Creía que se habían extinguido como el tigre de diente de sable o el pájaro dodo. Pero no. Allí me lo encontré en la cola de pago del hipermercado. Alto y vestido de aventurero como Frank de la Jungla, frisando los cincuenta años, seguro de sí mismo, tal y como le recordaba de los tiempos de escolar, en que le considerábamos un simpático embustero de tomo y lomo, pero cuyos embustes eran para crear su propio mundo imaginario. Poco había cambiado como relataré…
Como era un buen tipo le saludé efusivamente y le pregunté por su vida de forma genérica, como se hace con quien no ves desde hace una docena de años. Me dijo que coordinaba la Fórmula I en Algeciras. Con paciencia tibetana proferí un hipócrita: ¡estupendo!, pero como no quería empujarle a las arenas movedizas de más mentiras para desarrollar esta respuesta, le pregunté por su salud. Entonces puso gesto dolorido, apoyó la mano en la cadera y a modo de confidencia, me dijo, y juro que es cierto:
Es que tuve que aparcar un Jumbo, y no veas que sacudida da la frenada de estos aviones. Y yo solito… ¡un Jumbo!. No es nada fácil, no, pero yo tenía experiencia”.
Estuve a punto de dejarle con la palabra en la boca e irme, o de preguntarle si el Jumbo que aparcó era un elefante, un avión o la marca de su patinete. Pero mi educación y mi tolerancia hacia “los iluminados” (que cada día hay más) me llevó a un “¡Vaya, pues sí que debe ser difícil!.”
Y digo iluminado porque debería concederle el beneficio de la duda… ¿por qué no iba aquel muchachote a manejar un Jumbo?, y además… ¿quién era yo para cuestionar que esa maniobra de un Boing-747 comportase riesgos en la cadera o lumbago?. Pero no. No le creí. Lo cierto es que alguna fijación tenía este emulador del barón de Munchausen con el mundo aéreo, y no solo por estar en las nubes, sino porque la penúltima vez que me lo tropecé en los años 90 me contó con gran lujo de detalles como era el encargado de suministrar a Pachá y otras discotecas de las novedades de discos del Reino Unido, a cuyo fin, iba en helicóptero, vivía la noche y regresaba con las novedades, que se las quitaban de las manos los empresarios de la movida madrileña.
Me sorprendió que la vida y muchos menos pacientes que yo no le hubieran sacado del mundo de Yupi.
Cambiamos dos comentarios generales (sin que por cierto tuviera la mínima educación de preguntarme por mi vida o salud, quizá porque los mortales no interesamos a los discípulos del barón rojo) así que tras pagar a la cajera se fue caminando encorvado, quizá en busca de alguien a quien soltarle que era misionero, superviviente del 11-S o amante de Jennifer López.
Me quedé pensativo. Confieso que me molestaba un poco que me considerase tan primo y pardillo como para creérmelo. Pero luego me apenó que existiesen personas tan fantasiosas y que, como el juego de la oca, vivían la vida de “bola en bola y miento que ya me toca”. Y lo peor es que el invento debía funcionarles cuando no ponían coto a ello.
En su descargo diré que no creo que mintiese realmente, sino que responde a alguna patología del sorprendente cerebro, o mas bien que fabulaba como mecanismo de supervivencia, y si para mantener su imagen tenía que mantener un engaño, pues a ello, aunque claro, alguien debería decirle que fuere menos burdo… porque eso del Jumbo, tiene canto.
En fin, lo comento por compartir anécdotas insólitas y solamente para señalar que por mi experiencia, lo de las fantasías y fabulaciones es cuestión de grado, ya que me he tropezado con infinidad de fantasmas en mi vida. Mi gran duda es que sucede cuando se encuentran dos fantasmas y cambian impresiones: ¿se produce una escalada en busca del mayor embuste?, ¿se neutralizan y respetan como la mangosta y la cobra?, ¿o cada uno cree al otro y son felices?.
Ah, y por si hay alguien suspicaz, insisto en que no estoy fabulando, sino que esta anécdota es absolutamente real…
Os invito a que comentéis brevemente el embuste mas gordo que os han relatado sin parpadear ni ponerse colorados…
Estimado D. José Ramón muchísimas gracias por compartir con tus seguidores internautas estas anécdotas y sobre todo por tu tiempo.
Leerte, ya sea en su vertiente jurista, ya en la de humanista, es siempre gratificante y dignificante.
De mi parte para rellenar de un toque de humor el triste estado al que conduce la esclavitud de la falacia interior, diré con una sonrisa que para estar a la altura, tu interlocutor ideó un Boing-747…
A mí nunca me ha pasado nada semejante, pero gracias nuevamente por compartir tu pluma electrónica y tus impresiones de la ley y la vida.
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Gracias a tí, Belén, por tus amables palabras y seguimiento, pues la vida es tan rica en situaciones insólitas, que hay que compartirlas. Saludos
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