En la infancia y adolescencia hice mis pinitos en el escenario escolar y pude comprobar lo difícil que era recordar los textos y simultáneamente adoptar un gesto o conducta, a la par que te esforzabas en la correcta dicción mientras rogabas la indulgencia del público.
Después me maravillaron las películas que me asomaban a otro mundo, pero pronto comprendí la razón de que los buenos actores se miden en el teatro y no en el cine.
El teatro es la fiel imitación de la vida, de forma continua, poniendo en juego la espontaneidad e intentando los actores armonizar poses y palabras para desarrollar una historia, para ofrecer una escena, para promover una reflexión en el espectador cuya retina y oídos no pierden detalle. Los actores están en libertad vigilada ante el espectador, luchando por crear una atmósfera verosímil.
En cambio, existe una fría distancia entre la pantalla y el espectador y sobre todo, las películas admiten el rodaje en varios días, sin seguir la secuencia temporal lógica, toleran repetir escenas hasta la perfección… en fin, que el teatro tiene “cartón pero no trampa” y el cine es de “trampa y cartón”. Pero vayamos a algo mas concreto e interesante…
1. Un par de anécdotas para desmitificar un poquito el actuar en películas respecto de los actores de teatro (de hecho, los actores mas famosos de cine necesitan el bautismo de fuego de actuar en teatro en Broadway para ser reconocidos como maestros: Al Pacino, Antony Hopkins, Tom Hanks, etc).
Es el caso de la anécdota relatada por Billy Wilder con ocasión del rodaje de “Con faldas y a lo loco” (1959), en que Marilyn Monroe tenía que ir al armario y buscar el bourbon diciendo: “¿Dónde está el whisky?”, pero como se equivocaba, el director optó por cambiar la acción y la hizo abrir cualquier cajón antes de hacer la pregunta, y metió en todos y cada uno de los cajones una tarjeta donde decía ¿Dónde está el whisky?”; así y todo, la escena tuvo que realizarse ocho veces más hasta acertar.
O la de Marlon Brando cuando rodó el “Motín del Bounty” (1962), en una escena en que encarnando al oficial Fletcher Christian cuando besa a su pareja tahitiana en la playa, mirándose a los ojos, y en que por la embriaguez era incapaz de recordar el guión, el Director tuvo la feliz idea de pegarle un post-it en la sien izquierda de la actriz, lado que no aparecía en la filmación y donde estaba escrito el texto que debía recitar.
2. Ello nos demuestra el reto y grandeza del teatro, aunque si lo pensamos bien todos somos actores pues está probado que en la vida cotidiana decimos muchas mentirijillas, que los psicólogos calculan entre 20 y 100 falsedades diarias, veniales, pero falsedades. Desde cuando decimos que estamos bien si nos preguntan el clásico cómo estamos (ni el que nos pregunta parece interesarle la respuesta ni a nosotros contarle la última analítica), hasta cuando ofrecemos nuestra mejor cara y respuesta en la vida social o el trabajo; y no digamos las mentiras de presentación cuando se busca la seducción de la futura pareja y en cuyas primeras citas se suele magnificar las virtudes y minimizar los defectos. Ello sin olvidar los fantasmas de carne y hueso que han hecho de la mentira un arte.
3. Ahora bien, en estos tiempos en que la tecnología nos invade, en que el cine toma derroteros marcados por la fantasía, la técnica y lo psicodélico, con sonido brutal, y guiones prefabricados, sin espacio para improvisar, se revalorizan las obras de teatro clásicas.
Esas obras que se escribieron con pluma y sangre, con personas de imaginación que dominaban el lenguaje para transmitir grandes cosas. Esas obras clásicas que en menos de dos horas nos permiten forman parte del escenario, sentir el respirar y las emociones de los actores, colorear la escena con luces y sombras que nos dicen mucho, controlar a nuestro gusto qué detalle o palabra merece nuestra atención… Escuchar los silencios, los pasos sobre el escenario, los silencios que nos emocionan, dejar que la sonrisa o la mueca asome en nuestro rostro, guiada por una trama que lleva vida propia y que enriquecen los autores con su propia espontaneidad. Viveza e inmediatez.
