Lecturas y libros

El placer de humanizar los libros

placer leerMuchas veces contemplo en silencio mi biblioteca atiborrada de libros. O mejor, mis bibliotecas. Los libros de una persona, y la actitud de una persona hacia los libros, dicen de ella muchísimo más que un frío curriculum vitae, mas que una radiografía integral y mas que su propia confesión.

Los libros que leemos o que atesoramos nos hablan de nuestros gustos, de nuestra sensibilidad y de nuestra cultura, de lo que nos cautiva o emociona y de lo que nos hastía. Casi nada. Pero por favor, pasen y vean mis bibliotecas personales.

1. La biblioteca del salón repleta de la cosecha de toda una vida: novelas, teatro y poesía, biografías, viajes… allí se acumulan libros leídos y libros en lista de espera que parafraseando al coronel “no tienen quien les lea”; mis novelas de juventud (Dickens, Dumas, Chesterton, etc) junto a mis novelas favoritas de autores contemporáneos (Ramón J. Sender, Jefrey Archer, James Ellroy, etc); novelas serias con novelas frívolas; obras de teatro y poesía junto a un apartado con mis libros favoritos de humor (Martín Amis, Eduardo Mendoza,etc).

Y como no, seis versiones de otros tantos traductores de la obra que más me hechizó y avivó mi imaginación en mi juventud: Las mil y una noches (la de Blasco Ibáñez, impresionante).

IMG_3193En los estantes de abajo aguardan los libros de filosofía, para que cueste alcanzarlos por lo que cuesta entenderlos.

Un amplio estante dedicado a los libros institucionales que me han regalado en decenas de Jornadas, congresos y similares (¡Cuanto despilfarro llamado a decorar mas que a disfrutar!). Y como no, mi parte favorita, la columna izquierda con cinco estantes plagada de libros de historia con especial amontonamiento de libros del siglo pasado. Junto a ella, libros divulgativos de ciencia.

Los conozco por sus barrios o estanterías que ocupan y me gusta recorrerlos con la mirada, sacarlos de sus nichos y hojearlos para volverlos a enterrar. Es mi “bibliópolis”, habitada por mis amigos que siempre están ahí para acompañarme y enseñarme. Unos dos mil.

buena biblioteca2. Como el arpa del poeta, en el ángulo oscuro del salón yace otra gran estantería dedicada exclusivamente al mundo del cine por el gran significado que tuvo para mí en las décadas de abrir los ojos a otros mundos y experiencias en la gran pantalla. Biografías (Billy Wilder, Kirk Dougles, Martin Scorsese, etc) libros sobre actuación, entrevistas…

Como es el estante del ocio, allí aguardan libros de acertijos, juegos y deportes, próximos al bloque de libros sobre magia.

En el estante inferior, por ser pesados, están los grandes dinosaurios: los diccionarios (de usos, citas, ideográficos, anécdotas, etc). Los trescientos héroes del desfiladero de las Termópilas que me ayudan a defender mi imaginación frente al asedio de la rutina.

3. Pero no acaba ahí el poblado, puesto que en mi despacho están los libros jurídicos en doble y triple fila, apilados y en “ordenado desorden”. Unos quinientos.

despachoNo olvidaré mencionar a algunos libros como francotiradores diseminados por la mesita, el aparador, encima de la impresora… Con los libros soy como un ajedrecista de partidas rápidas que juega simultáneas, y ello porque ciertamente a la hora de repartir algún don se ve que me colé para recibir la condición de lector veloz y múltiple.

4. Y por último, los desterrados hijos de Eva, en el trastero, donde aguardan unos trescientos libros que o bien cometieron su función (y reciben ingratitud) o bien me fueron regalados por quien no conocía mis gustos. Allí yacen esperando la incineradora.

5. Lo confieso. Los amo. Los necesito. A veces les soy infiel. Sí. Voy por las librerías y examino y palpo otros libros. Me identifico con algo que reconocía Arturo Pérez-Reverte:

 Hay quien se va de putas, como otros se van de libros. Lo de las putas lo trajino poco, pero de las librerías soy un adicto”.

Antes las librerías me parecían templos donde los fieles acudíamos con frecuencia a los ritos de ver novedades y comprar periódicamente alguna obra. Ahora me parecen camposantos, donde vamos pocos, de tarde y tarde, con suspiros y nostalgia, para irnos dejando todo como estaba.

Aunque quedan librerías que saben unir lo añejo y lo moderno, libros de anticuario y viejo en una planta y otra planta dedicada a libros modernos, como el caso de la famosa Librería Gaztambide en Madrid que aloja el santuario de la Editorial Amarante, lugar al que peregrino habitualmente en pos de sugestivas antigüedades y novedades bibliográficas.

También debo confesar que le pongo los cuernos a mis libros con el libro electrónico, que cada día me seduce más por razones de tiempo y comodidad aunque sin las virtudes tridimensionales, sensoriales y olfativas de un libro de papel.

6. Al menos mis libros de papel ocupan lugar en mis estanterías y en mi vida. Me preocupa su porvenir. Veo con preocupación que mis hijos son de otra generación en que la lectura no es la regla sino la excepción. Intento infructuosamente estimularles (de hecho sus habitaciones están atiborradas de libros de cuentos), y aunque algo consigo, no parece que tenga la lectura el mismo significado que para mí. Y mira que insisto en que quien no lee, no sabe lo que se pierde.lectura

Intuyo que mis libros acabarán algún día en un rastro, vendidos en lote indiscriminado a bajo precio, o por ebay u otra vía tecnológica, o incluso al peso para reciclar o quemar. Quien sabe.

7. Quiero creer que cuando el pastor de estos libros no esté, alguien hojee alguno de los huérfanos y se percate de que las partes o fragmentos de textos que me interesaron o divirtieron, que me dejaron huella, están marcados en el margen con lapicero.

Esas cicatrices de lapicero que les pongo donde me encandilan, me permiten acariciar el libro en otras visitas y agradecerle su generosidad.  Y es que cuando quiero saber qué me maravilló de un libro, no lo leo por entero, sino que me limito a leerlo rápidamente saltando de oca en oca y leo lo marcado porque me toca.

Me encantó leer que Olga Lucas, la viuda de mi admirado José Luis Sampedro, afirmaba en una reciente entrevista que el escritor tenía con los libros una manía similar a la mía:

«Los cuidaba, pero subrayaba mucho, siempre a lápiz, no con bolígrafos ni rotuladores o marcadores. Y tenía todo un sistema, con flechitas, estrellas, líneas. Según la figurita que había dibujado junto a una frase o un párrafo, significaba que era para él más o menos importante».

manos libro8. Cada libro de mi biblioteca tiene su propia historia. Hay libros parlanchines que me hablan de cuando lo compré o quien me lo regaló. Otros me transportan con la portada a experiencias vividas con su lectura. Otros me recuerdan como cada libro nos cambia y como cambiamos nosotros al ver libros que nos cautivaron ahora nos parecen ñoños y viceversa. Pero fueron leales: nos dejaron entrar en ellos y ser su amo y señor.

En fin, mis auténticos amigos son como un libro abierto para mí, y mis libros abiertos hasta apurarlos son auténticos amigos.

No los abandonaré ni a unos ni a otros.

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