Tras el referéndum negativo del Brexit en Inglaterra, el que fuere Presidente del país, David Cameron, dimitió por lo que consideró un error o fracaso político y sobre todo, personal. Supongo que tanto él como sus colaboradores arrastrarán toda su vida la pregunta de en qué se equivocaron, que hicieron mal para truncar su carrera política y cambiar el rumbo de la historia de su país.
La inmensa mayoría de las personas cometemos errores en nuestras vidas cotidianas. La vida es una sucesión de decisiones en encrucijadas. Si no hay espacio para decidir pues no hay culpa ni reproche, pero la responsabilidad de decidir suele ir acompañada de la humana valoración del resultado de nuestra decisión.
Hay palabras bellísimas en el Diccionario, pero la palabra Fracaso debería estar borrada del lenguaje como voz tóxica, por la carga negativa, de reproche y además sin redención para quien lo sufre. Sentirse “fracasado” o llamar a alguien “Fracasado” es de lo más nocivo que puede soportarse.
Tras la caída hay que levantarse y para eso ayudan varias circunstancias y valiosas claves.
Lo primero es tener claro que el precio de la libertad es decidir nuestro destino y esa libertad se extiende a no tener que dar explicaciones a nadie ni pedir perdón por lo que consideremos nuestros errores. Sólo nosotros tenemos derecho a sopesar las consecuencias de nuestra decisión, a fustigarnos y decidir cuando pasar página.
Lo segundo es tener presente que nadie es infalible, ni siquiera el Papa. Todos, ricos y pobres, poderosos y débiles, genios y mediocres, cometemos miles de errores en nuestras vidas.
Lo tercero es que no debemos precipitarnos en culpar a la mala suerte de los errores. No sin antes analizar sus causas claro. Podemos considerarnos infortunados pero detengámonos a analizar la situación errada, sus posibles causas y efectos, e identificado el origen, estaremos más capacitados para evitarlo o preverlo en el futuro, o incluso, para culpar al azar (pero con fundamento). Lo que sucede es que si el azar interviene, en forma de suceso imprevisible o inevitable, ya no hay “error” porque no podía evitarse (no hay error en sufrir una tormenta de verano sin paraguas o en tomar un vuelo aéreo y que sea secuestrado).
Pero no todos los errores son iguales.
Hay errores de peso cuando se trata de cosas o situaciones en que sacrificamos tiempo y energías, o cuando afecta a ilusiones y sueños de primera línea; es el caso de la vivienda adquirida y que se revela con deficiencias o en un barrio pésimo; o de la crisis matrimonial que hace estallar la burbuja del enamoramiento inicial; o del proyecto empresarial que, tras invertir ahorros y comprometer personas, se va al garete; o del hijo que encauzamos hacia lo que consideramos una opción formativa o profesional y finalmente está en el dique seco del desempleo; o cuando retrospectivamente nos damos cuenta de que la mala vida de nutrición, fumar, alcohol o sedentarismo, nos ha lastrado de achaques la madurez…
En muchos de esos casos, consideramos error de bulto lo que provoca graves consecuencias. La magnitud del efecto nos lleva a considerar psicológicamente como más grave el error original, pese a que pequeños errores pueden ocasionar graves daños de igual modo que grandes errores pueden ser inocuos.
También hay errores menores, como cuando se compra una costosa bicicleta estática y tras dos usos no sale del trastero; o cuando compramos unos libros primorosos y no los abrimos por falta de tiempo y ganas; o cuando nos olvidamos de llamar a ese pariente o amigo en su santo o cumpleaños, etc.
Y hay errores de impacto indeterminado, como cuando decimos algo inconveniente, fruto de la discusión o la situación, o se malinterpreta lo dicho o escrito, y no sabemos la reacción que realmente ha provocado en el destinatario, ni si nos guarda rencor o si lo utilizará para perjudicarnos en el futuro.
