierto del cuadro de Dalí titulado «La persistencia de la memoria» con varios relojes que, como la memoria, se han reblandecido por el paso del tiempo y pese a que parecen marcar la misma hora (las seis) su percepción es muy distinta.
8. Y ya tenemos el problema servido. O sea, si vivimos con pocas experiencias y novedades el tiempo “se siente pasar lentamente” pero lo recordaremos como fugaz; en cambio si vivimos con muchas experiencias lo “sentiremos pasar rápidamente” pero lo recordaremos como lento. ¿Curioso?. O por decirlo en términos extremos: un preso en una celda sin comodidades ni noticias del exterior sentiría que diez años pasan lentamente, pero cuando saliese libre y mirase hacia atrás le daría la sensación de que “pasaron en un soplo”. En cambio, alguien que viviese de forma intensa la vida esos diez años, mientras los disfrutase le parecería que están pasando con rapidez, pero cuando mirase hacia atrás le parecería que “pasaron lentamente”.
9. Y creo que ahora ya tenemos la clave para decidir qué hacer de nuestras vidas.
Lo nuevo importa. Cuando eres pequeño y adolescente abundan novedades y experiencias. Por eso el tiempo pasado con esas novedades nos parece ahora que discurría más lento, mientras que de adulto, vamos creando rutinas y hay menos novedades por lo que de ancianos nos parecerá que discurrió muy rápido.
Lo asombroso importa. En esta línea hay estudios científicos que avalan que “las experiencias que nos dejan impresionados o boquiabiertos nos hacen creer que pasan lentamente”. O sea, salirse de la rutina, abrir los ojos a la reflexión saliéndose de las pautas, estar dispuesto a asombrarse y escarbar la realidad que nos dan hecha, nos harán creer que el tiempo pasa más lento.
10. Hasta hace poco solía derrumbarme al anochecer y tras cenar, en el sofá frente al televisor a ver un estúpido programa televisivo, dejando la mente en blanco o mas bien, dejando que la televisión me la lavara y dejase en blanco. Ahora, desde hace varios meses he recuperado el delicioso hábito de leer por las noches en vez de mirar embobado el televisor. Al día siguiente o sucesivos, recuerdo ese tiempo como si hubiese pasado más lentamente pues ha sido más fructífero al traerme a la mente experiencias, reflexiones y viajes mentales.
Así que fruto de estas reflexiones, parece que si queremos vivir más o más exactamente, tener la sensación de haber vivido más y que envejecemos mas lentamente: ¡nuevas experiencias!, ¡Y cuanto más sorprendentes mejor!. ¡Bienvenido el cambio de vida y experiencias…!
El tiempo, ya lo dijo el «poeta», es como el rollo del papel higiénico; cuánto menos queda, más deprisa se gasta. 😉
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De todos modos, después de este artículo leí uno que lo explicaba de forma coherente y matemática. Es una cuestión de proporciones; un año en la vida de un niño de cinco años es un 20%, un 5% a los 20, y un 2% a los 50. Y es una diferencia que forzosamente influye, sin duda más que otros factores.
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