La belleza de ver varias personas enfundadas en personajes como segunda piel y que lo hacen verosímil. No es una metamorfosis ni una reencarnación; sencillamente se trata de ese reto de dejar la incredulidad en suspenso, de creernos la escena y dejarnos llevar por el guión hasta sus consecuencias.
4. Recuerdo en mi adolescencia la huella que me dejó la obra de teatro que promovieron jóvenes estudiantes de “El mercader de Venecia” (William Shakespeare) donde pude comprobar como la intriga, el amor y la perfidia del judío Shylock me mostraron un ángulo del mundo desconocido, y donde me olvidé que bajo aquellos ropajes venecianos estaban unos muchachos enfrascados en la noble tarea de entretener. El tiempo se detuvo cuando asistí a la obra, y me sentí transportado a una Venecia donde el dux, los navieros, el usurero y la bella Porcia eran reales… reales y sabios, pues el desenlace fue apoteósico, mostrando un final feliz y didáctico.
5. Estas reflexiones se desatan a raíz de la obra de teatro representada ayer jueves en el teatro Pumarín de Oviedo, donde los alumnos de más de 30 años de la Escuela Municipal de Artes Plásticas y Escénicas (Taller 3) representó el clásico de Bertold Brecht, “Madre coraje y sus hijos”. Y en la que una de mis mejores amigas demostró su talento, voluntad y filantropía junto con unos compañeros fantásticos.
Una obra clásica que nos ha dejado perlas de las que extraigo dos. “No me harás aborrecer la guerra. Se dice que aniquilamos a los débiles pero la paz hace lo mismo”. O la cruel frase: “Porque no me fío de él, somos amigos”.
6. Además, me llena de gozo y comparto con todos la oportunidad de acudir los días 25, 26 y 30 de junio o los 1, 2 y 3 de julio, de 2016, al Teatro Lagrada (C/ Ercilla,20, Madrid) que pone en escena el “Enfermo Imaginario”, la última obra escrita por el genial dramaturgo francés Molière (1622-1673) y una de sus mejores creaciones, en la que actuará otro de mis mejores amigos.
Respecto a dicha obra pesa la leyenda negra de que el autor en plena representación de esa obra, se derrumbó en el escenario por una enfermedad pulmonar real que, tras trasladarle a su casa, acabó con su vida; y desde entonces el amarillo, color de su ropa de actuación, tiene mal fario entre los actores.
También dicha obra ha dejado perlas como estas:
«La belleza del rostro es frágil, es una flor pasajera, pero la belleza del alma es firme y segura».
«Los médicos no son para eso; su misión es recetar y cobrar; el curarse, o no, es cuenta del enfermo».
En fin, que estamos a tiempo para organizar el ídem y darnos el regalo de asistir a esta magnífica obra clásica por actores contemporáneos, cargados de ilusión y saber hacer. Y además salir del teatro sintiéndonos mejor, por el trabajo bien hecho y por recibir una dosis de cultura. Al menos queda uno mejor diciendo “Ayer asistí a una obra de Molíere” que diciendo “Ayer me tomé unas cañas de cerveza en el sofá”.
NOTA PARA LOS LECTORES.– Si estás interesada/o, reserva las entradas en el teléfono 91 292 64 77, de parte de Juanjo. El abono (10 €) se efectúa en la propia taquilla del teatro, 30 minutos antes de la función. Si una vez reservada la entrada no puedes asistir, comunícalo a la Sala.
Confieso mi escasa afición al teatro, pero suscribo el lema «La vida es teatro y el teatro nos da la vida». ¡Que gran verdad!. Me apunto ya a la representación del Enfermo Imaginario.
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Alguien dijo que el teatro, al igual que la amistad, duplica las alegrías y divide las angustias por la mitad.
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