Leo una entrevista a José Ramón Crespo López-Urrutia (Avilés, 1963) investigador en el Instituto Max Planck de Física Nuclear de Heidelberg (Alemania) y suelta una verdad para reflexionar:
No podemos vivir en un mundo en el que cada uno tiene en su bolsillo un teléfono móvil con una docena de tecnologías, basadas en la física y en la química, y no entender nada. Si perdemos la curiosidad científica, no podremos mejorar. (…) El otro punto es que el espíritu humano se empobrece si no es capaz de comprender las cosas que no entiende. O por lo menos intentarlo. Yo creo que eso es un motor muy importante, sobre todo para la juventud.
Pone el dedo en la llaga de uno de los rasgos que va implantándose en una sociedad que tiene todo. Hoy día, tenemos todos los artilugios, todas las noticias sobre sucesos locales e internacionales y todos los fenómenos al alcance de la mano o de la tecla, y nos limitamos a utilizarlos o digerirlos. Ni nos preguntamos por el funcionamiento del utensilio ni “rumiamos” las ideas.
1. Lo curioso es que pese a la accesibilidad de toda la información a golpe de click o biblioteca, paradójicamente la curiosidad está en retroceso. Aunque hemos de tener presente la aguda réplica de Churchill ante el reproche de que no podía opinar sobre un artefacto sin conocer como funcionaba, cuando repuso “Tampoco he puesto un huevo y juzgo una tortilla mejor que una gallina”.
Pero aunque lo más cómodo sea no cuestionar, no indagar y no preguntarse la razón de las cosas, no es lo mejor para nuestra salud mental y enriquecimiento como personas.
2. Se trata sencillamente de crear el hábito de alimentar el espíritu crítico y preguntarse las razones de las cosas cotidianas. Dedicar unos instantes para ver como nos lleva la mente y no limitarnos a darlo por sabido y fijado.
Por ejemplo, si vemos una obra de arte, no solo leer el rótulo sino preguntarnos (que para eso somos mayores de edad y con criterio) cual es el mensaje, la técnica y la valoración que nos merece, con valentía, y nos llevaremos sorpresas al percatarnos en ocasiones de lo fácil que es quitar la venda a lo que se nos esconde, como intenté tras mi visita a cierta Sala del Guggenheim.
Si leemos un libro o vemos una película…no basta con comentar si nos gustó, sino que habrá que dedicar unos minutos en silencio y para nuestros adentros cómo se desarrollaba, que enseñaba y qué hemos aprendido.
O si nos ofrecen en un restaurante una delicatessen envuelta en remilgadas palabras de maître o de la carta de platos, ambos remilgados, aplicar nuestros sentidos y mente a descifrar lo que realmente esconden.
O si vemos un aparato tecnológico nuevo, preguntémonos cómo funciona. Y si no lo sabemos, tiremos de Smartphone u ordenador, que google y la Wikipedia no descansan y son gratuitos, y no nos quedemos con las dudas.
3. Permitidme un par de ejemplos. La mayoría de los que usamos los microondas domésticos no sabíamos que funcionan bombardeando con unas ondas de radio el interior del alimento, las cuales son absorbidas por las moléculas de agua, que ante la invasión y sobrecarga vibran, con lo que aumenta el calor interior y la temperatura se propaga desde dentro hacia fuera ( y no a la inversa como cree la gente). En cambio el metal o el plástico las repelen y provocan chispas o lo derriten.
Otro ejemplo de discurso mental guiado por la curiosidad, sería el de indagar frente a nuestro coche de gasóleo y sabremos que es un combustible con menor riesgo de incendio que la gasolina ya que aquél quema a muy altas temperaturas y se propaga muy lentamente. Y averiguaremos que es un aceite crudo que procede del petróleo que a su vez es fruto de la descomposición de plantas de tiempos de los dinosaurios, posiblemente del Jurásico (¡Sí, de la película de Parque Jurásico!), hace unos cien millones de años, y de paso nos enteramos de que, pese a la huella que nos dejaron los Picapiedra, nunca los dinosaurios coexistieron con los homínidos, que aparecieron no mas allá de hace un millón de años (aunque para llegar al homo sapiens deberíamos situarnos hace unos cien mil años).
¡Ya podemos tomar aire!
4. En fin, que no se trata de estar permanentemente alerta como Sherlock Holmes, sino de mirar la realidad con ojos críticos. Decía el filósofo Bertrand Russel que la inmensa mayoría practicábamos el llamado “realismo ingenuo” o sea, que creíamos que las cosas son como se nos muestran (el color, el sonido, etc) pero sin embargo son mucho mas complejas, y la manera de descifrar esa complejidad es utilizar esa cabecita que todos solemos infrautilizar.
5. En definitiva, que si abrimos la ventana de la mente a la pesquisa, a la pregunta, a la reflexión sobre las cosas cotidianas, los beneficios serán considerables. Obtendremos mayor bienestar personal, mejoraremos la autoestima y podremos afrontar mejor las situaciones que se nos planteen, ello sin olvidar el goce intelectual y que “dejar la mente suelta” es un antídoto frente a la oxidación de las neuronas e incluso ralentizará el alzheimer.
Confesaré que a mí al menos me sirve cuando asisto a una reunión, foro o conferencia plúmbea para mantener una actitud externa de atención, mientras mi mente sale de mi cuerpo (al estilo de la película Ghost) y se entretiene jugando con ideas, rememorando situaciones o afrontando problemas. Esa habilidad es mi único talento, pero prodigiosa fuente de paz y que disipa el aburrimiento.
De momento podemos empezar a cuestionar todo lo que digo… todo vale con tal de que la mente desarrolle el músculo.
“dejar la mente suelta” frase auténtica, cierta y exacta porque es algo muy divertido, además de liberador. #mehaencantadoporqueyolohago
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