O cuando por dedicarnos al trabajo y a cosas menores, descuidamos la atención a la compañía de los niños o a parientes enfermos, y les privamos de nuestro tiempo, aunque la sombra del arrepentimiento posiblemente aparezca en el futuro. ¡Cuántos ancianos mascullan en las solitarias residencias lamentándose sobre lo que pudieron hacer al educar a sus hijos o jugando con ellos, mientras se enfrascaban en perseguir el éxito profesional o mejorar la cuenta corriente!.
En cualquier caso, lo importante es que hay que vivir con nuestros errores, que nos forman como nuestros éxitos, y considerarlos como simples baches en el camino de la vida. Molestan y nos hacen tropezar pero no nos apartan de la senda hacia nuestro destino. No son socavones desde donde no se puede salir. Y sobre todo, hemos de convertirlos en algo positivo, en hacernos más fuertes.
Como dice el refrán, nada de lamentarse de la leche derramada, pues mientras nos lamentamos de los errores no se suspende el reloj de nuestro tiempo de vida, sino que corre. Mas bien tener presente la sabia afirmación del abogado estadounidense Ralph Nader: “Tu mejor maestro es tu último error”.
No me resisto a exponer una anécdota de mi infancia que me dejó marcado de la capacidad del ser humano para sacar fuerzas de la derrota, no sé si se trataba de eso que llaman adrenalina, amor propio o desquite, y que en todo caso encierra una actitud de reacción frente a la adversidad. Esa anécdota la relato en mis Memorias de adolescencia (“Yo también sobreviví a la EGB”, Amarante, 2016) en los siguientes términos:
También participé en el equipo de cross-country o carreras campo a través, lo que me facilitó correr como un descosido en varias competiciones regionales. Merece la pena recordar lo que me sucedió en el campeonato de Asturias que tuvo lugar en Gijón. Se trataba de recorrer casi 5 kilómetros por todo terreno. La carrera se iniciaba dando dos vueltas a la pista de atletismo para luego foguearse por un itinerario montaraz de hierba y barro. Era el campeonato escolar regional y por tanto había más de 300 personas agolpadas en la línea de salida. Como era pequeñito logré situarme en primera línea de salida, y cuando sonó el pistoletazo intenté echar a correr como alma perseguida por el diablo. Sin embargo, el diablo o una legión de ellos me atraparon pues en el mismo momento de la salida. Me sentí aferrado por anónimas manos, pisoteados por claveteados pies y zarandeado por los atletas. Era como la caída de los caballos del Derby de Glasgow. No podía levantarme pero tras pasar la manada y mirar desde la tierra a mi alrededor comprobé que otros gladiadores habían caído en la misma salida. Escupí sangre, me levanté por el resorte que da la indignación y utilizando la adrenalina de la rabia corrí como Forrest Gump, corrí y corrí a toda velocidad, y aunque la estrategia de la carrera pasaba por dejar las fuerzas reservadas para el tramo final, apliqué toda la velocidad que puede durante los casi cinco kilómetros de la prueba, con el insólito resultado de que logré el mejor resultado de mi efímera historia como atleta: llegué el número 19 en los campeonatos escolares de carrera de campo través en Gijón. Sucio, ensangrentado, camiseta y calzones ajados, y jadeando como jabalí reventado, pero lo conseguí.
Un percance juvenil absolutamente real. Ahí tuvo lugar un error de principio: subestimar a los competidores, no informarme de las condiciones de salida de las carreras donde los primeros suelen ser los últimos… Luego vino el castigo (aplastamiento) y luego la luz del esfuerzo y lucha. Con la superación de ese trance se incrementó mi autoestima, mi capacidad de supervivencia y quedó la huella en la mente de que ante la adversidad hay que moverse, luchar y si hay una inundación, quejarse pero sin dejar de remar. Una grandiosa enseñanza de una pésima experiencia.
En fin, como dije en un reciente post, que ahora he completado, los errores no hay que enterrarlos, sino asumirlos.
Precioso post J.R.Tengo que solucionar el problema de respuesta automática a los post porque me da un error. Un fuerte abrazo
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En el caso del brexit, el error es una promesa politica incumplible, la solución es tambien politica….nuevas elecciones y llevar en ella la ratificacion o no del error, y las medidas a tomar de firma detallada. Se acabaron las mentiras.
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