Si hoy día siguiésemos las voces alarmistas en nutrición acabaremos por no comer nada, por vivir en una burbuja y alimentarnos por un tubito de aire, e incluso ni eso por su posible contaminación.
Nada mas patético o absurdo que alguien que se dedique al ayuno total por descartar la carne por las grasas, los vegetales por los pesticidas, el pan o los postres por propiciar el engorde, el vino por hacer perder la serenidad, etc.
Como siempre, en la moderación está la clave de la existencia y vida sana. Nada escaso ni nada en demasía. El problema es saber lo que supone consumo moderado para cada persona en cada momento, según su propio metabolismo y hábitos. Además es muy difícil ser objetivo cuando cada uno nos convertimos en nuestros propios jueces llamados a fijar la moderación y cuando todos encontramos la coartada para comer o beber lo que no debemos so pretexto de ese mantra de “Por un día…” o con ocasión de cualquier celebración o ágape.
Sin embargo, hay que ser consciente de una doble variable que nos acecha como consumidores en nuestra dieta.
De un lado, las limitaciones de la ciencia pues se producen infinidad de avances acelerados de productos alimenticios, con tecnología y química alimentaria, que nos disfrazan sabores, olores, forma y aspecto, mientras que los controles de sus efectos secundarios van mas lentos. En otras palabras, así como los medicamentos antes de salir al mercado requieren infinidad de pruebas de eficacia e impacto colateral, en el caso de los productos alimentarios existen controles genéricos y mas rutinarios, dejando a posteriori, en virtud de denuncias o sospechas el seguimiento de sus efectos secundarios o inexplorados.
De otro lado, los intereses comerciales de las grandes empresas y multinacionales. Los Estados no están en condiciones de frenar el desarrollo económico; los mercados son sensibles a las presiones publicitarias, mercantiles y lobbies, sin olvidar las reacciones jurídicas de las empresas cuando lanzan un nuevo producto que no puede esperar ni puede fracasar. La finalidad de toda empresa es el lucro y este es vender. Y la publicidad solo muestra la cara amable de los productos para cumplir su fin.
Los consumidores y sus asociaciones son mas débiles y lentos que la industria alimentaria.
Esto explica que todos somos un poco conejillos de indias. Así que, sin ánimo catastrofista ahí comparto algunos alimentos altamente sospechosos. Y ni soy nutricionista, ni médico, ni investigador, pero me agrada formarme con sentido crítico y compartir las conclusiones. Luego allá cada cual con su libertad.
Y es que quizá consumir estas cuatro sustancias no daña necesariamente a todo consumidor, pero si reducimos drásticamente su consumo, con toda seguridad no nos perjudicarán. No están los tiempos para correr riesgos.
Veamos los cuatros asesinos silenciosos. Hay muchos más, pero por algo se empieza. No está de más tener unas nociones de cosas que comemos con inocencia y que nos pueden pasar grave peaje a la salud.
LAS GRASAS TRANS
Por un lado, hay grasas saturadas (átomos de carbono a tope de hidrógeno), como las que contienen el jamón, la mortadela o la mantequilla, por ejemplo, y cuya ingesta abusiva conduce a riesgos cardiovasculares serios y obesidad. Por otro lado, hay grasas insaturadas (átomos de hidrógeno escasos de hidrógeno). Estas grasas de origen vegetal pueden tratarse con hidrógeno y entonces se habla de “grasas hidrogenadas”, que son las que suelen figurar en aperitivos (patatas fritas), bollería o platos precocinados (canalones, empanadillas, etc), o pizzas y hamburguesas.
Estas “grasas saturadas” son fruto de una manipulación industrial traicionera, como el caso de los citados aceites vegetales que se emplean en la bollería y platos precocinados, los que se enriquecen añadiéndole moléculas de hidrógeno, y entonces, los aceites vegetales ven sus grasas insaturadas convertidas en grasas saturadas. Como las grasas saturadas permiten un aspecto mas saludable y perfecto del producto (véase las perfectas magdalenas industriales, frente a las caseras) y además se conservan sin caducar mas tiempo, los fabricantes aplican este tratamiento. El problemas es que esas grasas hidrogenadas son “grasa mala” que disparan los niveles de colesterol malo, o sea, que contribuyen a bloquear “las tuberías” del torrente sanguíneo.
Por eso, invito a que se consulte la etiqueta de la sección de bollería y huyamos despavoridos de los hermosos productos que en letra pequeña indiquen lo de grasas hidrogenadas o grasas saturadas .
Sorprende que en numerosos países se avanza hacia la prohibición y que exista unanimidad científica sobre su nocividad.
LA FRUCTOSA
Si procede de las frutas no es dañina, pero si procede de alimentos industrializados (gaseosas, galletas etc) hay que tener cuidado porque utiliza jarabe de maíz de alta fructosa.
En particular hay que tener prevención total con los refrescos azucarados pues suponen un aporte enorme de calorías bajo el disfraz de que no producen efecto saciante, con lo que no hay límite a la ingesta.
Hay que recordar además que el azúcar se compone de moléculas de glucosa, que se metaboliza por todo el cuerpo y además, por fructosa que solo la puede metabolizar el hígado. O sea, sobrecarga para el trabajo del hígado y lo que no se elimina se convierte en grasa.
Además las bebidas azucaradas suponen una sobrecarga de glucosa que la hormona insulina no puede llevar a las células, por lo que el riesgo de diabetes es real. Ello sin olvidar la vinculación entre exceso de azúcar y riesgo de enfermedades cardíacas e incluso alzhéimer. A ello se añade el efecto de las bebidas azucaradas sobre la salud dental. En suma, asesinos sueltos de nuestra salud.
Y muy parecida crítica hay que hacer de las golosinas, pues suelen utilizar el jarabe de maíz rico en fructosa.
O sea, huyamos de refrescos azucarados y golosinas como de la peste.
EL BENZOPIRENO
La carne asada a la parrilla es portadora de esa peligrosa sustancia, ya que las gotas de grasa que se queman produce benzopireno que se eleva y adhiere a la carne. Esa sustancia es cancerígena (colon, páncreas o estómago), y además incrementa el riesgo de alzheimer y diabetes.
O sea, menos parrilla y barbacoa.
El ASPARTAMO
Es un edulcorante presente en la mayoría de productos light porque su poder endulzante es 200 veces la del azúcar de mesa. Ya me referí a los peligros del azúcar y las ventajas del Stevia, y corresponde ahora percatarse del enemigo oculto en algunos edulcorantes o sacarinas: el aspartamo.
Aunque investigaciones serias afirman que no existen pruebas de su efecto perjudicial, hay otros estudios que lo colocan como muy sospechoso por su incidencia en generar procesos cancerígenos, no de forma aislada o escasa, pero si se toma en mucha cantidad (lo que es posible si alguien toma sacarina con aspartamo y además bebidas light) pues puede producir efectos graves, pues se lo ha relacionado con problemas de diabetes, epilepsia, tumores cerebrales y desórdenes celulares.
Quizá no sea tan grave… pero… ¿jugaríamos a la ruleta con nuestra vida o calidad de vida?
Bien está disfrutar de la comida, pero mejor no arruinar la salud… o ponerla en riesgo.