Parece que eso del enamoramiento y del amor es un pecado de juventud y que perdemos la sensibilidad y capacidad de emocionarnos con la madurez.
Incluso nos parece de noños, cursis o débiles mostrar emociones amorosas si van mas allá de la aventura, del juegueteo sexual o de una relación frívola. Belleza, sexo y amor: una combinación explosiva e incontrolada.
Miramos a los jovencitos enamorados como quien mira dos trapecistas sin red, y juzgamos a las personas maduras que beben los vientos de jóvenes como relaciones parasitarias, mercantiles o enajenaciones temporales.
Nos encallecemos, y sin embargo hay momentos en que admiramos ese fenómeno como algo sobrenatural.
Lo comento porque he tenido acceso a una prueba hermosísima de amor, nada menos que del que fuere Premio Nobel de Física Richard Feynman (1918-1988), quien perdió a su mujer que contaba tan solo 25 años, víctima de la tuberculosis, de manera que sacando fuerzas de la pasión robada, dieciséis meses después escribió a su difunta esposa una carta desgarradora que metió en un sobre y que no fue abierta hasta después de su fallecimiento en 1988.
Me impresionó, por venir de quien viene (un portento de la física, de lo cuántico, de la vida y la razón), por las duras circunstancias, por la viveza en que describe algo tan sutil y como no, por el sentido del humor con que se despide.
No deja de ser irónico que quien contribuyó a la bomba atómica encerrase en su corazón un núcleo roto que liberase tanta energía positiva. De hecho, su esposa falleció el mismo día que la bomba atómica fue probada con éxito en el desierto, donde trabajaba para Oppenheimer.
Así que aquí está por si alguien quiere volver a reconciliarse con ese sentimiento indomable que es el amor y suspirar mirando hacia ninguna parte.
Para Arline Feynman, 17 de octubre 1946
D’Arline, te adoro, mi amor.
Sé lo mucho que te gusta oír eso -pero no sólo lo escribo porque te gusta- lo hago porque escribirte me hace sentir una agradable tibieza interior. Hace ya demasiado tiempo desde la última vez que te escribí – casi dos años, pero sé que me perdonas porque entiendes cómo soy, terco y realista–, y yo que pensaba que no había sentido en la escritura. Pero ahora sé, mi querida esposa, que lo correcto es hacer lo que me he demorado en hacer, y que hice tanto en el pasado. Quiero decirte que te amo. Que quiero amarte. Que yo siempre te amaré.
Me resulta difícil mentalmente entender lo que significa amarte después de que estás muerta, pero aún tengo deseos de consolarte y cuidarte, y también quiero que me sigas amando y preocupándote por mí. Quiero tener problemas para discutirlos contigo y quiero hacer pequeños proyectos juntos. Nunca lo pensé hasta hace un momento y supe que podemos hacerlo. ¿Qué debemos hacer? Empezaremos juntos a aprender a coser ropa – o aprender chino– o conseguir un proyector de películas.
¿No puedo hacerlo ahora? No. Estoy solo, sin ti, y tú eras la mentalizadora y entusiasta de todas nuestras aventuras salvajes. Cuando enfermabas te preocupabas porque no podías darme algo que querías y pensabas que yo necesitaba. No debías preocuparte. Fue entonces cuando te dije que no había necesidad de hacerlo porque yo te amaba de muchas otras maneras, y demasiado. Y ahora es claramente más cierto, tu ahora no puedes darme nada pero te sigo amando porque no voy a amar a nadie más, y quiero que permanezcas ahí.
Tú, muerta, eres mucho mejor que cualquier otra persona viva. Estoy seguro que piensas que soy un tonto, que quieres que sea completamente feliz y que no quieres ser un obstáculo en mi camino. Apuesto a que estás sorprendida de que a estas alturas ni siquiera tenga novia después de dos años. Pero no puedo evitarlo, ni he querido, ni he podido – ni yo lo entiendo, porque he conocido a muchas chicas y muy agradables y no quiero estar solo– pero en dos o tres reuniones que tuve, eran ellas las que parecían sin vida. Sólo tu permaneces conmigo. Tú eres más real.
Mi querida esposa, yo te adoro. Amo a mi esposa. Mi esposa está muerta.
Rich.
PD. Por favor, disculpa que no pueda enviarla por correo, pero no sé tu nueva dirección.
Gracias JR por darme un soplo de belleza en esta tarde de trabajo solitario. Y desde aquí, en silencio, quiero regalar, a todos los que compartimos este rincón del deleite, uno de mis pequeños versos «Detén tus pasos frente a mi puerta. Te espero. Avanza tu mano hacia mi rostro. Te añoro. Posa tus labios en la comisura de los míos. Te deseo…»
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que bonito… precioso.
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