Cuando somos niños nos parece que el tiempo pasa lentamente y cuando maduramos se van acelerando los días y comenzamos a comprender aquello de “el tiempo pasa volando”, percepción subjetiva que tiene su explicación.
Pero hay un momento de la madurez en que somos indiferentes a la edad exacta que tenemos, e incluso llegamos a dudar la respuesta cuando nos preguntan, año arriba o abajo.
Y eso pese a que la cuestión de la edad es la mas planteada en cuestionarios, formularios, entrevistas profesionales, encuentros sociales o requisitos para actividades de riesgo.
En esta etapa, es importante dejar de lado la calculadora y ser consciente de que la edad no es cuestión de sumar años naturales sino de otras perspectivas, y bien estará librarnos de los prejuicios inherentes a la pura matemática para fijarnos en que la edad “va por dentro”. No sé quien decía que la edad no importa salvo que seamos un queso o un vino en barrica. Veamos…
1. En primer lugar, me parece muy acertado un razonamiento de Ortega y Gasset en un añejo artículo en que vierte interesantísimas consideraciones de sentido común sobre la edad y su conexión con el modo de vivir. Son deliciosas:
Pero convendría haber caído en la cuenta de que el concepto de edad no es de sustancia matemática, sino vital. La edad, originariamente, no es una fecha. Antes de que se supiese contar, la sociedad —en los pueblos primitivos— aparecía y aparece organizada en las clases llamadas de edad. Hasta tal punto este hecho elementalísimo de la vida es una realidad, que espontáneamente da forma al cuerpo social dividiéndolo en tres o cuatro grupos, según la altitud de la existencia personal. La edad es, dentro de la trayectoria vital humana, un cierto modo de vivir —por decirlo así, es dentro de nuestra vida total una vida con su comienzo y su término: se empieza a ser joven y se deja de ser joven, como se empieza a vivir y se acaba de vivir—. Y ese modo de vida que es cada edad —medido externamente, según la cronología del tiempo cósmico, que no es vital, del tiempo que se mide con relojes— se extiende durante una serie de años. No se es joven sólo un año, ni es joven sólo el de veinte pero no el de veintidós. Se está siendo joven una serie determinada de años y lo mismo se está en la madurez durante cierto tiempo cósmico. La edad, pues, no es una fecha, sino una “zona de fechas”, y tienen la misma edad, vital e históricamente, no sólo los que nacen en un mismo año, sino los que nacen dentro de una zona de fechas.
2. El filósofo añade una fábula maravillosa que quiero compartir:
También habla de las edades del hombre citando una fábula de Esopo, que habla de cuatro edades: “Quiso Dios que el hombre y el animal tuviesen el mismo tiempo, treinta años. Pero los animales notaron que era para ellos demasiado tiempo, mientras al hombre le parecía muy poco. Entonces vinieron a un acuerdo y el asno, el perro y el mono entregan una porción de los suyos, que son acumulados al hombre. De este modo consigue la criatura humana vivir setenta años. Los treinta primeros los pasa bien, goza de salud, se divierte y trabaja con alegría, contento con su destino. Pero luego vienen los dieciocho años del asno y tiene que soportar carga tras carga: ha de llevar el grano que otro se come y aguantar puntapiés y garrotazos por sus buenos servicios. Luego vienen los doce años de una vida de perro: el hombre se mete en un rincón, gruñe y enseña los dientes, pero tiene ya pocos dientes para morder. Y cuando este tiempo pasa vienen los diez años de mono, que son los últimos: el hombre se chifla y hace extravagancias, se ocupa en manías ridículas, se queda calvo y sirve sólo de risa a los chicos”.
3. Pero si nos vamos al siglo XXI y se me permiten ideas de cosecha propia, me planteaba que si fuésemos a comprar un vehículo, normalmente el dato de la fecha de su fabricación es una referencia importante, pero lo que auténticamente nos interesará son los kilómetros del coche (“lo que ha vivido el coche”) y el estado o mantenimiento (“Si se ha cuidado, engrasado, revisado, guarecido en garaje, etc).
Por eso, mas que la edad cronológica podría hablarse de una “edad fisiológica”, de una “edad vital” y de una “edad emocional”.
