El selfie que intentó sacarse hace unos días un turista alemán en el Machu Picchu le costó la vida al caerse a un precipicio. Se suma a otros sucesos como el de hace dos años de los tres estudiantes universitarios indios que murieron al tratar de hacerse una fotografía en Agra con el tren a sus espaldas en 2013.
O los numerosos casos de visitantes de zoos que intentan hacerse fotos junto a animales peligrosos y su temeridad recibe zarpazos de leones, picotazos de avestruz, arañazos de monos o similares. O los que toquetean cuadros o esculturas para pegar sus rostros y cabellos y hacerse el selfie.
O las estupideces de quienes no respetan los espacios públicos, religiosos o artísticos para inmortalizar su pose ridícula.
Pero mas allá de estos casos extremos, tuve ocasión en mi reciente viaje a Barcelona de comprobar la práctica reiterada de los selfies por nubes de turistas, en grupo o solos, escenario que comprobé luego en el aeropuerto.
Por eso no está de más recordar que los autorretratos (selfies o autofotos) con el móvil parecen inocentes pero a veces traen problemas. Aquí van los siete problemas mas graves y en los que no solemos reparar.
1. Los selfies o autorretratos dejan huella de nuestro paso y localización. Muchas veces no nos interesa que nadie se asome a nuestro pasado o presente, y alegremente tomamos la foto de nuestro rostro posando, y la compartimos por las redes sociales, donde tienen vida propia, para ahora y siempre. Y cuando menos lo esperemos algún día se alzará en prueba de nuestra presencia, de nuestra relación con quien nos acompaña en el selfie o de nuestras circunstancias personales. Nunca se sabe, pero los selfies los carga el diablo.
2. Los selfies que se toman y comparten en tiempo real, normalmente tomados de vacaciones o turismo, o en la calle, y están lanzando el mensaje del telón de fondo del lugar en que estamos, lo que puede evidenciar dónde no estamos. Y a veces, se muestra que no se está en el domicilio, lo cual puede ser aprovechado por delincuentes. O se muestra que no se está en el trabajo o en definitiva, que no se está donde se debería.
3. Los selfies que se toman suelen querer ofrecer un gesto personal, ya que las fotos no hablan, y muchos hacen poses absurdas o gestos ridículos, que confunden espontaneidad con extravagancia. Tal foto posiblemente no ayudará mucho cuando en el futuro alguien pretenda acceder a un empleo y posiblemente la seriedad se cuestione si el selfie llega a malas manos.
4. Los selfies, especialmente en caso de jóvenes, a veces pretenden inmortalizar momentos y demostrar alardes de valor, bravuconería, originalidad o temeridad, y esa escalada del riesgo puede traer consecuencias fatales en forma de accidentes o perjuicios a terceras personas.
5. Los selfies suelen dejar en segundo plano u ocultar lo principal (un paisaje, una obra de arte, un festejo, un ágape o similar) al centrarse en los rostros. No es extraño ver como los visitantes de un fenómeno natural (catarata, bosque, etc) se limitan a autofotografiarse y pasan de largo frente a lo realmente importante.
6. La manía de los selfies llega a perjudicar a terceros visitantes o curiosos. Algunos museos comienzan a prohibirlos para no perjudicar a otros visitantes que se ven obligados a esperar que se despeje de fotógrafos la obra de arte.
Personalmente creo que era y es mas bonito, sociable y agradable, pedir a algún desconocido que nos haga la foto, que tomarla nosotros mismos. Nos hacemos un favor a nosotros porque la foto la hará el desconocido a mas distancia y con máximo cuidado, y le hacemos el favor al desconocido porque sentirse útil a los demás siempre es gratificante.
En fin, queden ahí estos datos, y que cada uno administre su vida, aunque tampoco hay que dramatizar mucho con los selfies. Al fin y al cabo, como en todo en la vida, lo importante es el uso moderado y responsable.
En todo caso, sin las autofotos compulsivas vivíamos antes y sin palitos selfies, y sin divulgar a los cuatro vientos por instagram dónde, cómo y con quién estamos. A lo mejor la clave radica en “olvidarnos” el móvil cuando vamos acompañados o queremos disfrutar de un paisaje, monumento u obra de arte. A veces, basta con mirar con nuestros ojos en vez de a través del “móvil”, pues como ya recordé, el mejor smartphone del mundo somos nosotros y no lo utilizamos.