¡Qué distinto es eso de salir de fiesta según cada cual! Para mi hijo de dieciséis años, “salir de fiesta” consistió en su peripecia de ayer por la tarde en el pueblo bañezano junto con sus amigos y regresar a las ocho de la mañana (como la mayoría de adolescentes, “en condiciones de las que no me quiero acordar”, parafraseando a Cervantes), momento de cambio de turno en que los que dormíamos nos despertábamos a la vida y en que aquéllos se van a dormir.
Hay algo curioso en este vivir la vida a turnos, en que los adultos y los adolescentes no coinciden en la franja horaria, ni en los hábitos, ni en lo que se considera utilización fructífera del tiempo. No digo mejor ni peor, sino distinto.
Creo que alguna vez yo también fui adolescente con ímpetu juvenil, hormonas en pie de guerra, deseo de experiencias y con muchos pájaros en la cabeza (de hecho, creo que algunos pájaros no salieron todavía del nido).
1. Pude reflexionar sobre ello ayer en esta fiesta del pueblecito de la Bañeza en cuya pequeña plazoleta de hormigón se alzó un escenario con un moderno y casi mágico sistema. De un enorme camión tráiler brotaron unas estructuras enormes que alzaron un escenario digno de corte egipcia, y a las doce de la noche comenzó la actuación. Luces y decibelios a tutiplén.
Siguiendo la tradición de las fiestas populares, en el escenario un puñado de músicos, cantantes y bailarines hacían un estupendo trabajo con guiños al pueblo y al público y cosechaban tímidos aplausos que fueron creciendo conforme avanzaba la noche.
- En primera línea frente al escenario, por un lado, los niños correteando y mirando asombrados el espectáculo de luz y sonido. A su lado, varios grupos de adolescentes con “botellones ambulantes”, agitándose, compadreando, asestando tragos a botellas rellenadas (estos ausentándose cada poco para prácticas inconfesables… a sus padres). En su proximidad algunas parejas ya talluditas agitándose y dispuestas a bailes clásicos.
- La segunda línea de público estaba formada por un nutrido cinturón de vecinos y turistas que mirábamos el espectáculo sin integrarnos plenamente, con curiosidad y complicidad propia de exploradores ante la danza tribal.
- La tercera línea estaba formada por quienes, mas ajenos al espectáculo, se acodaban en la barra del bar y se entregaban a charlas o sencillamente a observar la fauna humana.
2. Resultaba estupendo contemplar el cielo limpio y con estrellas de tierra castellana, mientras desde el escenario brotaban decibelios y ráfagas de colores, a la par que las personas intercambiaban saludos, afectos y cuchicheos. Las fiestas de pueblo son sanas, limpias y vivas, y además la gestión de las fiestas corre a cargo de adolescentes muy voluntariosos y educados que demuestran que la juventud puede ser solidaria y generosa.
Además fue un evento tranquilo y sin rivalidades con visitantes de otros pueblos, sin matones o borrachos pendencieros, sin desórdenes ni trifulcas. Tampoco había barracas, casetas o vendedores ambulantes, lo que daba un aire mas serio y privilegiado a la fiesta popular. Incluso no puede menos de arrancar una sonrisa al contemplar en algunas canciones al público que para corearlas, en vez de sacar los encendedores prendidos como luciérnagas tal y como hacían los de mi generación, ahora se enarbolan los móviles con luz de linterna. Curioso.
3. Lo que me resulta difícil de comprender de estos eventos es la técnica de sustituir la orquesta hacia las tres de la mañana por una especie de discoteca portátil donde una grabación vomita música chusca y repetitiva varias horas adicionales, destinada a los últimos colgados de la noche, a los de la cofradía de la borrachera, y que nos provoca un indescriptible gozo a los que intentamos dormir y que mientras hundimos la cara en la almohada amablemente nos acordamos de la parentela del músico, del Alcalde y de paso de los que vuelven de la fiesta cargados etílicamente y que hablan a voces, patean contenedores y orinan a discreción.
También confieso que por alguna razón, edad o paranoia personal inexplicable no me gustan las multitudes, las colas ni los eventos caóticos, esto es, aquellos donde voy camino del aturdimiento o del aburrimiento.
Tampoco los festejos donde los codazos van acompañados de los efluvios del sudor próximo o donde algún parroquiano que confunde vecindad con amistad, te habla a voces por encima de la música para hacerse entender y te manda de embajadores su aliento y saliva, que intentas evitar manteniendo la distancia de seguridad plegando un codo, girándote con disimulo, o lo que nunca falla, ese “discúlpame que veo a fulanito”.
Por eso, para mí la fiesta empieza cuando acaba la fiesta. Y sobre prefiero “salir de siesta”, porque el sestear en castilla con una cabezadita mientras el sol calienta y las moscas planean, eso es placer de dioses. Una buena siesta con beneficios y curiosidades que muchos ignoran.
Y si después se acude a uno de los restaurantes recomendables de comida casera de La Bañeza, pues estupendo.