La edad fisiológica sería la edad de los tejidos, órganos y funciones del cada persona como organismo vivo (sistema circulatorio, sistema muscular y óseo, digestivo o nervioso, etc). Así, una persona de 40 años que haya cuidado su salud, practicado deporte o velado por la nutrición, sin someterlo a esfuerzos o riesgos, será una persona fisiológicamente joven; en cambio otra de la misma edad cronológica que por malas prácticas (vida sedentaria, fumar, alcoholismo, etc) o por accidente que lesionase sus órganos o funciones, puede ser una persona anciana.
La edad vital vendría dada por la actitud ante la vida, ya que mas joven resulta quien se ilusiona, quien sonríe al futuro, quien explora las dimensiones de la vida (lugares: viajar; tiempo: organizarlo para no perderlo; experiencias y lecturas: explorar mundos).
Eso nos permite hablar de personas con edad cronológica de 20 años que son viejos porque reina la abulia, el desencanto o la rutina sin ilusión. Y también de personas con edad cronológica de 60 años que son jóvenes porque se sienten optimistas, con planes y sueños.
La edad emocional sería la que proporcionan los lazos emocionales con otras personas, con la familia o la pareja, o hacia personas anónimas donde se proyecta la filantropía. Así, si tomamos dos personas de cuarenta años; una que vive en soledad, que no tiene amigos, que no empatiza, que no demuestra afecto y que es huraño a la vida social, necesariamente lo percibiremos como viejo; otra que viva en sociedad, que tiene amigos, que se pone en lugar de los demás, que demuestra afecto y generosidad, y que desarrolla vida social, es una persona cuya juventud será patente.
4. Una vertiente especial de la edad emocional es la edad amorosa. Es frecuente aludir a la crisis de los cuarenta o cincuenta para explicar divorcios en los que el varón o la hembra buscan pareja mas joven y renovarse, sino la piel, si su ilusión y actitud ante la vida. Por eso suele decirse aquella frase de Alain Delon de que “un hombre tiene la edad de la mujer que ama” (y viceversa) para explicar lo contagioso del espíritu juvenil.
Eso no quiere decir que por tener una pareja de gran diferencia de edad, se envejezca, puesto que solamente el mero enamoramiento hacia una persona, cualquiera que sea la diferencia de edad, proporciona un estado risueño y juvenil y cambios sensiblemente perceptibles. La marca del amor es la apariencia radiante, de igual modo que el desamor marca decadencia.
Por alguna razón, cuando se pasa de los 35 años comenzamos a preocuparnos por no cumplir mas años, o eludimos responder a la pregunta de la edad; curiosamente a partir de ese umbral, resulta mas difícil hacer amigos y vida social.
Superada esa barrera, el planteamiento de las relaciones de pareja suele cambiar, en búsqueda de mayor estabilidad en la pareja, pero también se reducen las ocasiones de enamoramiento (que comienzan a ser más discontinuas y escasas), pero cuando se producen, generan reacciones hormonales y actitudes positivas que son el mejor elixir de la juventud, y si ese amor fuese correspondido, con una simbiosis mágica, pues se duplica el efecto de parecer mas joven.
Y es que a veces rejuvenecer, no es cuestión de cremas, fustigarse en un gimnasio, gurús o cirugía plástica, sino sencillamente de estar enamorado. Se producen cambios de estética exterior para conservar ese amor, pero sobre todo el cambio se produce desde dentro, irradiando de eso que se llama corazón hacia el semblante y la actitud hacia el mundo. El problema es que el amor es la única medicina que no se embotella, ni va en píldoras de colorines.
Y a veces, el verdadero amor existe, como nos demostró el Premio Nobel de Física Richard Feynman (1918-1988), cuya emotiva y estremecedora carta a su esposa fallecida comenté en un viejo post.
5. En suma, la edad es el fruto de un cálculo, un guarismo… lo auténticamente relevante no es sumar muescas de días de calendario a nuestra vida, sino gozarla por todos los poros que nos permitan abrir, y sobre todo no esperar una enfermedad grave para reorientarla, porque el reloj no se detiene.